lunes, 27 de abril de 2009

¿EN QUÉ SE RECONOCE EL ESTRUCTURALISMO?

Gilles DELEUZE

Traducción castellana de Juan Bauzá y María José Muñoz


Antes se preguntaba “¿qué es el existencialismo?”. Ahora: ¿qué es el estructuralismo? Estas preguntas se refieren a cuestiones que despiertan un vivo interés, pero con la condición de referirse a la actualidad, de remitirse a las obras que se están haciendo. Estamos en 1967. No se puede invocar el carácter inacabado de las obras para evitar responder, pues es sólo éste carácter el que da sentido a la cuestión. Desde ese momento la pregunta “¿Qué es el estructuralismo?” es obligatorio que sufra ciertas transformaciones. En primer lugar, ¿quien es estructuralista? Existen costumbres recientes y de lo más actual al respecto. Se acostumbra a designar, como muestra, equivocadamente o con razón: un lingüista como R. JAKOBSON; un sociólogo como C. LÉVI-STRAUSS; un psicoanalista como J. LACAN; un filósofo que renueva la epistemología, como M. FOUCAULT; un filósofo marxista que retoma el problema de la interpretación del marxismo, como L. ALTHUSSER; un crítico literario como R. BARTHES; escritores como los del grupo Tel Quel... Unos no rechazan el término “estructuralismo”, y emplean “estructura”, “estructural”. Otros prefieren el término saussuriano de “sistema”. Pensadores muy diferentes, y de generaciones diferentes, algunos han ejercido sobre otros una influencia real. Pero lo más importante y que llama la atención es la extrema diversidad de los dominios que exploran. Cada uno encuentra problemas, métodos, soluciones que tiene relaciones de analogía, como participando de un aire libre del tiempo, de un espíritu del tiempo, pero que se mide por los descubrimientos y creaciones singulares en cada uno de estos dominios. Las palabras en –ismo, en este sentido, están perfectamente fundadas.

Se tiene razón al asignar a la lingüística como origen del estructuralismo: no solamente Saussure, sino la escuela de Moscú, la escuela de Praga. Y si el estructuralismo se extiende a continuación a otros dominios, ya no se trata esta vez de analogía: no es simplemente para instaurar métodos “equivalentes” a los que primero fueron fecundos en el análisis del lenguaje. En verdad no hay estructura más que de lo que es lenguaje, aunque se trate de un lenguaje esotérico o incluso no verbal. No hay estructura del inconsciente más que en la medida en que el inconsciente habla y es lenguaje. No hay estructura de los cuerpos más que en la medida en que los cuerpos se supone de algún modo que “hablan” con un lenguaje que hace síntoma, que es el lenguaje de los síntomas. Las cosas mismas en general no tienen estructura sino en la medida en que sostienen un “discurso” silencioso, que es el lenguaje de los signos. Entonces la cuestión “¿qué es el estructuralismo?” se transforma una vez más, y es mejor preguntar: ¿en qué puede reconocerse a quienes se llaman estructuralistas? ¿cuáles serían sus rasgos característicos y diferenciales? y ¿qué es lo que ellos mismos reconocen? Tanto es verdad que no se reconoce a las personas, de manera visible, más que en las cosas invisibles e insensibles que ellos reconocen a su manera. ¿Qué hacen, los estructuralistas, para reconocer un “lenguaje” en algo, el lenguaje que caracteriza un dominio? ¿Qué es lo que encuentran en este dominio? Aquí nos proponemos únicamente despejar ciertos criterios formales de reconocimiento, los más simples, apoyándonos cada vez en el ejemplo de los autores citados, cualquiera sea la diversidad de sus trabajos y proyectos.


Primer criterio: lo simbólico

Estamos habituados, casi condicionados a una cierta distinción o correlación entre lo real y lo imaginario. Todo nuestro pensamiento mantiene un juego dialéctico entre estas dos nociones. Incluso, cuando la filosofía clásica habla de la inteligencia o del entendimiento puros, se trata aún de una facultad definida por su aptitud para captar lo real en su fundamento, lo real, por así decirlo, “de verdad”, lo real tal como es, por oposición, pero también en relación con las potencias de la imaginación. Citemos, por ejemplo, movimientos creadores completamente diferentes: el romanticismo, el simbolismo, el surrealismo... Se invoca tanto el punto trascendente donde lo real y lo imaginario se interpenetran y se unen; como su fina frontera, como el filo cortante de su diferencia. De todas maneras en general permanecemos, nos quedamos, en la oposición y en la supuesta complementariedad entre lo imaginario y lo real –al menos en la interpretación tradicional del romanticismo, del simbolismo, etc. Incluso el freudismo es interpretado en la perspectiva de dos principios: principio de realidad con su fuerza de decepción, principio de placer con su potencia de satisfacción alucinatoria. Con más razón, métodos como los de Jung y de Bachelard se inscriben enteramente en lo real y lo imaginario, en el marco de sus complejas relaciones, unidad trascendente y tensión liminar, fusión y corte.

Ahora bien, frente a esa tradición, el primer criterio del estructuralismo, es el descubrimiento y el reconocimiento de un tercer orden, de un tercer reino: el de lo simbólico. De ese reconocimiento resulta el rechazo de confundir tanto lo simbólico con lo imaginario, como con lo real, y eso constituye la primera dimensión del estructuralismo . Aquí también, todo comenzó con la lingüística; la lingüística que podemos calificar de moderna: más allá del vocablo en su realidad y sus partes sonoras, más allá de las imágenes y de los conceptos asociados a las palabras, el lingüista estructuralista descubre un elemento de naturaleza muy diferente que constituye el objeto estructural. Y parece ser que los escritores del grupo Tel Quel quieren instalarse en este elemento simbólico, tanto para renovar las realidades sonoras como los relatos o narraciones asociados. Más allá de la historia de los hombres y de la historia de las ideas, Michel FOUCAULT descubre un suelo más profundo, subterráneo, por así decirlo, que constituye el objeto de lo que él llama la arqueología del pensamiento. Detrás de los hombres reales y sus relaciones reales, detrás de las ideologías y sus relaciones imaginarias, Louis ALTHUSSER descubre un dominio más profundo como objeto de ciencia y de filosofía.

Teníamos ya muchos padres en psicoanálisis: primero un padre real, pero también imágenes de padre. Y todos nuestros dramas según ellos sucedían en el seno de las tensas relaciones habituales entre lo real y lo imaginario. Jacques LACAN nos descubre un tercer padre, más fundamental, padre simbólico o Nombre-del-padre. No solamente lo real y lo imaginario, sino sus relaciones, y las perturbaciones de estas relaciones, deben ser pensadas como el límite de un proceso en el cual esas relaciones y trastornos se constituyen a partir de lo simbólico. En LACAN, y en otros estructuralistas también, lo simbólico como elemento de la estructura está al principio de una génesis: la estructura se encarna en las realidades y las imágenes siguiendo series determinables; además, ella las constituye encarnándose allí, pero no deriva de ellas, siendo más profunda que ellas, subsuelo tanto para todos los suelos de lo real como para todos los cielos de la imaginación. Inversamente, ciertas catástrofes propias del orden simbólico estructural dan cuenta de las perturbaciones aparentes de lo real y de lo imaginario: así, por ejemplo, en el caso de El Hombre de los lobos de Freud, tal como LACAN lo interpreta, es porque el tema de la castración queda no simbolizado (“forclusión”) que retorna en lo real, bajo la forma alucinatoria del dedo cortado .

Podemos enumerar [poner un número a] lo real, lo imaginario y lo simbólico: 1, 2, 3. Pero podemos decir que estas cifras tienen tanto un valor cardinal como ordinal. Porque lo real en sí mismo no es separable de un cierto ideal de unificación o de totalización: lo real tiende a hacer Uno, es uno en su “verdad”. Desde que vemos dos en “uno”, desde que desdoblamos, lo imaginario aparece en persona, incluso si es en lo real que ejerce su acción. Por ejemplo, el padre real es uno, o quiere serlo según su ley; pero la imagen de padre es siempre doble en sí misma, dividida (clivée) siguiendo una ley de dual. Ella es proyectada sobre dos personas al menos, la una asume el padre de juego, el padre-bufón, la otra, el padre de trabajo y de ideal: tal como el príncipe de Gales en Shakespeare, que pasa de una imagen de padre a la otra, de Falstaff a la corona. Lo imaginario se define por juegos de espejo, de desdoblamiento, de identificación y de proyección invertidas, siempre en el modo del doble . Pero, por su parte, lo simbólico es tres. No es solamente el tercero más allá de lo real y de lo imaginario. Hay siempre un tercero a buscar en el simbólico él mismo; la estructura es al menos triádica, sin lo que ella no “circularía” –tercero a la vez irreal, y por tanto no imaginable.

