domingo, 12 de septiembre de 2010

ELEMENTOS PARA PENSAR LA PROBLEMÁTICA SOBRE EL METODO PSICOANALITICO

Clara Cecilia Mesa



ABSTRACT

Este texto fue presentado en la 3a sesión del Seminario de Investigación de la Maestría de Ciencias Sociales : Psicoanálisis, Cultura y Vínculo Social, con el fin de renovar la problemática tanto conceptual como epistemológica que intenta dar al psicoanálisis un lugar dentro de la Ciencia, sin que sea posible acomodarle facilmente de un lado o de otro, ni dentro de la Ciencia de la Naturaleza ni de las hoy llamadas Ciencias Sociales. Definir la particularidad de su objeto, así como lo novedoso de su campo se hace necesario para poder determinar cuál es el método que habrá de permitir el rigor en las investigaciones en Psicoanálisis y con Psicoanálisis, según la pertinencia de cada una de las que se cursarán en la Maestría.



El recorrido para dar cuenta de un modelo propiamente psicoanalítico de investigación, habrá de ser largo y dispendioso pues habrá de implicar, para decirlo con Heidegger (1) delimitar el "sector abierto" o el campo en cual se construirá su propio "sector de objetos a partir del cual un proyecto de investigación asegurado por el rigor podrá dar cuenta de aquello que define su práctica.



Si bien, más adelante, abordaremos más detenidamente y en rigor el momento histórico, el momento lógico en la historia de la ciencia que hizo posible la emergencia del psicoanálisis y que podremos entonces discutir su estatuto científico, las relaciones entre el psicoanálisis y la ciencia incluso sobre las condiciones de ruptura epistemológica, hoy nos ocuparemos a modo de entrada, de abrebocas, de los elementos fundamentales en la obra Freudiana para la construcción de su método particular así como la delimitación de un "sector de objetos" en un campo abierto ya por la pregunta por el ser del hombre que le venía desde la filosofía y que había producido ya allí algunas respuestas.



El momento en que surge la propuesta Freudiana, es un momento de una verdadera revolución epistémica, es final del siglo XIX y la emergencia de las llamadas Ciencias del Espíritu o llamadas también "Ciencias Morales" por cuanto provenían del campo de la Filosofía y la Historia, hoy llamadas también Ciencias Humanas y Ciencias Sociales. Esta emergencia agitó grandes pasiones teóricas, removió el piso al saber científico, pues las nuevas ciencias se reclamaban como portadoras de un saber distinto abriendo una dualidad entre Ciencias de la Naturaleza y Ciencias del Espíritu.



Según Assoun ""la situación se fundaba en una distinción entre la esfera de la naturaleza, justiciable de los métodos que habían dado pruebas de sus aptitudes en la ciencia clásica (Galileana) y una esfera de la historia y del hombre que tenía que dotarse de una metodología sui generis "



1883, el año en que Freud inicia sus práctica médica es el momento en que estalla la llamada "querella de los métodos", es el año en que aparece el libro de Carl Menger "Consideraciones sobre los métodos de las ciencias sociales" y "La introducción a las Ciencias del Espíritu de Wilhem Dilthey quien abre camino como el teórico principal de las Ciencias del Espíritu , hijo de un pastor luterano (En la segunda parte veremos cómo la reforma luterana abre el camino para movimientos epitemológicos que harían posible la emergencia del psicoanálisis) quien quiso fundamentar la historia y las demás ciencias que se relacionan con el hombre en cuanto ser histórico y social, demostrando que el método de las ciencias naturales no hace justicia a su peculiaridad.



Así, escribe W. Dilthey en 1911, el año de su muerte, en el prólogo a su V volumen de su "Introducción a las Ciencias del Espíritu" : "La Filosofía de las Ciencia Positiva no satisface la fundamentación de las Ciencias del Espíritu. De esta situación surgió el impulso que domina mi pensamiento filosófico que pretende comprender la vida por sí misma. Este impulso me empujaba a penetrar cada vez más profundamente en el mundo histórico con el propósito de escuchar las palpitaciones de su alma ; y el rasgo filosófico consistente en el afán de buscar el acceso a esta realidad, de fundar su validez, de asegurar el conocimiento objetivo de la misma, no era sino el otro aspecto de mi anhelo por penetrar cada vez más profundamente en el mundo histórico" (4)



El objeto de estas ciencias pues no sería lo externo, o ajeno al hombre sino el hombre mismo, es decir el enfrentamiento de ambos métodos implicaba también el enfrentamiento de objetos particulares, mientras de un lado estaba el problema" del nexo entre la materia y la fuerza, y de la esencia respectiva de la fuerza y la materia, por otra parte estaba el problema de la conciencia en su relación con las condiciones materiales y los movimientos, el problema por la sustancia ( fondo o principio comande las fuerzas de la materia) y cómo esa sustancia siente, desea, piensa" (3) los que desde su comienzo se planteaban como incalculable, incognoscible.



Ya 90 años antes, Kant había propuesto como un límite a la ciencia de la naturaleza el hecho de que no sólo existían los fenómenos que la experiencia permite delimitar, medir, cuantificar ordenar y finalmente conocer, sino que además existen los Noumeno o "cosas en sí" que no pueden ser conocidos a través de la experiencia, que solo pueden ser conocidos a través de la imaginación o el pensamiento, esto es por categorías a priori, es decir categorías que funcionan independientemente de la experiencia y que determinan las condiciones del conocimiento.



En ese campo abierto propone Freud un objeto particular de estudio, una esfera determinada de fenómenos a los que llama los fenómenos inconscientes los que trató de ajustar al modelo de la ciencia a pesar de que como dice él mismo " Desde muy diversos sectores se nos ha discutido el derecho a aceptar la existencia de un psiquismo inconsciente y a laborar científicamente con esta hipótesis" (5) ... y acuña su objeto en la propuesta Kantiana diciendo : "Del mismo modo que Kant nos invitó a no desatender la condicionalidad subjetiva de nuestra percepción y a no considerar nuestra percepción idéntica a lo percibido incognoscible, nos invita el psicoanálisis a no confundir la percepción de la consciencia con los procesos psíquicos objeto de la misma" (6)



Estos que apenas son trazos del recorrido epistemológico que amerita hacer para ubicar al psicoanálisis respecto de las ciencias, nos da elementos para hacer una apuesta por la vía que Freud pudo tomar en la llamada querella de los métodos, su momento era distinto y tenía la alternativa, podía optar entre inscribir su naciente ciencia entre las naturales o bien entre las del espíritu, habrá que ver cómo opta Freud.



Muy temprano, en 1895 se propone su proyecto de investigación titulado precisamente "Proyecto" aunque él mismo no lo tituló y sólo fue dado a la luz pública 11 años después de su muerte, es un proyecto a través del cual pretendía presentar su nueva psicología para los neurólogos de su época, época esencialmente neurocentrista. Comienza su proyecto con todo ahorro de rodeos diciendo : " La finalidad de este proyecto es la de estructurar una psicología que sea una ciencia natural ; es decir representar los procesos psíquicos como estados cuantitativamente determinados..." (7) por un lado se ocupa de los procesos cuantitativos, pero además más adelante entre las tesis básicas se ocupa del problema de la cualidad porque considera que una teoría psicológica, además de cumplir los requisitos planteados por el enfoque científico natural debe satisfacer aún otra demanda fundamental, en efecto debe explicarnos todo lo que conocemos de la manera más enigmática a través de nuestra consciencia, a pesar de que se presentan como fenómenos que parecen darse independientes de la conciencia.



Es el primer encuentro con la paradoja del psicoanálisis, la ambición Freudiana no renunció nunca a inscribir su ciencia entre las Ciencias Naturales, el modelo propuesto en sus comienzos y veremos de que modo es permanente, es el modelo de investigación de las ciencias de la naturaleza a pesar que el campo desde el cual había tomado su objeto era de la filosofía así dice "El Psicoanálisis parte de un supuesto básico cuya discusión concierne al pensamiento filosófico pero cuya justificación radica en sus propios resultados.."(8) De allí sin duda la dimensión paradojal, pero también la atopia particular que caracteriza al psicoanálisis, la impresión de ser extimo a cualquier campo que se le confronte.



Actualmente se ven perfectamente estas dificultades, por ejemplo si nos atenemos a los manuales DSM a lo largo de su evolución, el DSM I que es de 1952 y el DSM II, de 1968 entienden los trastornos asociados a la ansiedad como trastornos psiconeuróticos, que es el término que usó Freud para denotar el origen psíquico de las neurosis y no tanto en el DSM I como en el DSM II se produce una vuelta intensa a la psicopaología Freudiana, considera los factores etiológicos y atribuye a los fenómenos inconscientes la causa del malestar de un sujeto y se define la neurosis como Freud, como una defensa contra la angustia, sin embargo el cientificismo creciente determinó que "los trastornos expresados por fenómenos inconscientes y sujetos a hipótesis teóricas de poca contrastación empírica hacían que estos sistemas fueran de escasa fiabilidad y validez, en consecuencia el DSM III presenta como avance científico que es más descriptivo y detallado, más específico, por ejemplo los trastornos de ansiedad (angustia) son definidos con gran especificidad y operatividad de criterios, es más fiable y más válido puesto que elude los supuestos etiológicos psicodinámicos, es ateórico y se centra más en conductas observables que en conductas inferidas, sobre todo al suprimir las premisas psicoanalíticas " (9) y del DSM IV no hay mucho que hablar, se declara como un " Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos Mentales, para el cual la utilidad y credibilidad exigen que se centre en objetivos clínicos, de investigación y educacionales y se apoye en fundamentos empíricos sólidos"(10)



Freud, sin embargo se esforzó en demostrar cómo no existiendo verificación objetiva del psicoanálisis ni posibilidad alguna de demostración podría mantenerse como una disciplina científica y hacer de él una enseñanza, es decir cómo a pesar de ello podía transmitirse un saber a partir él.



Tiene un interesante recorrido ya posterior al Proyecto, en 1915, en una de las Lecciones Introductorias a propósito de los actos fallidos, en la que se propone investigar otras oscuras regiones de la vida anímica, pues siempre consideró que la psicología que no pudiese explicar los sueños o los actos fallidos, tampoco podría nunca explicar la vida anímica normal y menos aún aspirar a ser ciencia.



Lo que pretende investigar en otras obscuras regiones de la vida psíquica es cómo las analogías entre unas y otras puedan "aportarnos el valor para formular las hipótesis susceptibles de conducirnos a una explicación más completa... pero advierte que el guiarse sólo por pequeños indicios trae determinados peligros, entre ellos, ninguna garantía de exactitud ". La propuesta entonces que tiene para evitar tal peligro es "dar a nuestra observaciones la más amplia base posible, es decir, comprobando que las impresiones que hemos recibido en el estudio de los actos fallidos se repiten al investigar esas otras regiones de la vida anímica. Deja por lo tanto una advertencia :



"Conservad en vuestra memoria a título de modelo, el modelo seguido en el estudio de los actos fallidos, método que ya habrá revelado a vuestros ojos cuáles son las intenciones de nuestra psicología . No queremos limitarnos a describir y clasificar los fenómenos, queremos también concebirlos como indicios de mecanismos que funcionan en nuestra alma y cómo la manifestación de tendencias que aspiran a un fin definido y laboran unas veces en una dirección y otras en direcciones opuestas. Intentamos pues formarnos una concepción dinámica de los fenómenos psíquicos, concepción en la cual los fenómenos observados pasan a segundo término, ocupando el primero las tendencias de las que suponemos que son indicios" (11)



Es decir su investigación en este primer momento sabe que el rigor depende de haber definido un rasgo fundamental a partir del cual definir un sector de objetos que al decir de Heidegger "Este es el que ofrece la medida y la vincula a la condición del representar anticipador" Pág. 81.(12) Por lo demás, no hay la menor duda de que Freud intentó mantener el modelo de las ciencias naturales, pero al mismo tiempo no perdió nunca de vista que su objeto de estudio "Los procesos inconscientes" si bien podían adecuarse a la teoría física de la corriente de fluidos eléctricos gracias a su teoría de la "derivación por reacción", por cuanto se caracterizan por un montante del afecto, magnitud de excitación, que tiene todas las propiedades de una cantidad, es decir, es susceptible de aumento, disminución, desplazamiento y descarga que se extiende por los cuerpos, pero al contrario de la física, no poseemos medio alguno para medirlo (13)



Con esto nos introducimos en el segundo gran problema que había dejado planteado al principio, con respecto al objeto del psicoanálisis, me parece interesante considerar no el nombre en singular sino como lo propone Heidegger, "sector de objetos" o "campo de fenómenos" como lo define Freud pues efectivamente lo que Freud creó no fue solamente un objeto nuevo sino un campo, campo como terreno, como espacio, como se dice también del campo electromagnético, un campo que está sujeto a unas leyes particulares.