Veremos por qué; pero ya el primer criterio consiste en esto: el establecimiento de un orden simbólico, irreductible al orden de lo real, al orden de lo imaginario, y más profundo que ellos. No sabemos todavía en qué consiste este elemento simbólico. Podemos decir al menos que la estructura correspondiente no tiene ninguna relación con una forma sensible, ni con una figura de la imaginación, ni con una esencia inteligible. Nada que ver con una forma: pues la estructura no se define en modo alguno por una autonomía del todo, por una pregnancia del todo sobre las partes, por una Gestalt que se ejercería en lo real y en la percepción; la estructura se define al contrario por la naturaleza de ciertos elementos atómicos que pretenden dar cuenta a la vez de la formación de todos y de la variación de sus partes. Nada que ver tampoco con figuras de la imaginación, aunque el estructuralismo esté enteramente penetrado de reflexiones sobre la retórica, la metáfora y la metonimia; pues estas figuras mismas implican desplazamientos estructurales que deben dar cuenta a la vez de lo propio y de lo figurado. Nada que ver, en fin, con una esencia; pues se trata de una combinatoria que recae sobre elementos formales que no tienen ellos mismos ni forma, ni significación, ni representación, ni contenido, ni realidad empírica dada, ni modelo funcional hipotético, ni inteligibilidad detrás de las apariencias; nadie mejor que Louis ALTHUSSER ha asignado el estatuto de la estructura como idéntico a la “Teoría” misma –y lo simbólico debe ser entendido como la producción del objeto teórico original y específico.

El estructuralismo es tanto agresivo: cuando denuncia el desconocimiento general de esta última categoría simbólica, más allá de lo imaginario y lo real; como interpretativo: cuando renueva nuestra interpretación de obras a partir de esta categoría, y pretende descubrir un punto original donde el lenguaje se forma, las obras se elaboran, las ideas y las acciones se anudan. Romanticismo, simbolismo, pero también freudismo, marxismo devienen también el objeto de reinterpretación profundos. Más aún: es la obra mítica, la obra poética, la obra filosófica, las obras prácticas mismas las que están sujetas a la interpretación estructural. Pero esta reinterpretación sólo vale en la medida en que ella anima obras nuevas que son las de hoy, como si lo simbólico fuera una fuente, inseparablemente, de interpretación y de creación vivientes.


Segundo criterio: local o de posición

¿En qué consiste el elemento simbólico de la estructura? Sentimos la necesidad de ir lentamente, de decir y volver a decir primero lo que no es. Distinto de lo real y de lo imaginario, no puede definirse ni por realidades preexistentes a las cuales remitiría, y que designaría, ni por contenidos imaginarios o conceptuales que implicaría, y que le darían una significación. Los elementos de una estructura no tienen ni designación extrínseca [a esa estructura] ni significación intrínseca [por fuera de esa estructura]. ¿Qué queda? Como lo recuerda LÉVI-STRAUSS con rigor, no tienen otra cosa que un sentido: un sentido que es necesariamente y únicamente de “posición” . No se trata de un sitio en una extensión real, ni de lugares en extensiones imaginarias, sino de sitios y lugares en un espacio propiamente estructural, es decir topológico. Lo que es estructural, es el espacio, pero un espacio inextenso, pre-extensivo, puro spatium constituido progresivamente como orden de vecindad, donde la noción de vecindad tiene precisamente y en primer lugar un sentido ordinal y no una significación en la extensión. O bien en biología genética: los genes forman parte de una estructura en la medida en que son inseparables de “loci”, lugares capaces de cambiar de relaciones en el interior del cromosoma. En síntesis, los lugares en un espacio puramente estructural son primeros en relación con las cosas y a los seres reales que llegan a ocuparlos, primeros también en relación con los roles y con los acontecimientos siempre un poco imaginarios que aparecen necesariamente cuando son ocupados.

La ambición científica del estructuralismo no es cuantitativa, sino topológica y relacional: LÉVI-STRAUSS plantea constantemente este principio. Y cuando ALTHUSSER habla de estructura económica, precisa que los verdaderos “sujetos” no son allí los que ocupan los lugares, individuos concretos u hombres reales, como tampoco los verdaderos objetos no son allí los roles que ellos tienen y los acontecimientos que se producen, sino en primer lugar los sitios en un espacio topológico y estructural definido por las relaciones de producción . Cuando FOUCAULT define determinaciones tales como la muerte, el deseo, el trabajo, el juego, no las considera como dimensiones de la existencia humana empírica, sino primeramente como la cualificación de lugares o de posiciones que harán mortales y moribundos, o deseantes, o trabajadores, o jugadores aquellos que vendrán a ocuparlos, pero no vendrán a ocuparlos más que secundariamente, teniendo sus roles según un orden de vecindad que es el de la estructura misma . Por eso FOUCAULT puede proponer una nueva repartición de lo empírico y de lo trascendental, encontrándose este último definido por un orden de lugares independientemente de aquellos que los ocupen empíricamente . El estructuralismo no es separable de una filosofía trascendental nueva, donde los lugares dominan sobre lo que los llena. Padre, madre, etc., son primero lugares en una estructura; y si somos mortales, es cogiendo fila, viniendo a determinado lugar, marcado en la estructura siguiendo este orden topológico de las vecindades (aun cuando avancemos en nuestro circuito).

«No es solamente el [un] sujeto, sino los sujetos tomados en su intersubjetividad, que se ponen en la cola... y que modelan su ser mismo sobre el momento que los recorre de la cadena significante... el desplazamiento del significante determina a los sujetos en sus actos, en su destino, en sus rechazos, en sus cegueras [puntos ciegos], en su éxito, y en su suerte, a pesar de sus dotes innatas y su logro social, sin consideración para con el carácter o el sexo ...» No se puede decir mejor que la psicología empírica se encuentra no solamente fundada, sino determinada por una topología trascendental.

De este criterio local o posicional, se deducen varias consecuencias. Y en primer lugar, si los elementos simbólicos no tienen designación extrínseca ni significación intrínseca, sino solamente un sentido de posición, es necesario establecer como principio que el sentido resulta siempre de la combinación de elementos que no son ellos mismos [por sí mismos o en sí mismos] significantes . Como LÉVI-STRAUSS le dice en su discusión con Paul RICOEUR, el sentido es siempre un resultado, un efecto: no solamente un efecto como producto, sino un efecto de óptica, un efecto de lenguaje, un efecto de posición. Hay profundamente un no-sentido del sentido, del que el sentido mismo resulta. No se vuelve así a lo que se llamó filosofía del absurdo. Pues para la filosofía del absurdo, es el sentido lo que falta, esencialmente. Para el estructuralismo al contrario, hay siempre demasiado sentido, una sobreproducción, una sobredeterminación del sentido, siempre producido en exceso por la combinación de lugares en la estructura. (De ahí la importancia, en ALTHUSSER, por ejemplo, del conceptos de sobredeterminación). El sin-sentido no es en absoluto el absurdo o lo contrario del sentido, sino lo que lo hace valer y lo produce circulando en la estructura. El estructuralismo no debe nada a Albert Camus, pero mucho a Lewis Carroll.

La segunda consecuencia, es el gusto del estructuralismo por ciertos juegos y cierto teatro, por ciertos espacios de juego y cierto teatro. No es por casualidad que LÉVI-STRAUSS se refiera a menudo a la teoría de juegos, y dé tanta importancias a las cartas de jugar. Y LACAN, a metáforas de juegos, que son más que metáforas: no solamente el pasa-pasa que corre en la estructura, sino el lugar del muerto que circula en el bridge. Los juegos más nobles como el ajedrez son aquellos que organizan una combinatoria de lugares en un puro spatium infinitamente más profundo que la extensión real del tablero y la extensión imaginaria de cada figura. O bien ALTHUSSER interrumpe su comentario de Marx para hablar teatralmente, sino de un teatro que no es ni de realidad ni de ideas, puro teatro de lugares y de posiciones cuyo principio ve en Brecht, y que encontraría quizás hoy su expresión más avanzada en Armand Gatti. En resumen, el manifiesto mismo del estructuralismo debe ser buscado en la fórmula célebre, eminentemente poética y teatral: pensar, es hacer una jugada.

La tercera consecuencia es que el estructuralismo no es separable de un nuevo materialismo, de un nuevo ateismo, de un nuevo anti-humanismo. Pues si el lugar es primero en relación con lo que lo ocupa, no será suficiente ciertamente poner al hombre en el lugar de Dios para cambiar de estructura. Y si este lugar es el lugar del muerto, la muerte de Dios quiere decir también la del hombre, a favor, esperamos, de algo por venir, pero no que puede venir más que en la estructura y por su mutación. Así aparece el carácter imaginario del hombre (FOUCAULT), o el carácter ideológico del humanismo (ALTHUSSER).


Tercer criterio: lo diferencial y lo singular

¿En qué consisten, finalmente, estos elementos simbólicos o unidades de posición? Volvamos al modelo lingüístico. Lo que es distinto a la vez de las partes sonoras, y de las imágenes y conceptos asociados, es llamado fonema. El fonema es la más pequeña unidad lingüística capaz de diferenciar dos palabras de significación diversa: por ejemplo billar y pillar. Es claro que el fonema se encarna en letras, sílabas y sonidos, pero que no se reduce a eso. Aún más, las letras, las sílabas y los sonidos le dan una independencia, mientras que en sí mismo es inseparable de la relación fonemática que lo une a otros fonemas: b/p. Los fonemas no existen independientemente de las relaciones en las cuales entran y por las cuales se determinan recíprocamente.

Podemos distinguir tres tipos de relaciones. Un primer tipo se establece entre elementos que gozan de independencia o de autonomía: por ejemplo 3+2, o incluso 2/3. Los elementos son reales, y estas relaciones deben considerarse ellas misma reales. Un segundo tipo de relaciones, por ejemplo x2 + y2 - R2 = 0, se establece entre términos en que el valor no está especificado [variables], pero que deben sin embargo en cada caso tener un valor determinado. Tales relaciones pueden ser llamadas imaginarias. Pero el tercer tipo se establece entre elementos que no tienen ellos mismos ningún valor determinado, y que sin embargo se determinan recíprocamente en la relación: así xdy + xdx = 0, o dy/dx = x/y. Tales relaciones son simbólicas, y los elementos correspondientes son tomados en una relación diferencial. dy está completamente indeterminado en relación con y, dx está completamente indeterminado en relación con x: cada uno de ellos no tiene existencia, ni valor, ni significación. Y sin embargo la relación dy/dx está completamente determinada, los dos elementos se determinan recíprocamente en la relación. Es este proceso de una determinación recíproca en el seno de la relación lo que permite definir la naturaleza simbólica. Sucede que se busca el origen del estructuralismo del lado de la axiomática. Y es verdad que BOURBAKI, por ejemplo, emplea el término estructura. Pero lo hace, nos parece, en un sentido muy diferente del estructuralismo. Pues se trata de relaciones entre elementos no especificados, incluso cualitativamente, y no de elementos que se especifican recíprocamente en relaciones. La axiomática en este sentido sería aún imaginaria, y no propiamente hablando simbólica. El origen matemático del estructuralismo debe más bien buscarse del lado del cálculo diferencial, y precisamente en la interpretación que darán de él Weierstrass y Russell, interpretación estática y ordinal, lo que libera definitivamente el cálculo de toda referencia a lo infinitamente pequeño, y lo integra en una pura lógica de relaciones.

A las determinaciones de las relaciones diferenciales corresponden singularidades, distribuciones de puntos singulares que caracterizan las curvas o las figuras (un triángulo por ejemplo tiene tres puntos singulares). Así la determinación de las relaciones fonemáticas propias de una lengua dada asigna las singularidades en cuya vecindad se constituyen las sonoridades y significaciones de la lengua. La determinación recíproca de los elementos simbólicos se prolonga desde entonces en la determinación completa de los puntos singulares que constituyen un espacio correspondiente a estos elementos. La noción capital de singularidad, tomada a la letra, parece pertenecer a todos los dominios donde hay estructura. La formula general «pensar, es hacer una tirada de dados» remite ella misma a las singularidades representadas por los puntos brillantes sobre los dados. Toda estructura presenta los dos aspectos siguientes: un sistema de relaciones diferenciales según las cuales los elementos simbólicos se determinan recíprocamente, un sistema de singularidades que corresponde a estas relaciones y trazando el espacio de la estructura. Toda estructura es una multiplicidad. La cuestión: ¿hay estructura en cualquier dominio? Debe precisarse como sigue: ¿se puede en tal o cual dominio, despejar elementos simbólicos, relaciones diferenciales y puntos singulares que le sean propios? Los elementos simbólicos se encarnan en los seres y objetos reales del dominio considerado; las relaciones diferenciales se actualizan en las relaciones reales entre estos seres; las singularidades son otros tantos lugares en la estructura, que distribuyen los roles o actitudes imaginarias de los seres u objetos que vienen a ocuparlos.

No se trata de metáforas matemáticas. En cada dominio es necesario encontrar los elementos, las relaciones y los puntos. Cuando LÉVI-STRAUSS emprende el estudio de las estructuras elementales del parentesco, no considera solamente padres reales en una sociedad, ni las imágenes de padre que cursan en los mitos de esta sociedad. Él pretende descubrir verdaderos “fonemas” de parentesco, es decir parentemas, unidades de posición que no existen independientemente de las relaciones diferenciales en las que entran y se determinan recíprocamente. Así las cuatro relaciones hermano/hermana, marido/mujer, padre/hijo, tio materno/hijos de la hermana, forman la estructura más simple. Y a esta combinatoria de las “apelaciones parentales”, corresponden, pero sin parecido y de una manera compleja, a “actitudes entre parientes” que efectúan las singularidades determinadas en el sistema. Se puede también proceder a la inversa: partir de las singularidades para determinar las relaciones diferenciales entre elementos simbólicos últimos. Así, tomando el ejemplo del mito de Edipo, Lévi-Strauss parte de las singularidades del relato (Edipo se casa con su madre, mata a su padre, inmola la Esfinge, es llamado pie-hinchado, etc.) para inducir las relaciones diferenciales entre “mitemas” que se determinan recíprocamente (relaciones de parentesco sobreestimadas, relaciones de parentesco subestimadas, negación de la autoctonia, persistencia de la autoctonía) . En todo caso siempre, los elementos simbólicos y sus relaciones determinan la naturaleza de los seres y objetos que vienen a encarnarlos [realizarlos, sostenerlos], mientras que las singularidades forman un orden de los lugares que determina simultáneamente los roles y actitudes de estos seres en tanto que los ocupan. La determinación de la estructura se acaba así en una teoría de las actitudes que expresan su funcionamiento.

Las singularidades se corresponden con los elementos simbólicos y sus relaciones, pero no se les parecen. Se diría más bien que ellas “simbolizan” con ellos. Ellas se derivan de ellos, ya que toda determinación de relaciones diferenciales entraña una distribución de puntos singulares. Pero por ejemplo: los valores de relaciones diferenciales se encarnan en especies, mientras que las singularidades se encarnan en las partes orgánicas correspondientes a cada especie. Las unas constituyen variables, las otras funciones. Las unas constituyen en una estructura el dominio de las apelaciones, las otras, el de las actitudes. LÉVI-STRAUSS ha insistido sobre el doble aspecto, de derivación y sin embargo de irreductibilidad, de las actitudes en relación con las apelaciones . Un discípulo de Lacan, Serge Leclaire, muestra en otro dominio como los elementos simbólicos del inconsciente remiten necesariamente a “movimientos libidinales” del cuerpo, que encarnan las singularidades de la estructura en tal o cual lugar . Toda estructura en este sentido es psicosomática, o más bien representa un complejo categoría-actitud.