El campo de estudio del psicoanálisis se fue constituyendo cada vez más precisamente entorno al concepto "Fenómenos Inconscientes", los cuales para Freud, si bien no podían ser conocidos por medio de la experiencia positiva, sin embargo que estaban sujetos a unas leyes internas y que era por esas mismas leyes por las cuales podríamos conocerlos, es decir, el objeto en cuestión, si bien no cumple los criterios de la experiencia, la constatación, y la verificación puede mantenerse en el campo de las ciencias de la naturaleza por cuanto no son aleatorios, ni mágicos, ni fantasmagóricas suposiciones, sino que están sujetos a leyes. Así, posicionar al Inconsciente fue tal vez una tarea menos difícil que la que le implicó otro concepto este si estrictamente psicoanalítico frente al cual recibió siempre desde las ciencias naturales "la despectiva afirmación de que no podía confiarse en una ciencia cuyos conceptos superiores son tan poco precisos como el de pulsión en psicoanálisis" A ello respondió con una propuesta metodológica diciendo que los conceptos fundamentales claros y las definiciones precisamente delimitadas no son posibles en las disciplinas científicas sino cuando las mismas intentan integrar un conjunto de hechos dentro del cuadro de una construcción sistemática intelectual" (14)



El campo de fenómenos pues de los que el psicoanálisis se ocupa se mueve de un polo a otro, del inconsciente a la pulsión, esta sí entrañando enormes dificultades para ajustarla al modelo y fue ella, aún antes de que hubiese podido nombrarla como concepto fundamental del psicoanálisis, la que le dio desde el comienzo de su ciencia el carácter de atópico a su objeto. En la llamada querella de los métodos, incluso frente al dualismo mente - cuerpo , Freud se topó siempre con el problema de cómo inscribir una carga energética que no podía medir y que era irreductible, que se desplazaba por los cuerpos como un fluido eléctrico, pero del que el modelo físico ni químico satisfacían . Así la pulsión es un concepto estructuralmente paradójico a las ciencias haciendo inútil todo intento de reducción ya fuese a ala biología, ya fuese a una teoría del espíritu o de la mente. La pulsión en tanto que concepto límite entre lo psíquico y lo somático, como representante de lo somático ante lo psíquico, introduce en el "campo de fenómenos " del psicoanálisis y en el campo de las ciencias, una categoría de cuerpo diferente a lo orgánico y una categoría de psíquico diferente del espíritu.



Para terminar se puede plantear dos direcciones nuevas para pensar el problema del método psicoanalítico.



Por un lado, cada una de las ciencias había tomado en un largo proceso por supuesto, una propuesta metodológica, para las Ciencias de la Naturaleza es la EXPLICACION (Erlarken), para las Ciencias del Espíritu es COMPRENDER (Vertsehen) que tenía ya su tradición en la historia y en la teología, la hermenéutica, Freud allí también propone un terreno nuevo que no se implica en ninguna de ellas en particular y propone la INTERPRETACION (Deutung) al comienzo de su trabajo y CONTRUCCION una vez que ha encontrado un estatuto al interior de su disciplina para la pulsión.



Por otro lado se podrá interrogar de qué manera han incidido en el método finalmente analítico de Freud, hay que recordar que el significante PSICOANALISIS nombra no exactamente una disciplina sino un método, de que manera han incidido en la construcción del método analítico de Freud dos vertientes que estaban en su origen. El método CRITICo TRASCENDENTAL de Kant de quien toma apoyo para definir originalmente su objeto y del modelo físico químico, de las ciencias naturales a partir del cual propone que la palabra análisis significa descomposición, desagregación, lo cual hace pensar en la tarea del químico sobre las sustancias, de igual manera el analista se enfrenta con las pulsiones.







Notas



(1) HEIDEGGER, Martín. "La Epoca de la Imagen del Mundo" Caminos de Bosque. Madrid : Alianza Universidad (Número 793 ) 1984 Pág. 77



(2) ASSOUN, Paul Laurent. Introducción a la Epistemología Freudiana. España : Edit Siglo XXI, 1982. Pag.41



(3) ASSOUN, Paul Laurent. Ibid. Pág. 71.



(4) MARDONES, J.M. Filosofía de las Ciencias Humanas y Sociales. España : Anthropos, Editorial del Hombre. 1991. Pág 87



(5)FREUD, Sigmund. Lo Inconsciente. España : Edit Biblioteca Nueva 1973. Tomo II Pág. 2061



(6)FREUD, Sigmund. Ibid. Pág. 2064.



(7) FREUD, Sigmund. Proyecto de una Psicología para Neurólogos. España : Edit Biblioteca Nueva, 1973 . Pág. 211



(8) FREUD, Sigmund. Compendio del Psicoanálisis. España : Edit. Biblioteca Nueva, 1973. Tomo III pág. 3379



(9)BELLOCH, Amparo y Cols. Manual de Psicopatología. España : Edit Mc Graw Hill, 1997. Vol. II pág. 58.



(10)DSM IV



(11)FREUD, Sigmund. Lecciones Introductorias al Psicoanálisis. España : Edit. Biblioteca Nueva, 1973. Tomo II pág. 2159 y anteriores



(12)HEIDEGGER, Martín. Op. Cit. Pág. 81.



(13)FREUD, Sigmund. Las Neuropsicosis de Defensa. España : Edit. Biblioteca Nueva, 1973. Tomo I Pág 177.



(14)FREUD, Sigmund. Las Pulsiones y sus Destinos. España : Edit. Biblioteca Nueva, 1973. Tomo II Pág 2040.

domingo, 5 de septiembre de 2010

DECLINAN A UN PADRE: UN FANTASMA RECORRE EL PSICOANÁLISIS

Enrique Delgado Ramos



En la presente ponencia evaluaremos críticamente la amplia difusión que la hipótesis de la declinación del padre posee en la literatura psicoanalítica. Para ello, nos basaremos en los trabajos realizados por Markos Zafiropoulos (2002, 2006a, 2006b, 2006c) y, de acuerdo con este autor, sostendremos que la difusión de dicha hipótesis, a pesar de los datos históricos que la refutan, hunde sus raíces en la nostalgia del padre, propia de la novela familiar descrita por Freud (1988c). Partiendo de ello, destacaremos que el estudio psicoanalítico de las paternidades de nuestro tiempo requiere diferenciar y articular los aspectos estructurales e históricos relacionados con la constitución del psiquismo. De allí el valor heurístico de distinguir entre el padre de familia y la función simbólica del nombre del padre, pero también, entre el hijo de familia y el sujeto del inconsciente.

1. La hipótesis de la declinación del padre

Esta hipótesis puede encontrarse en autores de las más diferentes orientaciones teóricas, tanto en aquellas relacionadas con la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) como en las diferentes escuelas lacanianas. Enmarcada en los cambios que la estructura familiar ha experimentado a lo largo de los años, suele utilizarse con tres principales propósitos:

• Primero, para explicar el origen del propio psicoanálisis en la Viena de fines del siglo XIX, en donde la declinación de la familia patriarcal se habría percibido de manera particularmente intensa (Lacan 1978; Roudinesco y Plon 2008; Roudinesco 2006, 1994). Así, el psicoanálisis habría sido a la vez “(…) el síntoma y el remedio de un malestar de la sociedad burguesa, presa de las variaciones de la figura del padre “ (Roudinesco 2006: 100)

• Segundo, para explicar diversas manifestaciones del malestar en la cultura actual, como es el caso de los fenómenos de violencia social. Por ejemplo, Emiliano Galende destaca que:

“(…) los cambios en el lazo social, por la pérdida o atenuación de las identificaciones ideales con el padre, que, insisto, no abolían la agresividad pero la organizaban en sus sentidos colectivos e históricos, genera una violencia más flotante, inespecífica, que tiende a buscar su organización con la forma de colectivos de nuevo tipo, como bandas, grupos de “autoayuda”, neocomunidades, agrupamientos religiosos o místicos, nacionalismos xenófobos, fundamentalismos políticos o terrorismo” (Galende 1997: 234)

• Tercero, para explicar el incremento en la prevalencia de los trastornos narcisistas y borderlines, ó, en general, las denominadas “nuevas patologías” o los “nuevos síntomas”. Actualmente, estaríamos frente a configuraciones familiares distintas de la familia burguesa productora de las subjetividades estudiadas por Freud. En esa medida, las transformaciones sociales de la familia conllevarían un debilitamiento de las figuras identificatorias que estarían a la base de las problemáticas de estructuración subjetiva (Cantis 2000, Lasch 1991).

Un padre en declive cunde pues, tanto en la historia del psicoanálisis como en la clínica del caso y el análisis social. Veremos ahora algunos de los aspectos problemáticos que el sostener dicha hipótesis conlleva.

2. Problemáticas

Empecemos recordando cómo era la situación del pater familias romano, cuya autoridad social era menos absoluta de lo que en ocasiones se ha difundido. De acuerdo con el historiador Paul Veyne , si el pater familias tenía una esposa más noble y rica, ésta podía “pasar” tranquilamente de su autoridad. Asimismo, existía en Roma, aproximadamente un 30 % de población esclava, a cuyos padres no les corresponde ciertamente la imagen de un padre con una potente autoridad, posteriormente declinada. . Adicionalmente, Veyne nos refiere que en las familias de libertos podía darse que un hijo tuviera a su propio padre como esclavo. Muchas otras cosas se podrían decir respecto al mundo antiguo. Lo que queremos destacar es que el valor social del padre varía enormemente en cualquier periodo histórico o ubicación geográfica como para ubicar un declive particular en, por ejemplo, la Viena del siglo XIX.

Como se ha señalado, algunos autores han propuesto que la crisis familiar vienesa, caracterizada por el declive de la autoridad del padre, sería una línea explicativa del origen del psicoanálisis y el descubrimiento del Edipo. Sin embargo, si recordamos la situación social de los padres de los pacientes de Freud, es por lo menos difícil sustentar dicho planteamiento. Recordemos por ejemplo, cómo describe Freud al padre de Dora:

“En el caso cuyo historial nos disponemos a comunicar, el círculo familiar de la paciente – una muchacha de dieciocho años- comprendía a sus padres y a un único hermano, año y medio mayor que ella. La persona dominante era el padre, tanto por su inteligencia y sus condiciones de carácter como por las circunstancias externas de su vida, las cuales marcaron el curso de la historia infantil y patológica del sujeto. Gran industrial, de infatigable actividad y dotes intelectuales poco vulgares, se hallaba en excelente situación económica…” (Freud 1988d: 940)

Señalemos también que Max Graf, el padre de Juanito, era crítico y musicólogo en Viena, o que el padre de Serguei Constantinovich, el hombre de los lobos, era un político perteneciente a la nobleza terrateniente de Rusia (Roudinesco 2008, Zafiropoulos 2002) .

Respecto a la declinación del padre como línea explicativa del surgimiento de la violencia social, debemos recordar que los tiempos pasados no se han caracterizado precisamente por sus condiciones de paz, ya sea en el plano social o en el plano doméstico. Disponemos ciertamente de pocos datos al respecto, pero, por ejemplo, para el caso de Francia, sabemos con Theodore Zeldin que en 1851 la tasa de crímenes era de 19,7 por cada 100,000 habitantes. 100 años después, en 1946 esta tasa se redujo a 4,5 por cada 100,00 habitantes, es decir, cinco veces menos.

Con respecto a la violencia en el plano doméstico, pensemos que si aún hoy en día existe un sub reporte de las situaciones de violencia sobre la niñez o la mujer, a pesar de las conquistas en términos de derechos y de dispositivos legales en general, pues no tenemos motivos para suponer que en la antigüedad, cuando estos aspectos no estaban presentes, la violencia doméstica era menor. Pero yendo incluso más allá, el supuesto déficit de lo simbólico que, concomitante al declive del padre, estaríamos experimentando, olvida que lo simbólico no tiene solamente una función de orden, apolínea, sino también una cara letal: las masacres de masas se hacen, precisamente, en el nombre del padre (Zafiropoulos 2006a: 9). Si nos quedara alguna duda, recordemos entonces la historia de violencia política vivida en el Perú en las últimas décadas.