Consideremos la interpretación del marxismo por ALTHUSSER y sus colaboradores: ante todo, las relaciones de producción están determinadas allí como relaciones diferenciales que se establecen, no entre hombres reales o individuos concretos, sino entre objetos y agentes que tienen en primer lugar un valor simbólico (objeto de la producción, instrumento de producción, fuerza de trabajo, trabajadores inmediatos, no-trabajadores inmediatos, tal como son tomados en relaciones de propiedad y de apropiación) . Cada modo de producción se caracteriza entonces por singularidades que corresponden a los valores de las relaciones. Y si es evidente que hombres concretos vienen a ocupar los lugares y realizar [encarnar] los elementos de la estructura, es sosteniendo el rol que el lugar estructural les asigna (por ejemplo el “capitalista”), y que sirven de soportes a las relaciones estructurales: aunque «los verdaderos sujetos no son esos ocupantes y esos funcionarios... sino la definición y la distribución de estos lugares y de estas funciones». El verdadero sujeto es la estructura misma: lo diferencial y lo singular, las relaciones diferenciales y los puntos singulares, la determinación recíproca y la determinación completa.


Cuarto criterio: el diferenciante, la diferenciación

Las estructuras son necesariamente inconscientes, en virtud de los elementos, relaciones y puntos que los componen. Toda estructura es una infraestructura, una micro-estructura. En cierta forma ellas no son actuales [fenoménicas]. Lo que es actual, es aquello en lo que la estructura se encarna o más bien lo que ella constituye encarnándose. Pero en sí misma, ella no es ni actual ni ficticia; ni real ni posible, JAKOBSON plantea el problema del estatuto del fonema: éste no se confunde con una letra, sílaba o sonido actuales, y no es además una ficción, una imagen asociada . Tal vez el término virtualidad designaría exactamente el modo de la estructura o el objeto de la teoría. A condición de quitarle su vaguedad; pues lo virtual tiene una realidad que le es propia, pero que no se confunde con ninguna realidad actual, ninguna actualidad presente o pasada; hay una idealidad que le es propia, pero que no se confunde con ninguna imagen posible, ninguna idea abstracta. De la estructura se dirá: real sin ser actual, ideal sin ser abstracta. Es por lo que LÉVI-STRAUSS presenta a menudo la estructura como una suerte de reservorio o de repertorio ideal, donde todo coexiste virtualmente, pero donde la actualización se hace necesariamente siguiendo direcciones exclusivas, que implican siempre combinaciones parciales y elecciones inconscientes. Despejar la estructura de un dominio, es determinar toda una virtualidad de coexistencia que preexiste a los seres, a los objetos y a las obras de este dominio. Toda estructura es una multiplicidad de coexistencia virtual. L. ALTHUSSER, por ejemplo, muestra en este sentido que la originalidad de Marx (su antihegelianismo) reside en la manera en que el sistema social es definido por una coexistencia de elementos y de relaciones económicas, sin que se pueda engendrárselas sucesivamente siguiendo la ilusión de una falsa dialéctica .

¿Qué es lo que coexiste en la estructura? Todos los elementos, las relaciones y valores de relaciones, todas las singularidades propias del dominio considerado. Semejante coexistencia no implica ninguna confusión, ninguna indeterminación: son relaciones y elementos diferenciales lo que coexiste en un todo perfectamente y completamente determinado. Queda que ese todo no se actualiza como tal. Lo que se actualiza, aquí y ahora, son tales relaciones, tales valores de relaciones, tal distribución de singularidades; otras se actualizan en otra parte o en otras épocas. No hay lengua total, que encarne todos los fonemas y relaciones fonemáticas posibles; pero la totalidad virtual del lenguaje se actualiza siguiendo direcciones exclusivas en lenguas diversas, de las que cada una encarna ciertas relaciones, ciertos valores de relación y ciertas singularidades. No hay sociedad total, pero cada forma social encarna ciertos elementos, relaciones y valores de producción (por ejemplo el “capitalismo”). Debemos pues distinguir la estructura total de un dominio como conjunto de coexistencia virtual, y las subestructuras que corresponden a las diversas actualizaciones en el dominio. De la estructura como virtualidad, debemos decir que ella está aún indiferenciada (indifférenciée), aunque esté total y completamente diferenciada (differentiée). Estructuras que se encarnan en tal o cual forma actual (presente o pasada), debemos decir que ellas se diferencian (différencient), y que actualizarse, para ellas, es precisamente diferenciarse (se différencier). La estructura es inseparable de este doble aspecto, o de este complejo que se puede designar bajo el nombre de diferenciación (différent/ciation), donde t/c constituye la relación fonemática universalmente determinada.

Toda diferenciación, toda actualización se hace siguiendo dos vías: especies y partes. Las relaciones diferenciales se encarnan en especies cualitativamente distintas, mientras que las singularidades correspondientes se encarnan en las partes y figuras extendidas que caracterizan cada especie. Así las especies de lenguas, y las partes de cada una en la vecindad de las singularidades de la estructura lingüística; los modos sociales de producciones específicamente definidos, y las partes organizadas que corresponden a cada uno de sus modos, etc. Se observará que el proceso de actualización implica siempre una temporalidad interna, variable según lo que se actualiza. No solamente cada tipo de producción social tiene una temporalidad global interna, sino que sus partes organizadas tienen ritmos particulares. La posición del estructuralismo con respecto al tiempo es pues muy clara: el tiempo es siempre allí un tiempo de actualización, según el cual se efectúan a ritmos diversos los elementos de coexistencia virtual. El tiempo va de lo virtual a lo actual, es decir de la estructura a sus actualizaciones, y no de una forma actual a otra. O al menos el tiempo concebido como relación de sucesión de dos formas actuales se contenta con expresar abstractamente los tiempos internos de la estructura o de las estructuras que se efectúan en profundidad en estas dos formas, y las relaciones diferenciales entre estos tiempos. Y, precisamente, porque la estructura no se actualiza sin diferenciarse en el espacio y en el tiempo, sin diferenciar por eso mismo de las especies y de las partes que la efectúan, debemos decir en este sentido que la estructura produce estas especies y estas partes mismas. Ella las produce como especies y partes diferenciadas. Aunque ya no se puede oponer lo genético a lo estructural como el tiempo a la estructura. La génesis, como el tiempo, va de lo virtual a lo actual, de la estructura a su actualización; las dos nociones de temporalidad múltiple interne, y de génesis ordinal estática, son en este sentido inseparables del juego de las estructuras .

Es necesario insistir sobre ese rol diferenciador. La estructura es en si misma un sistema de elementos y de relaciones diferenciales; pero también ella diferencia las especies y las partes, los seres y las funciones en las cuales ella se actualiza. Ella es diferencial en sí misma, y diferenciadora en su efecto. Comentando a LÉVI-STRAUSS, Jean Pouillon definía el problema del estructuralismo: ¿se puede elaborar “un sistema de diferencias que no conduzca ni a su simple yuxtaposición, ni a su borramiento artificial?” Desde esta perspectiva la obra de Georges DUMÉZIL es ejemplar, desde el punto de vista incluso del estructuralismo: nadie ha analizado mejor las diferencias genéricas y específicas entre religiones, y también las diferencias de partes y de funciones entre dioses de una misma religión. Es que los dioses de una religión, por ejemplo Júpiter, Marte, Quirinus, encarnan los elementos y relaciones diferenciales, al mismo tiempo que encuentran sus actitudes y funciones en la vecindad de las singularidades del sistema o de las “partes de la sociedad” considerada: son pues esencialmente diferenciados por la estructura que se actualiza o se efectúa en ellos, y que los produce actualizándose. Es verdad que cada uno de ellos, considerado sólo en su actualidad, atrae y refleja la función de los otros, aunque se corre el riesgo de no encontrar nada de esta diferenciación originaria que las produce de lo virtual a lo actual. Pero es precisamente por aquí que pasa la frontera entre lo imaginario y lo simbólico: lo imaginario tiende a reflejar y a reagrupar sobre cada término el efecto total de un mecanismo de conjunto, mientras que la estructura simbólica asegura la diferenciación de los términos y la diferenciación de los efectos. De donde la hostilidad del estructuralismo con respecto a los métodos de lo imaginario: la crítica de Jung por LACAN, la crítica de Bachelard por la “nueva crítica”. La imaginación desdobla y refleja, proyecta e identifica, se pierde en juegos de espejos, pero tanto las distinciones que hace, como las asimilaciones que opera, son efectos de superficie que ocultan los mecanismos diferenciales más sutiles de un pensamiento simbólico. Comentando a DUMÉZIL, Edmond Ortigues dice muy bien: «Cuando uno se acerca a la imaginación material, la función diferencial disminuye, se tiende hacia equivalencias; cuando uno se acerca a los elementos formadores de la sociedad, la función diferencial aumenta, se tiende hacia valencias distintivas .»

Las estructuras son inconscientes, estando [siendo] necesariamente recubiertas por sus productos o efectos. Una estructura económica no existe nunca pura, sino recubierta por las relaciones jurídicas, políticas, ideológicas en las que se encarna. No se pueden leer, encontrar, reencontrar las estructuras más que a partir de estos efectos. Los términos y las relaciones que las actualizan, las especies y las partes que las efectúan, son tanto interferencias como expresiones. Es por lo que un discípulo de LACAN, J.-A Miller forma el concepto de una “causalidad metonímica”, o bien ALTHUSSER, el de una causalidad propiamente estructural, para dar cuenta de la presencia muy particular de una estructura en sus efectos, y de la manera en que ella diferencia estos efectos, al mismo tiempo que estos la asimilan y la integran . El inconsciente de la estructura es un inconsciente diferencial. Se podría creer así que el estructuralismo vuelve a una concepción pre-freudiana: ¿Acaso Freud no concibe el inconsciente en el modo del conflicto de fuerzas o de la oposición de deseos, mientras que la metafísica leibniziana proponía ya la idea de un inconsciente diferencial de las pequeñas percepciones? Pero en Freud mismo, existe todo un problema del origen del inconsciente, de su constitución como “lenguaje”, que supera el nivel del deseo, de las imágenes asociadas y de las relaciones de oposición. Inversamente, el inconsciente diferencial no está hecho de pequeñas percepciones de lo real y de pasajes al límite, sino de variaciones de relaciones diferenciales en un sistema simbólico en función de distribuciones de singularidades. LÉVI-STRAUSS tiene razón al decir que el inconsciente no es ni de deseos ni de representaciones, que está “siempre vacío”, consistiendo únicamente en las leyes estructurales que impone tanto a las representaciones como a los deseos .

Es que el inconsciente es siempre un problema. No en el sentido de que su existencia sería dudosa. Sino que forma él mismo los problemas y las cuestiones que se resuelven solamente en la medida en que la estructura correspondiente se efectúa, y que se resuelven siempre según la manera en que ella se efectúa. Pues un problema tiene siempre la solución que merece según la manera en que es planteado, y el campo simbólico del que se dispone para plantearlo. ALTHUSSER puede presentar la estructura económica de una sociedad como el campo de problemas que ella se plantea, que ella está determinada a plantearse, y que ella resuelve según sus propios medios, es decir según la líneas de diferenciación de acuerdo con las cuales la estructura se actualiza. Teniendo en cuenta las absurdidades, ignominias y crueldades que estas “soluciones” comportan en razón de la estructura. De la misma manera Serge Leclaire, después de LACAN, puede distinguir entre las psicosis y las neurosis, y las neurosis entre ellas, no tanto por los tipos de conflictos como por los modos de preguntas, que encuentran siempre la respuesta que merecen en función del campo simbólico donde se plantean: así la cuestión histérica no es la del obsesivo . En todo esto, problemas y cuestiones no designan sino un momento provisional y subjetivo en la elaboración de nuestro saber, sino al contrario una categoría perfectamente objetiva, “objetidades” plenas y enteras que son aquellas de la estructura. El inconsciente estructural es a la vez diferencial, problematizante, cuestionante. En fin él es, como vamos a ver, serial.


Quinto criterio: serial

Todo esto sin embargo parece aún incapaz de funcionar. Es que no hemos podido definir más que una mitad de estructura. Una estructura no empieza a moverse, no se anima, más que si le restituimos su otra mitad. En efecto, los elementos simbólicos que hemos definido anteriormente, tomados en sus relaciones diferenciales, se organizan necesariamente en serie. Pero, como tales, se relacionan con otra serie, constituida por otros elementos simbólicos y otras relaciones: esta referencia a una segunda serie se explica fácilmente si se recuerda que las singularidades derivan de los términos y relaciones de la primera, pero no se contentan con reproducirlos o reflejarlos. Se organizan pues ellos mismos en una serie capaz de un desarrollo autónomo, o al menos reenvían necesariamente la primera a tal otra serie. Así los fonemas y los morfemas. O bien la serie económica y otras series sociales. O bien la triple serie de FOUCAULT, lingüística, económica y biológica, etc. La cuestión de saber si la primera serie forma una base y en qué sentido, si ella es significante, las otras siendo solamente significadas, es una cuestión compleja cuya naturaleza nosotros todavía no podemos precisar. Se debe solamente constatar que toda estructura es serial, multi-serial, y no funcionaría sin esta condición.

Cuando LÉVI-STRAUSS retoma el estudio del totemismo, muestra hasta qué punto el fenómeno es mal comprendido en tanto que se lo interpreta en términos de imaginación. Pues la imaginación, según su ley, concibe necesariamente el totemismo como la operación por la cual un hombre o un grupo se identifican con un animal. Pero simbólicamente, se trata de otra cosa: no de la identificación imaginaria de un término con otro, sino de la homología estructural de dos series de términos. Por una parte una serie de especies animales tomadas como elementos de relaciones diferenciales, por otra parte una serie de posiciones sociales ellas mismas comprendidas simbólicamente en sus propias relaciones: la confrontación se hace «entre estos dos sistemas de diferencias», estas dos series de elementos y de relaciones .

El inconsciente, según LACAN, no es ni individual ni colectivo, sino intersubjetivo. Es decir que implica un desarrollo en series: no solamente el significante y el significado, sino las dos series como mínimo se organizan de manera muy variable según el dominio considerado. Uno de los textos más célebres de LACAN comenta La carta robada de Edgar Poe, mostrando cómo la “estructura” pone en escena dos series cuyos lugares son ocupados por sujetos variables: rey que no ve la carta – reina que se jacta de tenerla tanto mejor escondida cuanto que la ha dejado en evidencia - ministro que ve todo y que se apodera de la carta (primera serie); policía que no encuentra nada en casa del ministro - ministro que se jacta de haber escondido tanto mejor la carta en tanto la deja en evidencia – Dupin que ve todo y que recupera la carta (segunda serie) . Ya en un texto anterior, LACAN comentaba el caso de El hombre de las ratas sobre la base de una doble serie, paterna y filial, en que cada uno ponía en juego cuatro términos en relación siguiendo un orden de lugares: deuda-amigo, mujer rica-mujer pobre .

Es obvio que la organización de las series constitutivas de una estructura constituyen una verdadera puesta en escena, y exige en cada caso evaluaciones e interpretaciones precisas. No hay en absoluto regla general; tocamos aquí el punto en que el estructuralismo implica tanto una verdadera creación, como una iniciativa y un descubrimiento que no carecen de riesgos. La determinación de una estructura no se hace solamente por una elección de elementos simbólicos de base y de las relaciones diferenciales donde entran; no solamente tampoco por una distribución de puntos singulares que les corresponde; sino aún por la constitución de una segunda serie, al menos, que mantiene relaciones complejas con la primera. Y, si la estructura define un campo problemático, un campo de problemas, es en el sentido en que la naturaleza del problema revela su objetividad propia en esta constitución serial, que hace que el estructuralismo se sienta a veces próximo a una música. Philippe Sollers escribe una novela, Drame, pautada por las expresiones “Problema” y “Fallado”, en el curso de la cual se elaboran series vacilantes («una cadena de recuerdos marítimos pasa a su brazo derecho... la pierna izquierda, en cambio, parece trabajada por agrupamientos minerales»)a. O bien la tentativa de Jean- Pierre Faye en Analogues, concerniente a una coexistencia serial de modos de narraciónb.

¿Ahora bien que es lo que empide a las dos series reflejarse simplemente una en la otra, y desde ese momento identificar sus términos uno a uno? El conjunto de la estructura recaería en el estado de una figura de la imaginación. La razón que conjura un riesgo tal es extraña en apariencia. En efecto, los términos de cada serie son inseparables en sí mismos de los desfases o desplazamientos que sufren en relación con los términos de la otra; son pues inseparables de la variación de las relaciones diferenciales. Para la carta robada, el ministro, en la segunda serie viene a ocupar el lugar que la reina tenía en la primera. En la serie filial de El hombre de las ratas, es la mujer pobre que viene a ocupar el lugar del amigo en relación con la deudac. O bien en una doble serie de pájaros y de gemelos, citada por LÉVI-SRAUSS, los gemelos que son las “personas de arriba”, en relación con personas de abajo, vienen necesariamente al lugar de los “pájaros de abajo”, no de los pájaros de arriba . Este desplazamiento relativo de dos series no es del todo secundario; no viene a afectar un término, desde afuera y secundariamente, como para darle un disfraz imaginario. Por el contrario, el desplazamiento es propiamente estructural o simbólico: pertenece esencialmente a los lugares en el espacio de la estructura, y gobierna así en todos los disfraces imaginarios seres y objetos que vienen secundariamente a ocupar estos lugares. Es por eso que el estructuralismo concede tanta atención a la metáfora y a la metonimia. Estas no son de ninguna manera figuras de la imaginación, sino en primer lugar factores estructurales. Son incluso los dos factores estructurales, en el sentido de que expresan los dos grados de libertad del desplazamiento, de una serie a la otra y en el interior de una misma serie. Lejos de ser imaginarias, impiden a las series que animan confundir o desdoblar imaginariamente sus términos. Pero ¿qué son entonces estos desplazamientos relativos, si forman parte absolutamente de los lugares en la estructura?