Ahora bien, respecto a la declinación del padre como explicación del surgimiento de las nuevas patologías, señalemos para empezar que este discurso sobre las nuevas patologías, no es tan nuevo en realidad. Desde la primera mitad del siglo XX diversos psicoanalistas creyeron ya atisbar un cambio en las patologías.

Un caso paradigmático es el de Lacan, quien entre 1938 y el inicio de los cincuenta postula una tesis que, de diversas formas, encontramos aún hoy en día. Resumiendo al máximo, en este primer periodo, Lacan propone que el debilitamiento (o ausencia) de la figura paterna conllevaría a una inadecuada estructuración psíquica, en tanto el aferramiento a la madre no sería compensado por la idealización de la figura paterna. Y es precisamente este agravamiento de la declinación de la imago paterna la que explicaría el cambio en la clínica que él cree observar. Por eso, señala Lacan (1978), el surgimiento de patologías como las toxicomanías, la anorexia, las violencias sociales y los suicidios no violentos. Curiosamente, varias de aquellas manifestaciones sobre las que, más de 70 años después, se destaca su actualidad.

Sin embargo, sabemos ahora que Lacan deduce sus planteamientos sobre la declinación de la imago paterna de la ley de contracción familiar durkhemiana, es decir, del supuesto paso desde las formas extensas de familia (familia patriarcal, familia paternal) hasta la familia conyugal, proceso que involucraría el debilitamiento social de la autoridad de su jefe . En esta línea, sabemos también, gracias a los datos obtenidos desde mediados de los sesentas por historiadores de la Escuela de Cambridge como Peter Laslett , que la ley de contracción familiar es históricamente insostenible. No obstante, debemos hacer justicia a Lacan, y señalar que, de la mano de Levi Strauss, deja de lado los planteamientos durkhemianos en favor de una perspectiva más bien estructural (Zafiropoulos 2002, 2006b) .

Nos hemos detenido un poco en este autor, pues su evolución conceptual muestra el paso desde un planteamiento culturalista, en el que la estructuración edípica sería una variable de lo social, hacia un planteamiento estructural en el que, más allá de las características sociales y ambientales, se destaca una función simbólica que puede, o no, ser encarnada por la persona del padre de familia. Es justamente por ello que:

“Incluso en los casos en que el padre no está presente, cuando el niño se ha quedado solo con su madre, complejos de Edipo completamente normales – normales en los dos sentidos, normales en cuanto normalizantes, por una parte, y también normales porque desnormalizan, quiero decir por sus efectos neurotizantes, por ejemplo- , se establecen de una forma homogénea con respecto a los otros casos” (Lacan, 1999: 172)

“Hablar de su carencia (del padre) en la familia no es hablar de su carencia en el complejo” (Lacan, 1999: 173).

En esta línea, la noción de Nombre del Padre nos permite diferenciar la persona del padre de la función simbólica que impone la ley primordial de la interdicción del incesto. Huelga decir que, en lo esencial, este segundo planteamiento es más cercano a las propuestas freudianas pues para él, el Edipo es universal y la propia sociabilidad es concomitante al parricidio originario (Freud 1988b)

3. Reflexiones

Los ejemplos mencionados nos han permitido mostrar cómo la hipótesis de la declinación del padre y sus correspondientes efectos patógenos, goza paradójicamente de buena salud, dentro y fuera del psicoanálisis, a pesar de que hace más de tres décadas sus fundamentos históricos hayan sido severamente cuestionados. ¿A qué se debe entonces su vigencia?

Seguramente muchos elementos inciden al respecto. Por nuestra parte, compartimos la interpretación de Zafiropoulos, quien sostiene que:

“Por lo tanto, bajo la nueva versión de la crisis de autoridad, la novela familiar analizada por Freud sigue infiltrándose no sólo en el registro de la opinión pública, sino también, y por el lado de los doctos, en las investigaciones socioclínicas, acreditando por lo mismo ese verdadero fantasma social que se podría enunciar del siguiente modo: un padre está decayendo." (Zafiropoulos 2006a:33)

Ahora bien, lo dicho hasta acá no significa, en modo alguno, desconocer la presencia de diversas transformaciones sociales que dificultan el ejercicio suficiente de la paternidad, como por ejemplo el hecho concreto del limitado tiempo que existe para la familia en las condiciones laborales exigidas por el capitalismo tardío. Tampoco desconocemos los cambios en el sistema patriarcal ni las diferencias que en el ejercicio de la autoridad paterna podríamos encontrar quizá entre algunos de nosotros y nuestros abuelos. Lo que planteamos más bien es que el estudio de estos aspectos no debe venir acompañado de una ficción, según la cual "había una vez... una familia y un jefe protectores".

Asimismo, tampoco se pretende restar importancia al campo de las relaciones con la imagen y la persona que encarne la función paterna. Lo que destacamos es que debe distinguirse dicho registro de los efectos inconscientes de la función paterna propiamente dicha (Lacan 1984: 267). En esta línea, es importante examinar sin sobrestimar la novedad y el impacto de los nuevos roles paternos sobre la estructuración psíquica. La contundencia de las transformaciones socioculturales tanto en el caso de la paternidad como en muchos otros aspectos, conllevan el riesgo de que en el estudio de las mismas se incurra en un familiarismo que no distingue, ni relaciona con claridad los aspectos estructurales e históricos de la constitución psíquica.

Sabemos desde Freud que el sujeto está descentrado del yo. En esa línea, es importante distinguir entre el in - dividuo y el sujeto dividido, el sujeto del inconsciente, el cual excede la socialización del hijo de familia. Precisamente, los conceptos de Nombre del Padre y Sujeto del Inconsciente rompen con la posibilidad de establecer una continuidad lineal entre los cambios sociales, como los relacionados con el ejercicio contemporáneo de la paternidad, y la constitución psíquica. Evitemos malentendidos, no sostenemos que no exista relación, sino que ésta dista de ser refleja como consideramos ocurre cuando se relacionan especularmente las características de la “cultura narcisista” con las patologías narcisistas (p.e. Lash 1991). Estas perspectivas descuidan el elemento de ruptura con lo social presente también en el síntoma, en tanto expresión de la singularidad del sujeto y en tanto manifestación de las limitaciones de la homogenización de las modalidades de satisfacción pulsional (goce) prescritas por la cultura (Soler 2001).

Señalemos para concluir que la comprensión de los aspectos estructurales e históricos relacionados con la paternidad, supone para el psicoanálisis un auténtico reto conceptual y metodológico: la articulación de la clínica del caso y la clínica de lo social. Dicho aspecto será materia de otros trabajos.

REFERENCIAS

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(1988c)Volumen 7 (1908). La novela familiar del neurótico.

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Ureta de Caplansky, M. (1994). Histeria y border: ¿Qué le ofrece la cultura a la mujer? En Andares. Revista de la Asociación de Psicoterapia Psicoanalítica, 1, 62-68.

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(2006b). Lacan y Lévi —Strauss o el retorno a Freud (1951-1957). Buenos Aires: Manantial.

(2006c). Psychanalyse et pratiques sociales ou la preuve par la psychanalyse. En Assoun, P.L. y Zafiropoulos, M. (dir). Psychanalyse et Sciences sociales. Universalité et historicité. Paris: Economica – Anthropos.

(2002). Lacan y las ciencias sociales. La declinación del padre (1938-1953). Buenos Aires: Nueva Visión.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El paradigma del desencadenamiento. Jacques Lacan y el campo de la psicosis

José Méndez *


A- Introducción


Con la desaparición de Lacan, en el campo de la psicosis, quedan extendidos los lazos para anudar con mayor teoría la clínica. La segunda clínica de Lacan deja preparada cuestiones que serán abordadas por sus discípulos en este campo. Es posible, que estemos en los principios de esta consolidación de una primera etapa en estas cuestiones, los encuentros de Anger, Arcachon y Antibes, en los fines del 90´, podrían ser considerados incipientes movimientos que intentan plasmar, una relectura de la herencia lacaniana en materia de psicosis. Esta evolución de conceptos, por el momento, parece algo dispersa y debe consolidarse con la clínica.



El concepto de la forclusión del nombre del padre, no modificó el planteamiento de la cura analítica en la psicosis, no obstante, luego de la muerte de Lacan algunos de sus discípulos comienzan con “el otro centramiento” del que habló el “maitre”; si bien lo no reprimido no se interpretará, será posible alguna elaboración. Se modifica, entonces la clínica de la psicosis apuntando a una moderación del goce para permitir una elaboración de suplencias. Esto cuestiona la pertinencia del concepto de forclusión del nombre del padre.



La pluralización del nombre del padre, su declinación y aplicación en los nudos borromeos y la fijación final al síntoma permitieron el encuentro con otras soluciones subjetivas en materia de suplencia a la función del Padre.



Precisamente, la pluralización del Nombre del Padre, permite la apertura hacia una ley subjetiva que se sostiene en el sinthome ya que este anuda el goce-sentido, por lo cual el Nombre del Padre ya no puede ser considerado un universal, sino una invención subjetiva posible. La forclusión no será, entonces, entendida como un universal a reparar, existirá la posibilidad de suplencias en la psicosis, relacionadas con la clínica borronea. De esto se testimonia en Angers, Arcachon y Antibes. Entonces, tenemos:





1) Primera clínica, discontinuista con el mantenimiento de categorías netas como neurosis-psicosis-perversión. Es segregativa, con un rasgo diferencial permanente –el Nombre del Padre- cuya represión o forclusión define una estructura neurótica o psicótica.





2) Segunda clínica, continuista, dedicada al estudio de las deformaciones o rupturas de los anudamientos de la estructura del sujeto. En la que no se puede distinguir un elemento diferencial, que no es segregativa y a partir de la cual se amplía la concepción del Nombre del Padre, se toma su pluralización. Entonces, la metáfora paterna es un aparato del síntoma entre otros cuyo fin será el de garantizar la articulación entre la operación significante y sus consecuencias sobre el goce del sujeto.


Para leer el texto completo ir a: http://www.psikeba.com.ar/articulos/JM_psicosis_paradigma_desencadenamiento.htm

CLÍNICA LACANIANA DE LOS FENÓMENOS ELEMENTALES EN LA PARANOIA: HISTORIA Y TEORIA

Kepa Matilla


Complejo Asistencial de Burgos

Resumen:

En este texto intentamos dar ciertas indicaciones sobre la cuestión de los llamados «fenómenos

elementales» en la paranoia, entendida ésta tanto en el sentido prekraepeliniano

como en su versión reducida. Dicha cuestión es de lo más escabrosa por cuanto afecta directamente

a ciertos aspectos clínicos: los fenómenos elementales inclinan el diagnóstico

hacia la psicosis y poseen la misma estructura que la locura plenamente articulada. Se tratará

la cuestión de la relación de tales fenómenos con las alucinaciones y los delirios en la

historia de la psiquiatría, haciendo hincapié en cómo Jacques Lacan retoma dicha problemática.

También nos centraremos en la interpretación, fenómeno por excelencia de la

paranoia.

Palabras clave: fenómenos elementales, alucinación, delirio, Lacan, paranoia, historia de la psiquiatría.
 
Para leer el texto completo: http://www.frenia-historiapsiquiatria.com/pdf/fasciculo%2012/Kepa%20Matilla.pdf

viernes, 3 de septiembre de 2010

LA ESTRUCTURA:

¿ES PERTINENTE AÚN PARA LA CLÍNICA PSICOANALÍTICA?


Carlos Guzzetti Luis Vicente Míguelez





La estructura no tiene preferencia por nadie; es, pues, terrible (como una burocracia).

No se le puede suplicar, decirle: “Vea como soy mejor que H . . .”

Inexorable, responde: “Usted está en el mismo lugar; por lo tanto es H . . .”

Nadie puede alegar en contra de la estructura.


Roland Barthes
Fragmentos de un discurso amoroso









La noción de estructura aporta a la clínica psicoanalítica una dimensión superadora de la descripción sintomática. En esto reside una de las diferencias del diagnóstico en psicoanálisis respecto de la concepción médica. Así síntomas semejantes pueden formar parte de cuadros clínicos completamente diferentes.