Sexto criterio: la casilla vacía

Resulta que la estructura envuelve un objeto o elemento completamente paradójico. Consideremos el caso de la carta, en la historia de Edgar Poe tal como LACAN la comenta; o el caso de la deuda, en El hombre de las ratas. Es evidente que este objeto es eminentemente simbólico. Pero decimos “eminentemente”, porque no pertenece a ninguna serie en particular: la carta está sin embargo presente en las dos series de Edgar Poe; la deuda está presente en las dos series de El hombre de las ratas. Este objeto está siempre presente en las series correspondientes, las recorre y se mueve en ellas, no cesa de circular en ellas, y de la una a la otra, con una agilidad extraordinaria. Se diría que es su propia metáfora, y su propia metonimia. Las series en cada caso están constituidas por términos simbólicos y por relaciones diferenciales; pero él, parece de otra naturaleza. En efecto, es en relación con él que la variedad de los términos y la variación de las relaciones diferenciales están cada vez determinadas. Las dos series de una estructura son siempre divergentes (en virtud de las leyes de la diferenciación). Pero este objeto singular es el punto de convergencia de las series divergentes como tales. Es “eminentemente” simbólico, pero precisamente porque es inmanente a las dos series a la vez. ¿Cómo llamarlo, sino Objeto = x, objeto de adivinanza o gran Móvil? Podemos de todos modos tener dudas: lo que J. LACAN nos invita a descubrir en dos casos, el rol particular de una letra o de una deuda –¿Acaso es un artificio, con el rigor aplicable a estos casos, o bien es un método verdaderamente general, válido para todos los dominios estructurables, criterio para toda estructura, como si una estructura no se definiera sin la asignación de un objeto = x que no cesa de recorrer sus series? Como si la obra literaria por ejemplo, o la obra de arte, pero también otras obras, las obras de la sociedad, las de la enfermedad, las de la vida en general, envolvieran este objeto tan particular que gobierna su estructura. Y como se si se tratara siempre de encontrar quien es H, o de descubrir un x envuelto en la obra. Es así para las canciones: el refrán concierne a un objeto = x, mientras que las coplas forman las series divergentes en que este circula. Es por lo que las canciones presentan verdaderamente una estructura elemental.

Un discípulo de LACAN, André Green, señala la existencia del pañuelo que circula en Otelo, recorriendo todas las series de la pieza . Hablamos también de dos series del príncipe de Gales, Falstaff o el padre-bufón, Enrique IV o el padre real, las dos imágenes de padre. La corona es el objeto = x que recorre las dos series, con términos y bajo relaciones diferentes; el momento en que el príncipe prueba la corona, su padre no estando aún muerto, marca el pasaje de una serie a la otra, el cambio de los términos simbólicos y la variación de las relaciones diferenciales. El viejo rey moribundo se enfada, y cree que su hijo quiere prematuramente identificarse con él; sin embargo el príncipe sabe responder, y mostrar en un discurso espléndido que la corona no es el objeto de una identificación imaginaria, sino al contrario el término eminentemente simbólico que recorre todas las series, la serie infame de Falstaff y la gran serie real, y que permite el pasaje del uno al otro en el seno de la misma estructura. Había, como hemos visto, una primera diferencia entre lo imaginario y lo simbólico: el rol diferenciador de lo simbólico, por oposición al rol asimilador reflejante, desdoblante y redoblante de lo imaginario. Pero la segunda frontera aparece mejor aquí: contra el carácter dual de la imaginación, el Tercero que interviene esencialmente en el sistema simbólico, que distribuye las series, las desplaza relativamente, las hace comunicar, aún impidiendo a la una abatirse imaginariamente sobre la otra.

Deuda, carta, pañuelo o corona, la naturaleza de este objeto es precisada por LACAN: es siempre desplazado en relación consigo mismo. Tiene como propiedad no estar donde se lo busca, pero en revancha también la de ser encontrado donde no está. Se dirá que “falta en su lugar” (y no por ello es algo real). También, que falta en su propia semblanza ( y no por ello es una imagen) – que falta a su propia identidad (y no por ello es un concepto). «Lo que está escondido no es nunca más que lo que falta en su lugar, como se expresa la ficha de búsqueda de un volumen cuando está extraviado en la biblioteca. Y esto aunque estuviera escondido en el estante o en el casillero de al lado que estaría escondido, y por visible que apareciera allí. No se puede decir de la carta (al pie de la letra (à la lettre) que esta falta en su lugar más que de lo que puede cambiar, es decir de lo simbólico. Pues por lo que se refiere a lo real, cualquiera que sea la conmoción que se le pueda aportar, está siempre allí en todo caso, lo lleva pegado a la suela de sus zapatos, sin que podamos conocer nada que pueda exiliarlo de allí .» Si las series que el objeto = x recorre presentan necesariamente desplazamientos relativos el uno en relación con el otro, es pues porque los lugares relativos de sus términos en la estructura dependen primeramente del lugar absoluto de cada uno, en cada momento, en relación con el objeto = x siembre circulante, siempre desplazado en relación consigo mismo. Es en este sentido que el desplazamiento, y más generalmente todas las formas de cambio, no forma un carácter añadido desde afuera, sino la propiedad fundamental que permite definir la estructura como orden de los lugares bajo la variación de las relaciones. Toda la estructura es movida por este Tercero originario –pero también que falta en su propio origen. Distribuyendo las diferencias en toda la estructura, haciendo variar las relaciones diferenciales con sus desplazamientos, el objeto = x constituye el diferenciante de la diferencia misma.

Los juegos tienen necesidad de la casilla vacía, sin la cual nada avanzaría ni funcionaría. El objeto = x no se distingue de su lugar, pero pertenece a este lugar por desplazarse todo el tiempo, como a la casilla vacía saltar sin cesar. LACAN invoca el lugar del muerto en el bridge. En las páginas admirables que abren Las palabras y las cosas, donde describe un cuadro de Velázquez, FOUCAULT, invoca el lugar del rey, en relación con el cual todo se desplaza y se desliza, Dios, después el hombre, sin jamás llenarla . Ningún estructuralismo sin este grado cero. A Philippe Sollers y a Jean-Pierre Faye les gusta invocar el punto ciego, como designando ese punto siempre móvil que comporta la ceguera, pero a partir del cual la escritura se hace posible, porque se organizan en él las series como verdaderos literemas. J.-A. Miller, en su esfuerzo por elaborar un concepto de causalidad estructural o metonímica toma de Frege la posición de un cero, definido como faltante en su propia identidad, y que condiciona la constitución serial de los números . E incluso LÉVI-STRAUSS, que en algunos aspectos es el más positivista de los estructuralistas, el menos romántico, el menos inclinado a admitir un elemento fugitivo, reconocía en el “mana” o sus equivalentes, la existencia de un “significante flotante”, de un valor simbólico cero circulando en la estructura . El alcanzaba así el fonema cero de Jakobson, que no comporta por sí mismo ningún carácter diferencial ni valor fonético, pero en relación con el cual todos los fonemas se sitúan en sus propias relaciones diferenciales.

Si es verdad que la crítica estructural tiene como objeto determinar en el lenguaje las “virtualidades” que preexisten a la obra, la obra es ella misma estructural cuando se propone expresar sus propias virtualidades. Lewis Carroll, Joyce inventaban “coletillas”, o más generalmente palabras esotéricas, para asegurar la coincidencia de series verbales sonoras y la simultaneidad de series de historias asociadas. En Finnegans Wake, es aún una carta (lettre) que es Cosmos, y que reúne todas las series del mundo. En Lewis Carroll, la coletilla connota dos series de base al menos (hablar y comer, serie verbal y serie alimentaria) que pueden ellas mismas ramificarse: así el Snark. Es un error decir que semejante palabra tiene dos sentidos; de hecho, es de otro orden que las palabras que tienen un sentido. Es el sin-sentido lo que anima al menos las dos series, pero que les provee de sentido circulando a través de ellas. Es él, en su ubicuidad, en su perpetuo desplazamiento, que produce el sentido en cada serie, y una de una serie a la otra, y no cesa de desfasar las dos series. Es la palabra = x en tanto que designa el objeto = x, el objeto problemático. En tanto que palabra = x, recorre una serie determinada como la del significante; pero al mismo tiempo como objeto = x, recorre la otra serie determinada como la del significado. No cesa a la vez de profundizar y de llenar la separación entre las dos series: LÉVI-STRAUSS lo muestra a propósito del “mana”, que asimila a las palabras “truc” o “machin” [en francés]. Es efectivamente de esta manera, como hemos visto, que el sin-sentido no es la ausencia de significación, sino por el contrario, el exceso de sentido, o lo que provee de sentido al significado y al significante. El sentido aparece aquí como el efecto de funcionamiento de la estructura, en la animación de sus series componentes. Y, sin duda, las coletillas no son más que un procedimiento entre otros para asegurar esta circulación. Las técnicas de Raymond Roussel, tal como FOUCAULT las ha analizado, son de otra naturaleza: fundadas en relaciones diferenciales fonemáticas, o en relaciones todavía más complejas . En Mallarmé, encontramos sistemas de relaciones entre series, y móviles que las animan, y aún de otro tipo. Nuestro objetivo no es analizar el conjunto de los procedimientos que se hace y forman la literatura moderna, jugando con toda una topografía, con toda una tipografía del “libro futuro”, sino solamente señalar que en todos los casos la eficacia de esta casilla vacía de doble cara, a la vez palabra y objeto.

¿En qué consiste este objeto = x? ¿Es y debe seguir siendo el objeto perpetuo de una adivinanza, de un enigma, el perpetuum mobile? Esto sería una manera de recordar la consistencia objetiva que toma la categoría de lo problemático en el seno de las estructuras. Y es bueno finalmente que la cuestión “¿en qué se reconoce el estructuralismo?” conduzca a la posición de algo que no es reconocible o identificable. Consideremos la respuesta psicoanalítica de LACAN: el objeto = x está determinado como falo. Pero este falo no es ni el órgano real, ni la serie de imágenes asociadas o asociables: es falo simbólico. Es sin embargo ciertamente de sexualidad de lo que se trata, no se trata de otra cosa aquí, contrariamente a las piadosas tentaciones siempre renovadas en psicoanálisis de abjurar o de minimizar las referencias sexuales. Pero el falo aparece, no como un dato sexual ni como la determinación empírica de uno de los sexos, sino como el órgano simbólico que funda la sexualidad enteramente como sistema o estructura, y en relación con el cual se distribuyen los lugares ocupados de manera variable por los hombres y las mujeres, y también las series de imágenes y de realidades. Designando el objeto = x como falo, no es cuestión pues de identificar este objeto, de conferir a este objeto una identidad que repugna en su naturaleza; pues, al contrario, el falo simbólico es lo que falta a su propia identidad, siempre encontrado allí donde no está ya que el no está allí donde se lo busca, siempre desplazado en relación consigo mismo, del lado de la madre. En este sentido es ciertamente la carta y la deuda, el pañuelo o la corona, el Snark y el “maná”. Padre, madre, etc., son elementos simbólicos tomados en relaciones diferenciales, pero el falo es otra cosa, el objeto = x que determina el lugar relativo de los elementos y el valor variable de las relaciones, que hacen de la sexualidad enteramente una estructura. Es en función de los desplazamientos del objeto = x que las relaciones varían, como relaciones entre “pulsiones parciales” constitutivas de la sexualidad.

El falo evidentemente no es una última respuesta. Es incluso el lugar de una pregunta, de una “demanda” que caracteriza la casilla vacía de la estructura sexual. Las preguntas como las respuestas varían según la estructura considerada, pero nunca dependen de nuestras preferencias, ni de un orden de causalidad abstracta. Es evidente que la casilla vacía de una estructura económica, como intercambio de mercancías, debe ser determinada de otra forma: consiste en “algo” que no se reduce ni a los términos del intercambio, ni a la propia relación de intercambio, sino que forma un tercero eminentemente simbólico en perpetuo desplazamiento, y en función del cual van a definirse las variaciones de relaciones. Tal es el valor como expresión de un “trabajo en general”, más allá de toda cualidad empíricamente observable, lugar de la cuestión que atraviesa o recorre la economía como estructura .

Se desprende una consecuencia más general, concerniente a los diferentes “órdenes”. No conviene, sin duda, en la perspectiva del estructuralismo, resuscitar el problema: ¿hay una estructura que determine a todas las otras en última instancia? Por ejemplo, ¿qué es primero, el valor o el falo, el fetiche económico o el fetiche sexual? Por varias razones estas cuestiones no tienen sentido. Todas las estructuras son infraestructuras. Los órdenes de estructuras, lingüísticas, familiar, económica, sexual, etc., se caracterizan por la forma de sus elementos simbólicos, la variedad de sus relaciones diferenciales, la especie de sus singularidades, en fin y sobre todo por la naturaleza del objeto = x que preside su funcionamiento. Ahora bien no podríamos establecer un orden de causalidad lineal de una estructura a otra, más que confiriendo al objeto = x en cada caso el género de identidad al cual repugna esencialmente. Entre estructuras, la causalidad no puede ser más que un tipo de causalidad estructural. En cada orden de estructura, ciertamente, el objeto = x no es de ninguna manera un incognoscible, un puro indeterminado; es perfectamente determinable, comprendidos sus desplazamientos, y el modo de desplazamientos que lo caracteriza. Simplemente no es asignable: es decir no es fijable en un lugar identificable en un género o una especie. Es porque él mismo constituye el género último de la estructura o su lugar total: no hay pues identidad más que para fallar a esta identidad, ni lugar más que para desplazarse en relación con todo lugar. Por ello, el objeto = x es para cada orden de estructura el lugar vacío o perforado que permite a este orden articularse con los otros, en un espacio que comporta tantas direcciones como órdenes. Los órdenes de estructura no se comunican en un mismo lugar, pero se comunican todos entre sí por su lugar vacío u objeto = x respectivo. Es por eso que, a pesar de ciertas páginas apresuradas de LÉVI-STRAUSS, no se reclamará un privilegio para las estructuras sociales etnográficas, remitiendo las estructuras sexuales psicoanalíticas a la determinación empírica de un individuo más o menos desocializado. Incluso las estructuras lingüísticas no pueden pasar por elementos simbólicos o significantes últimos: precisamente en la medida en que las otras estructuras no se contentan con aplicar por analogía métodos tomados de la lingüística, sino que descubren por su cuenta verdaderos lenguajes, aunque fuesen no verbales, comportando siempre sus significantes, sus elementos simbólicos y relaciones diferenciales. FOUCAULT, poniendo por ejemplo el problema de las relaciones etnografía-psicoanálisis, tiene razón entonces al decir: «ellas se cortan en ángulo recto; pues la cadena significante por la que se constituye la experiencia única del individuo es perpendicular al sistema formal a partir del cual se constituyen las significaciones de la cultura. En cada instante de la estructura propia de la experiencia individual encuentra en los sistemas de la sociedad un cierto número de elecciones posibles (y de posibilidades excluidas); inversamente las estructuras sociales encuentran en cada uno de sus puntos de elección un cierto número de individuos posibles (y otros que no lo son)» .

Y en cada estructura, el objeto = x debe ser susceptible de dar cuenta: 1º de la manera en que se subordinan en su orden los otros órdenes de estructura, estos no intervienen más que como dimensiones de actualización; 2º de la manera en que él mismo está subordinado a los otros órdenes en el suyo (y no intervienen más que en su propia actualización); 3º de la manera en que todos los objetos = x y todos los órdenes de estructura se comunican los unos con los otros, cada orden define una dimensión del espacio en que él es absolutamente primero; 4º condiciones en las cuales, en determinado momento de la historia o en determinado caso, determinada dimensión que corresponde a determinado orden de la estructura no se despliega por ella misma y permanece sometida a la actualización de otro orden (el concepto lacaniano de “forclusión” tendría aquí una vez más una importancia decisiva).