Las estructuras clínicas han sido concebidas como modo de posicionamiento del sujeto ante el drama universal de la castración. La clínica de nuestro tiempo nos ha enseñado también a reconocer las fronteras de esta conceptualización.



Tal vez sea conveniente hablar de lo paradojal de la estructura en tanto caracterizada más por su falla que por su consistencia. Es lo que hace que el sujeto no se asiente bien en ella y que el cálculo de lo por venir sea siempre poco certero. Reducir esta falla a la castración deja a la experiencia analítica enflaquecida. Si bien el complejo de Edipo y su articulación con la castración es ciertamente estructurante del psiquismo no deberíamos confundirlo con la estructura psíquica.



¿Será posible conservar la estructura y no perder la libertad del sujeto? Cierto es que no podemos asegurar nada respecto a la libertad, pero pensamos que algo de lo que aún no está determinado (a diferencia de una burocracia) es necesario habilitar en un análisis. Que la falla de la estructura devenga en apertura hacia el otro.



La alteridad radical sería entonces, la manera en que se hace presente lo no estructurante de la relación con el Otro. En esta dimensión se juegan la locura y la creación artística y también todo lo que en la experiencia analítica escapa a la interpretación, si bien no a su trabajo.



La labor analítica bascula entre el determinismo estricto y la apertura a un “nuevo comienzo” que da lugar a la acción del azar. Azar del encuentro con el otro, el que pueda producirse en la escena transferencial. El trabajo sobre la transferencia en tanto actualización de los fantasmas del sujeto es soportado por la presencia del analista en su singularidad, esencialmente incalculable. Descompletando por definición toda estructura, su presencia real habilita una magnitud transverbal que posibilita un nuevo comienzo, un verdadero acontecer en el que la palabra adquiera dimensión realizativa.



Lo nuevo, lo por venir ¿será lo que la estructura fije, transformando lo venidero en un recuerdo del pasado a la manera del déjà vu o bien la oportunidad para que lo incierto tenga su manifestación, creando en el tiempo una brecha en la que el pasado y el futuro no aniquilen al presente?



La experiencia analítica contiene, para decirlo en términos literarios, el sonido y la furia, que ponen en permanente cuestión a la estructura del relato. Acaso en esto consista la libertad que el acto analítico ofrece a la cultura de nuestra época: escribir lo indecible.

jueves, 26 de agosto de 2010

La concepción lacaniana de la psicosis en el seminario 3

La concepción teórica que Lacan propone de la psicosis parte de situar en primer plano la relación del sujeto con el lenguaje. Es en función de esta idea que plantea retomar el término de “automatismo mental” de Gaetan de Clérambault para designar esos fenómenos en que el lenguaje se pone a hablar por sí solo, y que se caracterizan por ser fundamentalmente anideicos, es decir, no conformes a una sucesión de ideas.



30-10-2007 - Por Daniel Larsen

Fuente: www.elsigma.com







La concepción teórica que Lacan propone de la psicosis parte de situar en primer plano la relación del sujeto con el lenguaje. Es en función de esta idea que plantea retomar el término de “automatismo mental” de Gaetan de Clérambault para designar esos fenómenos en que el lenguaje se pone a hablar por sí solo, y que se caracterizan por ser fundamentalmente anideicos, es decir, no conformes a una sucesión de ideas.

En relación a este tema, en el Seminario 3 dedicado a Las Psicosis, Lacan dice lo siguiente: “Precisamente, porque es llamado en el terreno donde no puede responder, el único modo de reaccionar que puede vincularlo a la humanización que tiende a perder, es presentificarse perpetuamente en ese comentario trivial de la corriente de la vida que constituye el texto del automatismo mental”. (1)



Los fenómenos clínicos de la psicosis se caracterizan por lo que Lacan llama inercia dialéctica y dan cuenta de un déficit en el polo metafórico del lenguaje. El significante del síntoma ha perdido sus lazos con el resto de la cadena significante, se ha separado y permanece aislado, como un significante en lo real.



Un ejemplo claro de esto que venimos diciendo lo encontramos en el neologismo. Este se caracteriza por ser un término indefinible, que no entra en relación con otros términos al modo del diccionario, siempre está como fuera de contexto, como un significante extraido de lo simbólico. Otro ejemplo es la certeza inconmovible que domina al psicótico que cree que algo de lo que sucede le concierne, se refiere a él, se dirige a él.



Estas ideas Lacan las va a sostener hasta el final en su enseñanza. Incluso en su Seminario 23 sobre El Sinthome va a precisar que lo característico de la psicosis es el fenómeno de la palabra impuesta.



La relación con el lenguaje implica, para el sujeto, sentir una intimación perpetua, una solicitación, incluso una conminación, a manifestarse en ese plano. Nunca, ni por un instante, el sujeto debe dejar de testimoniar que él está presente, que es capaz de responder. No estarlo sería la señal de lo que se llama una descomposición.



El desencadenamiento de la psicosis se produciría cuando el sujeto recibe, desde el campo del Otro, un llamado a responder desde un significante que no posee.



En el Seminario 3 Lacan utiliza, tomándolo de Freud, el término alemán verwerfung para designar el mecanismo causante de la psicosis. Si bien hay momentos en que lo plantea con cierta ambigüedad y da a entender que se trataría de un rechazo de un significante que quedaría excluido de lo simbólico, creo que más bien alude a una falla en la constitución misma de lo simbólico, a una carencia básica de un significante primordial.



En la página 361 dice lo siguiente: “La noción de verwerfung indica que previamente ya debe haber algo que falta en la relación con el significante, en la primera introducción, a los significantes fundamentales.



Esta es, evidentemente, una ausencia irreparable para toda búsqueda experimental. No hay ningún medio de captar, en el momento en que falta, algo que falta. En el caso del presidente Schreber sería la ausencia del significante masculino primordial, al que pudo parecer igualarse durante años: parecía sostener su papel de hombre, y ser alguien, igual a todo el mundo” (2)



Si bien en distintos momentos del Seminario Lacan habla de diferentes significantes primordiales, dando a entender, de esta manera, que se trataría de varios, con la imagen de la carretera principal produce un pasaje del plural al singular, dejando bien claro que no se trata de cualquier significante, que el significante primordial en cuestión es el significante del nombre del padre. La carretera principal es un ejemplo de la función del significante en tanto que polariza, aferra, agrupa en un haz a las significaciones.



La función del padre, dice Lacan, no es pensable de ningún modo en la experiencia humana sin la categoría del significante. La simple sumatoria de los hechos de copular con una mujer, que ella lleve luego en el vientre algo durante cierto tiempo y que ese producto termine siento eyectado, nunca puede llegar a constituir la noción de qué es ser padre. El sujeto puede saber muy bien que copular es realmente el origen de procrear, pero la función de procrear en cuanto es significante de otra cosa. Para que procrear tenga su sentido pleno, es aun necesario, en ambos sexos, que haya aprehensión, relación con la experiencia de la muerte que da al término procrear su sentido pleno.



El significante ser padre hace de carretera principal hacia las relaciones sexuales con una mujer. Si la carretera principal no existe, nos encontramos con cierto número de caminitos elementales, copular y luego la preñez de la mujer.



Sólo a partir del momento en que buscamos inscribir la descendencia en función de los varones podemos decir que hay una innovación en la estructura, se introduce un corte, que es la diferencia de generaciones. La introducción del significante del padre introduce de entrada una ordenación en el linaje. Esta es una de las facetas más importante de la función del padre, la introducción de un orden, un orden simbólico, cuya estructura es diferente a la del orden natural.



Veamos ahora en qué momento de su vida se desencadena la psicosis de Schreber. En varias oportunidades estuvo cerca de llegar a ser padre. De golpe se encuentra investido de una función social considerable, y que tiene para él mucho valor: lo nombran presidente de la Corte de Apelaciones. Es introducido, de esa manera, en la cumbre de la jerarquía legislativa, entre los hombres que hacen las leyes y que además son todos veinte años mayores que él: perturbación del orden de las generaciones. Esa promoción de su existencia nominal, producida por un llamado expreso de los ministros, exige de él una integración renovadora.



Para Lacan “el presidente Schreber carece de ese significante fundamental que se llama ser padre. Por eso tuvo que cometer un error, de enredarse, hasta pensar llevar él mismo su peso como mujer. Tuvo que imaginarse a sí mismo mujer, y efectuar a través de un embarazo la segunda parte del camino necesario para que, sumándose una a otra, la función de ser padre quede realizada”. (3)



Hacia el final del Seminario, Lacan hace explícita referencia a los conceptos freudianos de complejo de Edipo, castración y falo planteando que la función del padre es la de representar ser el portador del falo. “El padre en tanto padre tiene el falo: y nada más”. Y más adelante: “lo que está ahí en juego no es un triángulo padre-madre-hijo, sino un triángulo (padre) falo-madre-hijo. ¿Dónde está el padre ahí dentro? Está en el anillo que permite que todo se mantenga unido”. (4) (Se puede ver que ya a esta altura de su enseñanza Lacan ya tenía idea de lo que desarrollaría veinte años más tarde como “cuarto nudo”)



Por último digamos que en ulteriores desarrollos Lacan va a relativizar el carácter de único o incluso de absoluto que le otorgaba en este seminario al nombre del padre. Va a pasar del singular al plural, va a hablar de los nombres del padre, pero manteniendo, a la vez, el nombre del padre como lugar; lugar al que podrían llegar a advenir los diferentes nombres del padre.





Bibliografia



Jacques Lacan: Seminario 3, Las Psicosis, Ed. Paidós, Barcelona, 1984, pág. 438.

Ibid., pág. 361.

Ibid., pág. 418.

Ibid. pág. 454.

Conversación con Jean-Claude Maleval [1]

Por Emilio Vaschetto y Elena Levy Yeyatti







Conversación llevada a cabo el 25 de abril de 2008 en ocasión del Congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, con Elena Levy Yeyati y Emilio Vaschetto, y la colaboración de Daniela Rodríguez de Escobar en la traducción y elaboración de preguntas.



Como podrá valorarse el tono de esta conversación es esencialmente clínico y conceptual, haciendo énfasis en la clínica con las psicosis y en particular en el programa de investigación de las psicosis ordinarias sin por ello dejar de interrogar el valor heurístico de éstas.





Elena Levy Yeyati: Las siguientes preguntas están inspiradas en su libro La forclusión del nombre del padre[2], texto en el que usted sostiene que si bien sigue la enseñanza que Miller viene desarrollando en los últimos 30 años respecto de la "axiomática del goce", su trabajo no expresa "una opinión colectiva: no deja de ser un planteamiento singular..."



J.C. Maleval: El trabajo que doy a conocer es a la vez colectivo, ya que es una lectura clásica de Lacan, y al mismo tiempo es mi lectura singular debido a que hay muchos matices, digamos, de lectura…



E.L.Y.: En El Sinthome podemos leer "anoche me preguntaron si había otras forclusiones además de la que resulta de la forclusión del nombre del padre. Es muy cierto que la forclusión tiene algo más radical. El Nombre del Padre es, a fin de cuentas, algo leve. Pero es verdad que eso allí puede servir, mientras que la forclusión del sentido por la orientación de lo real, pues bien, aún no hemos llegado a eso..." ¿Se desprende de indicaciones de este tipo que es legítimo generalizar la psicosis?



J.C.M.: No. Es un debate central actualmente en la Escuela, hay dos tendencias en la Escuela: la de mantener tres estructuras, incluso cuatro, con el autismo, y la de decir que no hay más referencia que al sinthome y que eso hace desaparecer la estructura de cierta manera. El sinthome en la psicosis no es lo mismo que en la neurosis.



Cuando se pasa de la estructura al sinthome no desaparece la estructura. La estructura la reencontramos en el sinthome, hay sinthome desabonado del inconciente como en Joyce, hay sinthome que se articula al Otro, en el sinthome erótico, hay que precisar el sinthome en la perversión, es un sinthome fetichizado en la perversión, la estructura de la perversión es más complicada … y luego en el autismo, el sinthome es el cuerpo, es el objeto cuerpo…. Hay sin duda muchas formas del sinthome a precisar, en Joyce el sinthome está desabonado del inconciente…. Miller también propone precisar las diferentes formas de sinthome.



Emilio Vaschetto: ¿Podríamos pensar si el sinthome implica el lazo social?, es decir, si todo sinthome, de por sí, implica el lazo social. Pues tenemos el ejemplo que usted publicó en el libro Psicosis actuales de Raymond Russell.



J.C.M.: Es una pregunta difícil, donde la respuesta no es evidente. Depende de la definición que uno dé de sinthome, cómo lo vamos a delimitar. Hay cosas que hacen de enganche en la estructura -es una manera de decir que es un sinthome en todos los casos. Pero hay un sinthome diferente, un sinthome degradado, (como tengo tendencia a decir); lo que hace sinthome en ciertas psicosis, o en el autismo donde el sinthome no implica forzosamente el lazo social. Hay una gradación de síntomas creo.



En el autismo el sinthome no implica necesariamente el lazo social…¿El objeto artístico es un sinthome?, podemos decir no….es una excepción diferente del sinthome, si uno lo limita al significante unario, ¿es que el sinthome de Joyce hace lazo social? Sí, pero limitado. Sin embargo no tengo verdaderamente la respuesta , es una pregunta interesante…



E.L.Y.: .. - La defensa decidida de Maleval acerca del causalismo de la "forclusión del NP" para dar cuenta de la psicosis llama la atención, ¿considera necesario mantener un uso restringido de la forclusión o de fenómenos que se pueden pensar que derivan de la forclusión del NP (como las alucinaciones verbales de tipo esquizofrénicas)?



J.C.M.: Para toda psicosis hay forclusión del Nombre del Padre, en la esquizofrenia, la paranoia, la psicosis maníaco depresiva y el autismo…es mi tesis y es así mismo la tesis que hoy sostiene Miller en la Escuela. Aunque haya una tendencia del nudo borromeo, las tres estructuras bien diferenciadas se conservan, Miller al menos sostiene eso.



E.L.Y.: ¿Cuáles son las evidencias para sostener la necesidad de la forclusión del Nombre del Padre para el diagnóstico de psicosis? Vivimos en una época donde son tantos los factores causales, información genética, factores ambientales, que hacen a una causalidad indeterminada



J.C.M.: La forclusión del Nombre del Padre no es causal, es una estructura ,donde yo no sostengo que la carencia del padre en el discurso del Otro determina la psicosis, otros factores, genéticos, ambientales, intervienen, la forclusión no es un factor causal, es una estructura, es un modo de funcionamiento del sujeto, la causa son factores diversos, no se sabe exactamente…



E.L.Y.: Entre causalidad y descriptivismo, como tendencias epistemológicas, sería esta idea más descriptivista?



J.C.M.: No me gusta el término descriptivo. El modo de funcionamiento del sujeto, la estructura, permite ver cómo funciona el sujeto y esto tiene incidencias sobre la conducción de la cura, esa es la importancia para nosotros, el interés de la estructura psicótica es que tiene incidencias sobre la conducción de la cura



E. V.: ¿Hay un fenómeno elemental característico dentro de una estructura en particular: de la esquizofrenia, de la paranoia etc…?



J.C.M.: No, hay una estructura de la psicosis, y la esquizofrenia y la paranoia no son estructuras, hay un pasaje de una a otra. El fenómeno elemental remite a la estructura de la psicosis…..Hay varios tipos de fenómenos elementales, es una clínica muy larga, trastornos de lo imaginario, simbólico y real: la imagen del cuerpo, trastornos específicos del lenguaje, trastornos del goce, tres suertes de fenómenos elementales, etc



E.L.Y.: En El Sinthome Lacan generaliza la forclusión, el rechazo del sentido de lo real, eso autorizó una línea de investigación por la que avanzó Miller partiendo de la noción de "forclusión generalizada"... Maleval critica "La extensión del campo de la psicosis caracteriza a la clínica lacaniana actual (psicosis ordinaria)..." Pero, si la creencia en el padre, a quien se demanda amor, no está en juego en muchos problemas clínicos actuales – anorexia, bulimia, border line-¿no autoriza esto a hablar de forclusión del Nombre del Padre, por lo tanto de psicosis "ordinarias"?



J.C.M.: Creo que hay que despegar la demanda de amor al padre de la función paterna, la función paterna es más larga que el amor al padre, puede ser el sinthome, etc En la psicosis ordinaria efectivamente hay una extensión de la noción de psicosis, hay una estructura que es importante… cada vez más seguido, en Francia, como aquí,la mitad de nuestros pacientes son psicosis ordinaria…entonces en la psicosis ordinaria hay forclusión del Nombre del Padre efectivamente. La anorexia, la bulimia, el borderline - que es un diagnóstico para todo- … La anorexia es un síndrome, hay anorexias psicóticas, neuróticas….



E. V.: ¿La psicosis ordinarias son efectivamente psicosis?



J.C.M.: Sí, el fenómeno elemental que hablábamos hace un rato, lo encontramos de una manera discreta en la psicosis ordinaria. Es necesario el fenómeno elemental para hablar de psicosis. La psicosis ordinaria se discierne por manifestaciones discretas de la clínica de la forclusión.



E.L.Y.: ¿Todo el mundo está de acuerdo sobre esto?



J.C.M.: Sí, hay acuerdo en la Escuela, está el libro que ustedes conocen La psicosis ordinaria...



E.L.Y.: Como idea del fenómeno elemental tengo la intrusión xenopática del lenguaje



J.C.M.: Lacan en el Seminario Las psicosis lo define así, pero es provisorio …La clínica de los nudos aporta algo Miller dice los nudos son una metáfora….la clínica de nudos nos interesa en la psicosis ordinaria porque vemos que el registro imaginario desanudado, si hacemos la hipótesis que la forclusión del Nombre del Padre se traduce en términos de nudo, de un nudo no Borromeo, podemos concebir clínicamente que el dejar caer de Joyce es un fenómeno elemental, que no es un trastorno del lenguaje. Es un otro trastorno del goce..



E.L.Y.: es un concepto difícil de trasmitir para diagnosticar psicosis.



J.C.M.: Yo lo enseño regularmente. Hice un texto que puede ayudarlos Elementos para una aprehensión clínica de la psicosis ordinaria, está en internet en la Universidad de Toulousse en la sección clínica…



E.L.Y.: En "Clínica Irónica" aparecida en 1993 Miller señala que frente a una clínica diferencial de la psicosis hay una clínica universal del delirio: "todo el mundo delira", y rechaza la normativización edípica para fundar una psicopatología. ¿Qué piensa de "todo el mundo delira", enunciado ligado a la noción de forclusión generalizada? ¿Y de la idea de que todo lenguaje es un trastorno del lenguaje?



J.C.M.: Es necesario comprender bien eso, todo el mundo delira, todo el mundo es loco, pero no todo el mundo es psicótico, todos deliran porque no hay referencia a lo que decimos, pero no es lo mismo que el delirio psicótico, la forclusión generalizada quiere decir que es la relación al lenguaje, la forclusión generalizada es el agujero del A, el agujero del Otro, el Otro está agujereado para todos, la forclusión generalizada es muy diferente a la forclusión del Nombre del Padre .



La forclusión generalizada quiere decir que el Otro es agujereado para todo sujeto. En el caso del neurótico y el perverso tenemos el Nombre del Padre para construir un fantasma pata protegerse de la beance del Otro, el psicótico no tiene en Nombre del Padre para protegerse de la forclusión generalizada, es una segunda forclusión, no tiene cómo protegerse, el goce del Otro le vuelve, no hay fantasma para protegerse de lo real…



E.L.Y.: ¿La clínica es binaria o hay una clínica continuista?



J.C.M.: Hay cuatro estructuras: psicosis, perversión, neurosis, autismo. El autismo es un poco diferente de la psicosis, es la tesis de los Lefort, yo creo que es justa. La cuarta estructura es la tesis de los Lefort.



E.L.Y.: ¿Se puede hacer un diagnóstico de psicosis más allá del binarismo?



J.C.M.: No … el sinthome no tiene consecuencias para la dirección de la cura, es la estructura la que tiene consecuencias sobre la dirección de la cura.



A propósito de la clínica continuista está en el interior del campo de la psicosis , esquizofrenia, paranoia, se pasa de un polo al otro, pero en el exterior hay estructuras.



E.V.: Efectivamente es como usted lo plantea en su libro La lógica del delirio.



E.L.Y.::¿ Tiene pacientes inclasificables, que no sabe cómo diagnosticarlos?



J.C.M.: Sí, eso ocurre, pero a lo largo de un año de trabajo es raro no saber qué diagnóstico asignar.



E. V.: Podemos tener muchos pacientes no clasificados, pero en la manera de intervenir tenemos una hipótesis de la estructura.



J.C.M.: Es la primera cosa que me pregunto…la estructura orienta la dirección de la cura….no hay muchos enfermos inclasificables, es verdad que algunos casos, que son raros, tardamos en diagnosticar la estructura, para conducir la cura tenemos una idea de la estructura efectivamente.-







1- Esta transcripción ha sido desgrabada por Carolina Alcuaz y corregida por los interlocutores.

2- Maleval J.C. La forclusión del Nombre del Padre: el concepto y su clínica Buenos Aires: Paidós, 2002



Fuente: virtualia@eol.org.ar

viernes, 16 de julio de 2010

La medicalización del psicoanálisis: su envenenamiento

El tema de este texto alude a la superposición de dos órdenes de saber cuya lógica es bien diferente. No se tratará, por lo tanto, de negar la pertinencia del saber de las ciencias médicas por las vías de un totalizador saber psicoanalítico, sino de destacar las interferencias epistémicas y las resistencias que esta intersección tensionante y conflictiva produce, respecto de tres cuestiones que resultan fundamentales para considerar. Estas son: 1. El diagnóstico y su psiquiatrización; 2. “Cuando la medicación toma la palabra” y 3. La presentación de enfermos, también llamada presentación de pacientes. Atraviesa estas cuestiones una pregunta: la concerniente a la ética que como analistas nos concierne.



14-10-2008 - Por José Grandinetti

Fuente: http://www.elsigma.com/











Aclaremos de entrada que el tema de esta conferencia alude a la superposición de dos órdenes de saber, cuya lógica es bien diferente.



No se tratará, por lo tanto, de negar la pertinencia del saber de las ciencias médicas por las vías de un totalizador saber psicoanalítico, sino de destacar las interferencias epistémicas y las resistencias que esta intersección tensionante y conflictiva produce.



A tal punto se refiere a esta negación —que implica el desconocimiento sistemático de la producción de verdades propias a cada “orden ficcional”— que también podríamos referirnos (y en parte lo haremos) a esa posición que caracteriza a cierto idealismo psicologista post-freudiano, que el sociólogo Robert Castell denominó “psicoanalismo”. Dejemos en claro, entonces, que esta posición dominante, si bien no participa de su lógica interna —esto es su ética— también puede provenir del psicoanálisis. Imaginarización del psicoanálisis que Freud denominó “visión del mundo”, y que puede pretender introducirse, en tanto Amo, tendenciosamente en otros saberes. Ahora sí, respecto del tema que nos convoca podemos decir que, si bien el camino a la medicalización del psicoanálisis está plagado de supuestas buenas intenciones, nos referiremos en esta oportunidad a tres cuestiones que creemos fundamentales para considerar. Estas son:



1. El diagnóstico y su psiquiatrización



2. “Cuando la medicación toma la palabra” y



3. La presentación de enfermos, también llamada presentación de pacientes.



Por supuesto que la referencia a la medicalización no elude otras formas de envenenamiento, tales como las supuestas supervisiones transformadas en interconsultas, o las relaciones entre analistas no mediadas por el texto del paciente, en ateneos médicos. Vuelvo a subrayar que no se trata de eludir las interconsultas o la participación en ateneos, sino de la tergiversación de un dispositivo por otro. Se trata de dispositivos tal como los define no sólo el psicoanálisis, sino también Foucault, esto es: una red que puede establecerse entre lo dicho y lo no dicho, estrategias de relaciones de fuerzas soportando tipos de saber y soportados por ellas.











1. El diagnóstico y su psiquiatrización en psicoanálisis







La historia del psicoanálisis ilustra maravillosamente bien los diferentes puntos de vista que este término “diagnóstico”, proveniente del campo del saber médico, ha tenido y sigue teniendo en el territorio psicoanalítico. Recordemos que para Sigmund Freud el diagnóstico no sólo estaba destinado a preservar al psicoanálisis de una extensión clínica desmedida, que anulase su eficacia (no analizar a “tontas y a locas”), sino que tenía además (y en esto radica a mi entender su fundamento) fuertes implicancias lógicas.