Últimos criterios: del sujeto a la práctica

En cierto sentido, los lugares no son llenados ni ocupados por seres reales sino en la medida en que la estructura es “actualizada”. Pero, en otro sentido, podemos decir que los lugares están ya llenos u ocupados por los elementos simbólicos, al nivel de la estructura misma; y son las relaciones diferenciales de estos elementos las que determinan el orden de los lugares en general. Hay pues un llenado simbólico primario, antes de todo llenado o toda ocupación secundaria por seres reales. Sólo que, nos volvemos a encontrar con la paradoja de la casilla vacía; pues esta es el único lugar que no puede ni debe llenarse, aunque fuese por un elemento simbólico. Ella debe conservar la perfección su vacío para desplazarse en relación consigo misma, y para circular a través de los elementos y las variedades de relaciones. Simbólica, ella debe ser para ella misma su propio símbolo, y carecer eternamente de su propia mitad que seria susceptible de venir a ocuparla. (Este vacío sin embargo no es un no ser; o al menos este no ser no es el ser de lo negativo, es el ser positivo de lo “problemático”, el ser objetivo de un problema y de una cuestión). Es por eso que FOUCAULT puede decir: «No se puede ya pensar en el vacío del hombre desaparecido. Pues este vacío no orada una falta; no prescribe una laguna a llenar. Es nada más y nada menos, que el despliegue de un espacio en el que es finalmente de nuevo posible pensar .»

Ahora bien si el lugar vacío no es llenado por un término, este no deja de estar acompañado por una instancia eminentemente simbólica que sigue todos sus desplazamientos: acompañado sin ser ocupado ni llenado. Y los dos, la instancia y el lugar, no cesan de fallar la una al otro, y de acompañarse de esta manera. El sujeto es precisamente la instancia que sigue el lugar vacío: como dice LACAN, está menos sujeto que sujetado –sujetado a la casilla vacía, sujetado al falo y a sus desplazamientos. Su agilidad es sin igual, o debería serlo. También el sujeto es esencialmente intersubjetivo. Anunciar la muerte de Dios, o incluso la muerte del hombre no es nada. Lo que cuenta, es el cómo. Nietzsche mostraba ya que Dios muere de varias maneras; y que los dioses mueren, pero de risa, cuando escuchan a un dios que dice que es el Único. El estructuralismo no es en absoluto un pensamiento que suprime el sujeto, sino un pensamiento que lo hace migas y lo distribuye sistemáticamente, que contesta la identidad del sujeto, que lo disipa y lo hace pasar de lugar en lugar, sujeto siempre nómada, hace individuaciones, pero impersonales o singularidades, pero pre-individuales. En este sentido FOUCAULT habla de “dispersión”; y LÉVI-STRAUSS no puede definir una instancia subjetiva más que como dependiente de las condiciones de Objeto bajo las cuales ciertos sistemas de verdad se vuelven convertibles y, por tanto, «simultáneamente aceptables para varios sujetos» .

Desde entonces dos grandes accidentes de la estructura se dejan definir. O bien la casilla vacía y móvil no está ya acompañada por un sujeto nómada que subraya su recorrido; y su vacío se convierte en una verdadera falta, una laguna. O bien está al contrario lleno, ocupado por lo que lo acompaña, y su movilidad se pierde en el efecto de una plenitud sedentaria o fijada. Se podría decir también, en términos lingüísticos, tanto que el “significante” ha desaparecido, como que el flujo del significado no encuentra ya elemento significante que lo escanda, tanto que el “significado” se ha desvanecido, que la cadena del significante no encuentra ya significado que la recorra: los dos aspectos patológicos de la psicosis . Se podría decir aún, en términos teo-antropológicos, que tan pronto como Dios hace crecer el desierto y cava en la tierra una laguna, el hombre la llena, él ocupa el sitio, y en esta vana permutación nos hace pasar de un accidente a otro: es por eso que el hombre y Dios son las dos enfermedades [fundamentales] de la tierra, es decir de la estructura.

Lo importante, es saber bajo qué factores y en qué momentos estos accidentes están determinados en estructuras de tal o cual orden. Consideremos de nuevo los análisis de ALTHUSSER y de sus colaboradores: por una parte muestran cómo, en el orden económico, las aventuras de la casilla vacía (el Valor como objeto = x) están marcadas por la mercancía, el dinero, el fetiche, el capital, etc. que caracterizan la estructura capitalista. Por otra parte, muestran como las contradicciones nacen así en la estructura. En fin, cómo lo real y lo imaginario, es decir los seres reales que vienen a ocupar los lugares y las ideologías que expresan la imagen que se hacen de ellos mismos, están estrechamente determinadas por el juego de estas aventuras estructurales y de las contradicciones que se derivan de las mismas. No ciertamente porque las contradicciones sean imaginarias: ellas son propiamente estructurales, y cualifican los efectos de la estructura en el tiempo interno que le es propio. No se dirá pues de la contradicción que es aparente, sino que es derivada: deriva del lugar vacío y de su devenir en la estructura. Por regla general, lo real, lo imaginario y sus relaciones son siempre engendrados secundariamente por el funcionamiento de la estructura, que comienza por tener sus efectos primarios en ella misma. Es por eso que no es en absoluto del afuera que lo que llamábamos hace un momento “accidentes” llega a la estructura. Se trata por el contrario de una “tendencia” inmanente . Se trata de acontecimientos ideales que forman parte de la estructura misma, y que afectan simbólicamente su casilla vacía o el sujeto de la misma. Los llamamos “accidentes” para señalar mejor, no un carácter de contingencia o de exterioridad, sino este carácter de acontecimiento muy especial, interior a la estructura en tanto que esta no se reduce jamás a una esencia simple.

Desde ahí, un conjunto de problemas complejos se plantea al estructuralismo, concerniente a las “mutaciones” estructurales (FOUCAULT) o las “formas de transición” de una estructura a otra (ALTHUSSER). Es siempre en función de la casilla vacía que las relaciones diferenciales son susceptibles de nuevos valores o de variaciones, y las singularidades, capaces de distribuciones nuevas, constitutivas de otra estructura. Falta aún que las contradicciones sean “resueltas”, es decir que el lugar vacío sea despejado de los acontecimientos simbólicos que lo ocultan o lo llenan, que le sea devuelto al sujeto que debe acompañarlo por nuevos caminos, sin ocuparlo ni abandonarlo. También hay un héroe estructuralista: ni Dios ni hombre, ni personal ni universal, es sin identidad, hecho de individuaciones no personales y de singularidades pre-individuales. Asegura el estallido de una estructura afectada por exceso o por defecto, opone su propio acontecimiento ideal a los acontecimientos ideales que acabamos de definir . Que pertenezca a una nueva estructura no volver a empezar aventuras análogas a las antiguas, no hacer renacer contradicciones mortales, eso depende de la fuerza resistente y creadora de este héroe, de su agilidad en seguir y salvaguardar los desplazamientos, de su poder de hacer varias las relaciones y de redistribuir las singularidades, siempre haciendo una tirada de dados. Este punto de mutación define precisamente una praxis, o más bien el lugar mismo donde la praxis debe instalarse. Pues el estructuralismo no es solamente inseparable de las obras que crea, sino también de una práctica en relación con los productos que interpreta. Que esta práctica sea terapéutica o política, ella designa un punto de revolución permanente, o de transferencia permanente.

Estos últimos criterios, del sujeto con la praxis, son los más oscuros –criterios del futuro. A través de los seis caracteres precedentes, hemos querido únicamente recoger un sistema de ecos entre autores muy independientes los unos de los otros, explorando dominios muy diversos. Y también la teoría que ellos mismos proponen de estos ecos. A los diferentes niveles de la estructura, lo real y lo imaginario, los seres reales y las ideologías, el sentido y la contradicción son “efectos” que deben ser comprendidos a la salida de un “proceso”, de una producción diferenciada propiamente estructural: extraña génesis estática para “efectos” físicos (ópticos, sonoros, etc.). Los libros contra el estructuralismo (o aquellos contra la nueva novela) no tienen estrictamente ninguna importancia; no pueden impedir que el estructuralismo tenga una productividad que es la de nuestra época. Ningún libro contra lo que sea tiene nunca importancia; sólo cuentan los libros “para” algo nuevo, y que saben producirlo.