Si bien Freud limitó su praxis a la “atención” de neuróticos, no estableció por ello este límite para el ejercicio del psicoanálisis. Los avances de sus discípulos en lo referente a la aplicación del psicoanálisis —al tratamiento de niños, a los psicóticos y a las afecciones psicosomáticas— contaron con su aval, y fueron seguidos por él con especial interés, como se puede situar en la correspondencia Jung-Freud. Otro tanto podríamos decir respecto del psicoanálisis y la educación (correspondencia Freud-Pfister) y la del psicoanálisis con niños y adolescentes. El apoyo que Freud dio para la constitución de lugares de atención, no sólo de las neurosis, sino del agregado de la pobreza y el desamparo, se refleja en sus comentarios respecto del trabajo de Anton Von Freund, S. Ferenczi y Max Eitingon, por citar a los más destacados.



Cuando decimos que el diagnóstico está en Freud estrechamente vinculado a la lógica psicoanalítica, nos referimos al valor que éste adquiere ligado al concepto de transferencia. Desde una perspectiva freudiano-lacaniana, el diagnóstico de la estructura sólo es posible, analíticamente, si consideramos su articulación con la transferencia. De la transferencia resultará la puesta en acto de la estructura. De allí que hablar de un diagnóstico de estructura, implique necesaria y solidariamente el concepto de transferencia.



En tanto analistas, no podemos dejar de considerar, tal como proponía Freud en contraposición a la psiquiatría, las variaciones diagnósticas que se producen a partir de la intervención analítica.



En algunos pasajes de la correspondencia que Freud mantuviera con O. Pfister, se destaca su preocupación por el diagnóstico, pero, claro está, desde una nueva perspectiva —me refiero a la psicoanalítica— que le llevará a decir que tiene que dejar el problema médico del diagnóstico para dirigirse al material vivo de la transferencia.



Ese abandono de la posición médica, no sólo respecto del diagnóstico-pronóstico, sino también en la apreciación de las inhibiciones, los síntomas o la angustia, implica de parte de Freud, el reconocimiento de una incompatibilidad epistémica entre el determinismo causa-efecto propio de las ciencias biológicas y médicas, y el concepto de causalidad psíquica. Este determinismo causa-efecto que anida “pertinentemente” en las ciencias biológicas, cuando se infiltra en el psicoanálisis escamotea, no sólo el concepto de causalidad psíquica, sino que desatiende además la influencia de otros factores que concurren en las producciones de sentido.



El rechazo a la transferencia y su exclusión de las “consideraciones diagnósticas”, es sin duda un velado rechazo al psicoanálisis, que suele conducir a un ejercicio clasificatorio que puede resultar fructífero en el campo del saber médico, pero insuficiente y riesgoso en la práctica del psicoanálisis. Este horror a la transferencia por parte de algunos analistas debería hacernos pensar los efectos que éste acarrea a la hora de hablar de las “actualizaciones psicoanalíticas” [*]. Dicho de otra manera: eso que llamamos ejercicio diagnóstico más acá de la transferencia, y en el que suelen entretenerse algunos “psicoanalistas” me parece la expresión más cabal de una ramificación encubierta de la primitiva hostilidad y repugnancia al psicoanálisis. No se trata, entonces, de una calificación del diagnóstico como una suerte de hobby, tal como por otra parte lo expresaban algunas corrientes antipsiquiátricas, disfrazadas analíticamente. Nada de eso. Al decir que el diagnóstico puede resultar un entretenimiento fatuo, me refiero al hecho de no considerar el “factor analista” que entra en juego en toda puesta en acto de la estructura.



Este factor es incluido por Freud a tal punto que sus consideraciones acerca del diagnóstico aparecen siempre ligadas a aquello que ocurre en el terreno de la transferencia. En la correspondencia de Freud con Jung y con Pfister se señala ampliamente esta cuestión. Otro tanto podemos decir de los primeros “Estudios sobre la histeria”, os llamados “Escritos técnicos” y el “Psicoanálisis profano”.



Por lo tanto, más allá de las prevalencias de un determinado “diagnóstico”, resulta insoslayable situar las condiciones que posibilitan un ordenamiento de la estructura en transferencia. Ese ordenamiento no concluye estrictamente en las denominadas entrevistas preliminares, llevando a Freud a considerar, por lo tanto, un tiempo analítico de prueba.



En la práctica analítica, no se trata solamente de obsesivos, histéricas, paranoicos, esquizofrénicos, etc. Aprendimos que cada caso se refiere a una dimensión sumamente singular, sin la cual es ineficiente pensar qué orden de verdad engendra nuestra praxis. No se trata, entonces, de suponer una relación causa-efecto con la verdad, ya que ésta por definición resulta compleja, es decir que se obtiene a partir de una labor discursiva que implica a la pareja analista-analizante, a partir de la cual —y bajo transferencia— el enigma cede su cifra, su letra. A diferencia de las verdades místicas, que en tanto misterios se develan, la verdad en tanto enigma se descifra atendiendo a su lógica interna. La verdad del inconsciente, entonces, no se impone como una profundidad inefable. Ella es verdad porque se produce según la Ley de la Verdad en una estructura de lenguaje.



La articulación del lenguaje basta según Lacan para darle su vehículo. No hay necesidad de haber atravesado guerras para saber que una verdad censurada, violentada, perseguida, se deja decir y conocer, y se la puede decir diciendo cualquier cosa. De lo contrario, ¿de qué serviría la denominada “regla fundamental”, que invita a ese “dejarse hablar”, en una asociación, que sabemos no es tan libre, si no se dispusiese, como Freud lo hizo, de una organización ficcional para la expresión palabrera de la verdad?



Esa invitación a dejarse hablar, a producir un saber —que, llegado un punto, en el discurso del analista es situado en relación con el lugar de la verdad— dice no sólo del carácter huidizo de la verdad, sino también que a ésta no se la tolera del todo bien. Freud, en ese texto del final de sus días que es Moisés y la religión monoteísta (1938) nos recuerda que “en general, el intelecto humano, no ha demostrado tener una intuición muy fina para la verdad, ni la mente humana ha mostrado una particular tendencia a aceptarla. Más bien, por el contrario, hemos comprobado siempre que nuestro intelecto yerra muy fácilmente, sin que lo sospechemos siquiera y que nada es creído con tal facilidad como lo que sin consideración alguna por la verdad viene al encuentro de nuestras ilusiones y de nuestros deseos”.



Esta posición ética permite que puedan relevarse los términos que constituyen determinadas posiciones del ser (estructuras “psicopatológicas”). Estoy queriendo decir entonces, que, en tanto analistas, sostenemos la importancia en el diagnóstico de la posición subjetiva y sus vicisitudes fantasmáticas. Se trata de un diagnóstico de los términos que constituyen la estructura y de los modos particulares en que ellos operan en cada paciente y con cada analista.



Lacan, siguiendo esta tradición freudiana, nos propone averiguar el punto y el momento en los que el analista interviene, no en tanto persona, se entiende, sino como término del inconsciente. El analista ocupa un lugar en el “cuadro”, forma parte del diagnóstico de estructura en transferencia.



Considero que, a partir de esta posición planteada por Lacan, el psicoanálisis tiene la oportunidad, tal vez única en su historia, de arribar a una formulación del diagnóstico que sea pertinente a su campo. No creo que esto resulte sencillo. En principio, uno de los factores resistenciales más importantes se halla en un segmento de la comunidad analítica. No está de más aclarar que esto no implica ni el aislamiento, ni mucho menos el desconocimiento de otras teorías. Eso sí, no creo que se pueda intercambiar con otras regiones del saber si se incorporan conceptos sin el ajuste y la evaluación lógica correspondiente a cada disciplina.



En tanto analistas, nos interesa la prevalencia de la ética psicoanalítica en cualquier consideración clínica. El diagnóstico, cuando de psicoanálisis se trata, no puede quedar fuera de la lógica analítica. De allí que Freud destacara la posibilidad diagnóstica que ofrecen algunos sueños.



De algo podemos estar seguros: si el diagnóstico no es considerado dentro de la lógica analítica por parte del analista, éste —el analista— se queda sin lógica, sin ética, moralizado, seguramente, por algún otro saber extra-analítico. Sospecho que este tipo de “práctica psicoanalítica” que padece de ese profundo horror a la transferencia, contribuye al ejercicio de la “psicocracia” y no a la formación analítica.



Subrayemos, respecto de este punto, que la formación analítica requiere del ejercicio de un pensamiento crítico. Sabemos que la institucionalización del pensamiento en tanto instrumento al servicio del congelamiento dogmático de las ideas no favorece, más bien, clausura, ligando saber y poder al servicio de las infaltables suficiencias.



De esta “formación” podríamos reiterar algo que dijimos en alguna oportunidad respecto de la enseñanza en psicoanálisis, esto es, que si bien implica una cierta disciplina, un cierto régimen, no se refiere por ello ni a la suficiencia, ni a la beatitud que se aloja en el discurso universitario, tan resistente (por su propia estructura) al discurso analítico. Que en la tradición institucional de la Asociación Psicoanalítica Internacional, el discurso universitario consista en el llamado análisis didáctico, no implica que lo didáctico-profesoral deje de instalarse en el ámbito lacaniano.



Sin desconocer lo didáctico propio a cada análisis “personal”, diremos que esa suerte de “psicoanálisis universitario”, está destinado a producir “sujetos barrados” por un saber de autor, que sitúa al analista en formación como objeto de ese saber-poder. Su resultado será, entonces, la fabricación de analistas calcados de un saber-catedrático referencial que rechaza olímpicamente la castración.



¿Podrá acaso sostenerse analíticamente la falaz e imaginaria concepción que divide tajantemente enseñanza y transmisión, dejando fuera la enseñanza si se trata de la transmisión, o la transmisión cuando se trata de la enseñanza?



Creo que suponer la enseñanza desligada de la transmisión situaría al psicoanálisis del lado de la pseudociencia, y considerar la transmisión desarticulada de la enseñanza, del lado de la mística o la religión.



Digamos que una enseñanza en la que no se juegue el deseo del analista, descompletándola vía transmisión, se convertiría seguramente en un acopio de conceptos resistentes a la praxis analítica. Praxis que sin lugar a dudas entendemos como un modo de tratar lo real a través de lo simbólico.



No existen en la obra de Freud, ni mucho menos en la de Lacan, referencias al diagnóstico fuera de las modalizaciones vitales que imprime la transferencia. La “medicalización” y la “psicologización” del diagnóstico implicarán, entonces, no sólo un rechazo a la transferencia, sino también la alteración de los conceptos de inconsciente, repetición y pulsión que se articulan a ella.



Muchas veces la transferencia es confundida con la sugestión y el dominio, siendo utilizada como una forma de moralización por parte del analista. Ciertos modos de considerar el acting-out así lo demuestran. Hay allí intentos de moralización, que por las vías de la prohibición, impiden mucho más de lo que crean, modos peyorativos y prejuiciosos que “codifican” la conducta de un sujeto, de acuerdo a la “microcultura analítica” del psicoanalista, descuidando así, en pos de un ideal de salud y de dominio, los intentos de manifestar “un decir”, aun en los límites del infierno.



El inconsciente termina siendo un mal del que habría que liberar al paciente en nombre de una conciencia (la del analista) que parece presentarse como garantía y aval de una racionalidad “de clase”, que manifiesta sutilmente el rechazo a los diferentes modos en los que singular y socialmente puede expresarse la racionalidad. Una suerte de colonización del inconsciente que suelda saber y verdad.



A la repetición, insistencia que no deja de confrontar al sujeto con la producción de sus verdades, se la trata como a una reiteración molesta a la que es necesario acallar, silenciar, o en cierta jerga lacaniosa: acotar. Ese acotamiento imaginario del goce parece corresponder de manera aggiornada al viejo deseo del Amo de estar por encima.



Esta ideologización de la repetición prepara, junto con la tergiversación del concepto de pulsión, subsumido a una suerte de energía cuasi-mística, cuasi-orgánica, intervenciones farmacológicas que reducen al sujeto del inconsciente a un objeto de farmacopea “dinámica”. Hace algunos años no faltó quien, en nombre de Freud y de la esperanza científica, dijese que “la psicofarmacología, vista a la luz del psicoanálisis se aparece más allá como la otra vertiente del paciente [...]. Dicha vertiente es por supuesto el campo de la biología, el cual en psicoanálisis está representado por los instintos”. Se arriba así a un concepto de instinto y de energía que parecen quedar por fuera de la metapsicología freudiana, para concluir diciendo que el psicofármaco actúa, ante todo, sobre la moción instintiva perturbada. ¡Qué cerca podemos estar los psicoanalistas de esos ingenieros de la conducta que tan bien describía La Naranja Mecánica!.



Digamos que así como no todo trastorno del viviente-hablante que somos encuentra su expresión última en la lógica del significante, o en las representaciones inconscientes tal como lo postulaban algunas almas bellas del psicologismo post-freudiano, mentores del psicoanalismo, tampoco existe un correlato directo y biunívoco entre el S.N.C. y nuestro aparato psíquico. Este parece ser un esfuerzo (me refiero al de estrecharlo) que periódicamente intentan los neo-positivistas, para asociar más y mejor al psicoanálisis con la farmacología. Volvamos a decir que esto no implica el desconocimiento de una práctica racional de la psicofarmacología. Estamos queriendo alertar acerca de una tendencia a farmacolizar la clínica psicoanalítica, que prepara su entrada por diferentes vías.



Otro de los posibles modos del retorno de la medicalización psiquiátrica en el psicoanálisis, su soporte ideológico-técnico, se encuentra en el intento de globalización de los diagnósticos a través de la CIE 9/10 o del DSM-IV. Hay en juego un intento de borramiento de las diferencias culturales y sociales, y un aplastamiento y apropiación de la singularidad subjetiva, esto es, de los peculiares modos de producción de la trama de verdades, que por las vías del síntoma intentan en cada caso abrirse camino.



Ese aplastamiento y esa apropiación se sostienen en la confusión de una práctica diagnóstico-positiva, la médica, con la evaluación subjetiva inherente a la práctica psicoanalítica. Dicha confusión suele acrecentarse y legitimarse a través de la demanda jurídica, e implica hacer valer una categorización diagnóstico-instrumental concluyentemente taxonómica por sobre la categorización de la realidad psíquica, abierta y no concluyente. Este es en otro sentido del “grado de libertad” (aunque sea poco) de la realidad subjetiva.



La lógica nosográfica arrasa con la estructuración subjetiva del deseo, respondiendo cada vez más a la ilusión disciplinaria instaurada en el siglo XIX a partir de la cópula psiquiatría-orden jurídico, de la que derivan las construcciones normativo-nosográficas o, dicho de otro modo, aquello que se considera salud o enfermedad mental.



Este engendramiento se revela magistralmente en los manuales diagnósticos a los que hicimos referencia. Éstos dejan de lado el problema de la causalidad psíquica —que por supuesto, en tanto realidad discursiva, no puede más que ser social—, subsumiendo el problema del sufrimiento psíquico o la llamada enfermedad mental a una cuestión etiológica, que —se lo declare o no—, resulta ser siempre biológica. Entreténganse en las consideraciones de los prospectos psicofarmacológicos y apreciarán una tendencia monista que da por concluida la tensión cuerpo-mente, a favor de un organismo adaptable a la sociedad que se desea combinar.



Insisto, entonces, en que como analistas no es cuestión de estar a favor o en contra de las propuestas que cada vez más la globalización capitalista genera en los ámbitos de la salud mental, sino de introducir las preguntas en las que se asienta su “razón de ser”, no siempre clara respecto de cierto afán por comprender y generalizar.



La globalización —sospecho— es signo, y como todo signo, seguidista, gregario, masificador, riesgosamente aplastante, ya que tiene el poder conferido por la lengua de ser esencialmente excluyente, clasificante, inevitablemente encasillador. Los citados DSM, las CIE, los CIDI, los SCAN y los IPDE, a los que siempre se agregan micro-variaciones locales, expresan, junto con sus normativas versiones de la anorexia-bulimia, las toxicodependencias, los violentos y las víctimas, los débiles mentales y los psicópatas, los inteligentes y los tarados, los altos y los bajos, los blancos y los negros, la conformación del “Gran Estado Totalitarista Nominalista” que prepara este siglo, una realidad que devendrá del acuerdo de los Amos y del silenciamiento del deseo.



El convencionalismo pro-psicofarmacológico está destinado a sellar, con su entendida clasificación, toda producción que implique el reconocimiento del sujeto deseante. La proliferación de los significantes Amos determina la posición de objeto, consumible y listo para tirar, propia del discurso capitalista. Se multiplican prescripciones enmascaradas de descripciones y justificaciones ideológicas disfrazadas de explicaciones pseudocientíficas. “Un único discurso para todos y todos para un único discurso”, será la consigna.



Sabemos que en cada clasificación duerme el monstruo de un estereotipo, el defensor de un arrastre, de una inercia que demanda cuerpos e instituciones masificantes para su instauración. No podemos dejar de recordar aquí que el armado perverso manicomial es ilustrativo de tal instauración.



La búsqueda de legitimación obliga las más de las veces a las instituciones asistenciales y a los psicoanalistas que trabajan en ellas a “solventar” con su ejercicio, una mecánica asentada en fórmulas reparadoras y adaptacionistas, que escamotean los estragos que ese discurso capitalista produce.



Corremos cada vez más el riesgo de contribuir a la instauración de modalidades que instituyen, con sus nunca faltantes excusas “científicas” o pragmáticas, el repudio a la singularidad del sujeto del inconsciente, junto con las praxis sociales que favorecen la “emergencia-portavoz” de esa singularidad. La labor clínica del psicoanalista no está exenta, por lo tanto, de inscribirse en un sistema médico-administrativo que participa de la alienación social y de la voracidad económica.



En tanto analistas —psicoanálisis obliga— no podemos menos que propiciar con nuestra labor instituciones de asistencia pública capaces de sostener, en el caso por caso, las grandes preguntas que cada paciente encarna y recorre de manera singular, instituciones de salud mental capaces de asistir a las pulsaciones angustiantes del sujeto, cuidándose de utilizar la organización como mera resistencia, burocrática sordera, instituciones (y en esto venimos insistiendo) tendientes a la donación, al dispendio del saber, y un ejercicio de la palabra, cuya experiencia —me refiero a la experiencia trascendental de la invitación a hablar— favorezca la circulación de los asuntos del amor, del deseo, de la locura y de la muerte. Considero que esta sería una de las formas de subvertir la ambición totalizadora del saber. Dispensarlo, donarlo, soportando las tensiones de algo que podemos llamar “lógicas en conflicto”.



Lacan nos recordaba que el inconsciente no sólo le parecía extremadamente particularizado —más todavía que variado— de un sujeto a otro, sino cada vez más astuto y espiritual, porque es justamente a partir de él que la agudeza adquiere sus dimensiones y su estructura. Querría retomar una de las preguntas que Lacan nos dejara en esa su intervención del 16 de febrero de 1966 en el Colegio de Medicina de Francia y hacerla extensiva a los integrantes del así llamado “equipo de salud”: “¿Cómo responderán a las exigencias que muy rápidamente confluirán con las exigencias de productividad? Pues si la salud se vuelve objeto de una Organización Mundial, se tratará de saber en qué medida es productiva. ¿Qué podrán oponer a los imperativos que los convertirán en los empleados de esa empresa universal de la productividad?”



Los imperativos de esa empresa universal de la productividad han dado texto a la moral capitalista, a tal punto que —como acertadamente lo planteara Lacan— “una parte del mundo está orientada resueltamente en el servicio de los bienes, rechazando todo lo que concierne a la relación del hombre con el deseo”.



El discurso capitalista, tal como lo intuyó Ferenczi, asienta sus posaderas en el control y la voluntad de dominio. Ese discurso (ya lo hemos dicho) no quiere saber nada de las cuestiones del amor (esto es, de la castración) y del goce femenino, en el sentido de la forclusión. Es un discurso caracterizado por la industrialización del deseo y la fabricación de un ideal global.



No se trata solamente de la devastación de la historia singular: el intento es ahora el de la construcción de una “historia” de confección que todos podamos usar. La muerte de las ideologías, el fin de la historia, las teorizaciones, o mejor dicho, las racionalizaciones propias a la apatía postmoderna, funcionan como leyendas de marketing de este gran negocio post-cultural, transformado en la nueva verdad. Un nuevo orden que ya no responderá a las peticiones de justicia social, equidad y democracia en respeto de la singularidad, sino que estará caracterizado, tal como lo denomina Chomsky, por la nueva Era Imperial, orquestada por los ejecutivos del FMI y del Banco Mundial.



Escribe Chomsky, en su trabajo Política y cultura a finales del Siglo XX, que “los individuos deben estar solos, enfrentándose al poder centralizado y a los sistemas de información de forma asilada para que no puedan participar de ningún modo significativo en la administración de los asuntos públicos. El ideal es que cada individuo sea un receptor aislado de propaganda, sólo frente la televisor, desvalido ante dos fuerzas externas y hostiles: el Gobierno y el Sector Privado, con su derecho sagrado a decidir el carácter básico de la vida social”.



Un gobierno mundial de facto ofrecido como Otro especular. Un aparato cuya única función será la de vaciar a los hechos de todo contenido histórico, tanto social como singular. Una psicología para las masas a la que no le faltará un psicoanálisis del Yo.



Tal vez sea éste (tal como ocurrió en otros momentos de la historia de las ideas) un momento privilegiado en lo referente al compromiso con una labor que permita en cada territorio del saber situar lo falso, lo banal y todo intento de taponamiento que imaginarice lo real.



¿Qué podrá oponerse entonces a esos imperativos superyoicos de la moral capitalista? Si bien los psicoanalistas no tenemos necesariamente la receta, podemos oponer a esos imperativos una política del síntoma, entendida como ya lo hemos dicho, como verdad que se abre camino a través de los diferentes encubrimientos que se fabrican en nuestra contemporaneidad. Somos absolutamente responsables de nuestra participación o no, en las cuestiones que hacen a las políticas que intentan responder de diferentes maneras al plus de goce que el discurso capitalista y sus modos de producción de sentido agregan al malestar estructural. Como alguna vez lo dijimos, no vemos a partir de qué razones los psicoanalistas deberíamos excluirnos de ese campo de intercambios intertextual. La apatía, la náusea por la política o el desinterés por la cosa pública, no provienen necesariamente del temor a que el psicoanálisis se constituya en una visión única del mundo, a menos que se tema incurrir en ella, por la ingenua creencia de que esto fuera posible. No se trata entonces de evitar aquello de lo que por estructura el psicoanálisis está privado, sino de poner en funcionamiento los modos de interrogación propios de su campo.



Esa indiferencia en materia política, que desde ya concierne a los psicoanalistas y a sus agrupaciones, puede —tal como lo subraya Daniel Sibony— “ser proferida en silencio, por capas sociales enteras y en momentos de la historia en que ese «no me vengan con historias» adquiere la resonancia de una sentencia de muerte, el fascismo por ejemplo; la pulsión de muerte que deja de latir, que cesa de luchar para firmar la sentencia y la rendición” o —tal como lo plantea Croce en su Náusea por la política— podríamos decir que de esa rendición proviene la “continua negación de la política, peculiar de dicho estado de ánimo, pues la política es la mayor y más notoria manifestación de la lucha humana [...]. Está directamente opuesta al ideal de la paz, del reposo y la tranquilidad”. Una suerte diríamos, de oposición entre política y nirvana.



El discurso del poder goza de esa indiferencia en materia política, la multiplica como síntoma, es su fuerza activa. Y el plus de goce que extrae de ella se mercantiliza en plus de poder. Los Amos engordan haciendo política y los esclavos disfrutan viendo comer.



El psicoanálisis se ocupa (tal como dice Sibony), de la “producción del deseo y sus intersecciones; ejerce necesariamente una impronta sobre lo político y lo histórico. Verdad evidente e inútil, pues nada indica que los psicoanalistas tengan la menor conciencia de tal impronta. Ocurre que en tanto hay psicoanalistas que delimitan su propiedad y su reino, el objeto psicoanalítico, en cambio, es radicalmente impropio, instituido, reacio [...]. Si se consideran por ejemplo, conceptos como el de transferencia, inconsciente, repetición, pulsión, objeto a, Otro [...], se los ve operando en todas partes donde haya Supuesto Saber, de la palabra, de lo sexual, de la Ley, etc.; es decir en la familia, en la institución, en una muchedumbre, una manifestación, una fábrica”.



De poco sirve, entonces, el atrincheramiento o la búsqueda de pureza en la que, imaginarizando lo imaginario, algunos analistas se precipitan. La neutralidad respecto de lo político resulta de un modo ideológico de articular lo imaginario y de imaginarizar lo político. Una tal actitud anestesia los movimientos de la historia y si políticamente es bien pobre, lo es aun más analíticamente.











2. Cuando la medicación toma la palabra







Vale la pena insistir en algo que comentábamos al comienzo: no se trata de oponerse imaginariamente a los aportes que desde la mitad del siglo XX caracterizan a la psicofarmacología, sino de considerar su prescripción racional, en situaciones en las que la palabra del sujeto corre el riesgo de agonizar en su función.



Para ello es menester no ceder frente a manifestaciones fenoménicas, que suelen confundir momentos críticos en la vida de un sujeto con cuestiones de estructura que requerirían de otras estrategias, que de todos modos no tienen por qué enchalecar las expresiones subjetivas.



Muchas veces el analista se precipita, por diferentes razones, en la búsqueda de remedios que, como suele decirse popularmente, son peores que la enfermedad. Y cuando es el analista —médico de profesión— quien los prescribe, puede ocurrir que sirva de coartada a su propia resistencia, frente a la angustia del paciente que, al no ser tolerada por el analista, impide una estrategia y una política. Incluir su dosificación en transferencia implica direccionarla al servicio de la construcción de un síntoma bajo transferencia.



Desde ya que esto no impide que en esa labor de restarle certeza a la angustia intervenga en situaciones muy puntuales el uso de algún psicofármaco, para restar sufrimiento y no para impedir esa labor. Otro tanto podría decirse de la tristeza y del dolor que implican el trabajo del duelo. En esto suele aparecer cierta compulsividad a silenciar por la vía exclusiva del fármaco aquello que de angustia, dolor y tristeza pueda habitar en la existencia del sujeto.



Esta consideración ética, que no deja de ser lógica, se refiere también al delirio, que el psicoanálisis entiende, a partir de Freud, como un trabajo de restitución simbólica que no carece de un tiempo de confusión y sufrimiento que, en pos de la obtención de un delirio de calidad metafórica, puede requerir de la ayuda farmacológica. Pero —repitámoslo una vez más— la intervención de esa sustancia estará destinada a favorecer las condiciones de posibilidad que implican esa labor de rearticulación simbólica, en tanto y en cuanto consideremos el delirio como uno de los caminos de la verdad del sujeto.



El problema —también lo hemos dicho— es que, en nombre de la ciencia y a partir de allí, destacando supuestos descubrimientos (cada día aparece algo nuevo), se rechaza al sujeto en sus diversos atravesamientos. Forclusión no sólo del sujeto del inconsciente, sino rechazo sistemático de todas sus determinaciones y condicionamientos: sociales, económicos, políticos.



Ese reduccionismo biologista se apoya brutalmente en un empirismo avalado por estadísticas que confunden y agrupan fenómenos al servicio de las ofertas mercantilistas. Sus clasificaciones, como hemos visto, son producto de un acuerdo que somete al espíritu científico a los intereses del discurso capitalista en su faz feroz y liberal, marcando la dominancia del viejo utilitarismo (Bentham), actualizado en un cinismo que cada día más se monta en el dios oscuro de los medios de comunicación. Subterfugios éstos de una “razón” sospechosamente científica que sanciona taxonómicamente la emergencia del sujeto, esa suerte de grito, en múltiples categorías que varían de acuerdo a los intereses de venta de los laboratorios multinacionales. Hoy por ejemplo, es el llamado Trastorno Bipolar el que domina.



Estas suturas, estos taponamientos niegan el sentido de queja, de denuncia y, ante la incapacidad y el desinterés cada vez mayor por “leer” en esos lamentos, en esos sufrimientos, en esas penas, la experiencia íntima del sujeto, se la clasifica y controla en tanto disfunciones propias de la enfermedad.



La sociedad del éxito, o de la excitación canibalística, no soporta la desatención, la distracción que puede implicar esa experiencia íntima. Mejor deberíamos decir: la sociedad del éxito no soporta que se la desoiga en su demanda “de realización”. El uso del metilfenidato (Ritalina) desde la infancia es suficiente muestra de esa voraz demanda superyoica. ¡Atiende, ritalinízate y en nombre de mis intereses haz mi voluntad: sé prozacmente Feliz!



Digamos que poco y nada importa al armado capitalista —en cualquiera de sus formas— el acontecimiento psíquico, ya que se trata de un discurso que nada quiere saber de las cuestiones del amor. Éste sólo se interesa por el nudo social que estrecha cada vez más, temiendo que al desanudarse pierda el sentido, denunciándose así el ahorcamiento individualista, narcisista y canalla que esconde su pretendido “lazo social”.



Antes de pasar al último punto, digamos que por razones de tiempo, no de pertinencia, dejaremos de lado las denuncias que vienen realizándose respecto de la producción de fármacos en general y de psicofármacos en particular, que no dejan de implicar tanto a la psiquiatría como a la psicología, y por supuesto al psicoanálisis. Nobleza obliga, aclarar que no todos los médicos psiquiatras se prestan a esa complacencia mezquina y servil.











3. Presentación de enfermos







Fuera de la repetición por amor (histeria), o por hábito (neurosis obsesiva), en nuestro medio poco y nada se ha dicho a favor de ese armado que en continuidad con la tradición psiquiátrica se ha dado en llamar “presentación de pacientes o de enfermos”. Cuando decimos que poco y nada se dijo a favor de esta modalidad, no nos referimos por supuesto, a las argumentaciones que de alguna manera, y en nombre de la transmisión clínica, sustenta la psiquiatría y sus “ciencias vecinas”. Esta tradición ostensiva ya ha sido puesta entre signos de interrogación por el psicoanálisis, y descalificada —a veces contradictoriamente— por algún sector de la antipsiquiatría.



Digamos que en los últimos veinte años el gesto de Lacan, tal vez ahora convertido en mueca del lacanismo, se reitera (como decíamos al comienzo) especialmente en nuestras instituciones públicas, por amor o por hábito. Destaquemos que estas presentaciones, muchas veces convertidas en puestas en escena circenses, no se reducen a las viejas cátedras de Psiquiatría que habitaban los hospicios.



Hace ya más de dos décadas que esta modalidad manicomial se traslada en nombre del progresismo de algunos “seguidores” de Lacan, a los servicios de Psicopatología de los hospitales generales, tal vez confundiendo el lecho de la clínica médica con el de la escucha psicoanalítica, escucha que la historia del psicoanálisis demostró posible (o si se prefiere, tan imposible como en la neurosis) sin salirse por ello de sus carriles éticos. Señalábamos que poco y nada se ha dicho a favor de este tema, con la salvedad de algún que otro psicoanalista francés, cuyos postulados, nos parece, no alcanzan a logicizar la cuestión desde el territorio analítico.



Hay allí una presentación de razones que nos resuenan más a justificaciones y actualizaciones del aparato de control mental, que caracterizó en especial a la psiquiatría franco-alemana, con el agregado, en nuestro país, de cierto tinte propio de la psiquiatría franquista, una suerte de doblaje al español de lo peor de la psiquiatría germana.



Postulados pretendidamente psicoanalíticos suponen, en esta suerte de actividad mostratoria, el armado de una escena con finalidades analíticas, llegando a plantearse la presencia del público como función tercera. Se niegan así los dispositivos que permanentemente analistas y no analistas crean y recrean para favorecer las condiciones de posibilidad de la instauración de una escena. Ésta, como toda escena en psicoanálisis, se constituye con los tejidos de una enunciación singular que, modalizada o no por la forclusión, pueda poner en acto el orden psíquico. Su puesta en condiciones solicita que, además —si es que efectivamente se realiza desde el psicoanálisis—, se mida el riesgo de una relación enajenante entre el psicótico, el analista o cualquiera de los integrantes del equipo.



Consideramos que la presentación de enfermos no deja de ser —por más analista que sea el presentador— la puesta en orden de una escena psiquiátrica. Pensar que es psicoanálisis porque Lacan lo hizo implica desconocer las vicisitudes de Jacques Lacan respecto de su oficio analítico. Insistimos, no se trata de repetir por amor o por hábito asegurador aquello que Lacan hizo.



Es discutible que ese montaje —y lo nombramos así sabiendo la distancia mínima que puede separarlo del montaje perverso— supla esa Otra escena que ha fracasado en su instauración en la psicosis. Esa falta de Bejahung-Ausstossung (afirmación-expulsión) afirma más bien al auditorio y expulsa al paciente en tanto objeto-deyecto de esa particular práctica.



A quienes consideran que el armado se construye de esa manera, bien podría formulárseles la siguiente pregunta (y no somos los primeros en decirlo): ¿por qué suponer que la suplencia (de esa escena) es efecto de la presentación de enfermos y no que el intento de instituir una escena —como efecto de enunciación— es el trabajo que el analista intenta en la singularidad de cada encuentro, a contrapelo de cualquier tipo de estandarización?



Que la presentación permita en algunos casos que el paciente tome la palabra, no quiere por eso decir que esa toma de palabra se realice como acto de adquisición en lo psíquico. Más bien pensamos que se trata de una suerte de acting-out, cuyo resultado suele implicar un pasaje al acto, entendiéndolo no necesariamente como suicidio, sino como la caída del sujeto y la identificación del paciente presentado (no necesariamente representado) como objeto-escoria de ese discurso.



La presentación de enfermos, al realizarse en conformidad con el discurso psiquiátrico y el orden institucional que lo caracteriza, adolece de las posibilidades de dialectización propias del encuentro del psicótico con las tramas del discurso analítico, que —aclaremos al pasar— no siempre está del lado del analista, pudiendo relevarse en cualquiera de los integrantes del “equipo de salud mental”. De allí que algunos de los dispositivos que tienden a la instauración de las posibilidades dialectizables de la palabra se desarrollen atendiendo críticamente los momentos en los que pueden saturarse de sentido. Puede ocurrir que dispositivos como el Hospital De Día, los talleres, los clubes terapéuticos, las casas de medio camino, las asambleas, etc., queden por momentos sometidos a la impronta del discurso del Amo en alguna de sus configuraciones.



Para concluir, digamos que la escena de la que se trata en la presentación de pacientes es el resultado de una articulación del discurso del Amo con el discurso universitario, donde, si el paciente sube a escena, lo hace parodiando el discurso del profesor de Psiquiatría. ¿Por qué no recordar aquí las presentaciones que algunos pacientes hacían a pedido de las cátedras de Psiquiatría para ilustrar a los alumnos de los primeros años de Medicina?



Sin dejar de considerar, entonces, los riesgos que decíamos pueden valer para otros tipos de dispositivos, ¿cómo no recordar, respecto de ese intento de articulación, la labor que por ejemplo realizan todos los integrantes del llamado Frente de Artistas del Borda, o hace más de tres décadas, la Peña Carlos Gardel, el Club Bonanza, el Club Martín Fierro, o el viejo Servicio Pichon Rivière, por nombrar aquellos en los que tantos analistas nos sentimos desde lo ideológico y desde el psicoanálisis comprometidos?



Antes de dar lugar al diálogo con ustedes, querría insistir en una frase que para mi gusto no pierde vigencia. No es gratuito recordarnos que, de nuestra posición de analistas somos siempre responsables y llamémosle a eso ética donde quieran.



























Conferencia presentada en el V Congreso Internacional de Salud Mental de Madres de Plaza de Mayo, Buenos Aires, 18 de noviembre de 2006.



José Grandinetti es psicoanalista, Jefe del Servicio de Atención Psicoanalítica de Crisis, Director Fundador de la Escuela de Psicoanálisis del Hospital José T. Borda, ex-docente de la Facultad de Psicología y de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Realizó tareas de docencia y supervisión en gran parte de las instituciones de salud mental de la Ciudad de Buenos Aires y de la Ciudad de Córdoba. Colabora en la Comisión Científica de los Congresos Internacionales de Salud Mental de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo. Autor de varios libros en colaboración y artículos en revistas de la especialidad.











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[*] Cf. Jornadas N° 31 de la Escuela de la Causa.