domingo, 27 de abril de 2008

AVISO A LOS ALUMNOS

Les recuerdo leer el texto sobre Dispositivo Fábrica de casos para el lunes 28 de abril.
saludos,
MTC.

viernes, 25 de abril de 2008

Clase del 28 de abril . Del Diagnóstico al Juicio Clínico (II)

Marité Colovini


En la clase anterior hemos precisado la subversión que el psicoanálisis introduce en la cultura al postular un sujeto del inconsciente, lo que nos permite situar una de las diferencias más importantes respecto al discurso médico /psicológico y el discurso del psicoanálisis.
Hoy continuaremos con el recorrido que va del Diagnóstico al Juicio Clínico.
Para ello, se hace menester desplegar algunos conceptos y categorías.


1- Lo universal, lo particular y lo singular:

El mundo único solo existe en forma de un conjunto de distintos fenómenos, objetos, acontecimientos, que poseen sus propias características singulares e irrepetibles. La existencia de objetos y fenómenos delimitados entre sí en el espacio y el tiempo, que poseen una determinación cuantitativa y cualitativa individual, es definida por la categoría de lo singular. Esta categoría expresa lo que distingue a un objeto de otro, lo que es propio únicamente al objeto dado.

Pero cualquier objeto no es más que un momento de un sistema integral. La comunidad de propiedades y relaciones de los fenómenos se expresa en la categoría de lo universal. Esta categoría refleja la semejanza de propiedades, la conexión del objeto con el sistema del mundo, la similitud de los nexos esenciales entre los objetos.

De manera que cada fenómeno, además de los rasgos singulares que lo diferencian, posee rasgos comunes, generales, que lo asemejan a otros fenómenos. Si los rasgos singulares distinguen a un fenómeno dado de los demás, lo universal los aproxima, los vincula entre sí. Las categorías de lo singular y lo universal expresan la unidad dialéctica entre lo común (lo universal ) y lo diverso (lo singular ) en el objeto.

Entre lo singular y lo universal existe, como si fuera un eslabón que los une, que los vincula, la categoría de lo particular. Lo particular es más amplio que lo singular y menos amplio que lo universal.

Es necesario retomar estas ideas en su aplicación a la práctica médica, comenzando por las categorías enfermedad y enfermo. La enfermedad es lo universal, un enfermo concreto con esa enfermedad es lo singular.

Una enfermedad cualquiera es una abstracción, una síntesis, un concepto, una categoría, a la que se llegó en un determinado momento de la acumulación histórica de conocimientos acerca de ella y que proviene de la observación y el estudio de un número mayor o menor de enfermos en los cuales se repiten, una y otra vez, rasgos y fenómenos similares.

Pero la enfermedad es también un fenómeno objetivo, que existe en la naturaleza, independiente del pensamiento, existe en la naturaleza pero se expresa a través de enfermos singulares, individuales. No se puede ver si no es en un enfermo: lo universal solo existe en lo singular. De igual forma, un paciente con una determinada enfermedad jamás tendrá todos los síntomas descritos en ella, puesto que en todo fenómeno singular (el enfermo) siempre hay algunos rasgos, pero no todos, de la categoría universal (la enfermedad) y lo que se repita, situando tipos, dará el particular. Vemos también que hay superposición pero no equivalencia entre el singular y el particular. Siempre habrá un resto que hace a lo singular. Si la práctica médica precisa de la universalización y la particularización, no debe olvidar este resto, ya que es aquello que conforma la singularidad de su propio acto.

De lo anterior se interpreta que de los enfermos con una enfermedad, ninguno será exactamente igual a los demás. Es la misma enfermedad, pero varía de uno a otro, porque no hay una sola enfermedad que curse exactamente igual en dos personas, ni hay dos personas iguales. Las cosas y los acontecimientos son absolutamente irrepetibles.

Los conceptos de enfermedad, en las diferentes sociedades de nuestra cultura, fueron moldeados también por la existencia de diferentes enfermedades. Las culturas egipcias ya tenían los primeros medios de un diagnóstico que podían considerarse como los cimientos de una medicina de diagnóstico, y que se desarrolló cada vez más a través de los siglos. Durante la Edad Media y el Renacimiento, prevalecieron muchas enfermedades infecciosas que costaron muchas vidas. Los autores árabes y romanos de su tiempo trabajaron sobre el viejo concepto de las infecciones y las enfermedades infecciosas, pero no existía un concepto claro y abarcador como tal. Las razones de las infecciones eran muchas: podían ser desarrolladas dentro del cuerpo, como resultado del desarrollo de la enfermedad o por otras influencias tales como las estrellas. Por eso es que, por ejemplo, el nombre de la infección del virus sea influenza, influido por las estrellas. Las grandes epidemias tuvieron lugar en la plaga de 527-565 (del Imperio Justiniano), la epidemia de cólera (mediados del siglo XVIII), en Londres (1665) y también en Marsella (1720) como las últimas grandes epidemias en Europa. La más terrible de todas las epidemias fue la de la lepra durante la Edad Media. Ya en 1495, la sífilis desarrolló un carácter epidémico.

El crecimiento del conocimiento médico indujo a una definición más clara de las enfermedades epidémicas: su carácter infeccioso era siempre el mismo de persona a persona. Este enfoque antológico, de ver la enfermedad como real, y darle una existencia independiente, estaba basado principalmente en las ideas de Paraceiso (1678-1541). La enfermedad era definida por esta escuela, como parásitos causados por factores externos, e independientes de las circunstancias personales del individuo.

El inglés William Harvey (1578-1657) asumió una vida individual de tumores y planteó que las enfermedades que eran causadas por infecciones o envenenamiento poseían su propia vitalidad, en el lenguaje actual: su propia energía.

Thomas Sydenham (1624-1689) fue uno de los fundadores de la Nosología, la ciencia de clasificarlas enfermedades. Sydenham creía que la causa de las epidemias eran cambios ocultos e inexplicables en el centro de la tierra, que liberaban vapor, el cual cambiaba la calidad del aire y hacía a los humanos más susceptibles a las epidemias. Otro importante papel de la existencia de las epidemias eran factores ocultos, inexplicables y causantes de ansiedad.

Linne (1701-78), Boissier de Sauvages (1706-67), Cullen (1710-90), Pinell (1745-1826) y Schoenlein (1793-1864) crearon sistemas nosológicos, en los cuales las enfermedades eran clasificadas en grupos, especies y géneros sobre la base de sus síntomas clínicos. Este sistema de clasificación es aún la base de nuestra comprensión moderna de la enfermedad.

La salud como la enfermedad son dos conceptos que están siendo continuamente reconstruidos a partir de negociaciones y reconfiguraciones socioculturales, siendo la construcción de un discurso que informe a la práctica clínica un lugar crucial en la determinación valórica del estatuto médico. Hay que reflexionar pues sobre los orígenes y modo de constitución del discurso médico, la forma en que su hablar dibuja la realidad, la reifica, y le otorga un basamento epistemológico a partir del cual realizar preguntas tan cruciales, de compromisos valóricos tan sustantivos, como si lo que hay son enfermos o enfermedades, es decir, cuál es el estatuto ontológico de la enfermedad o de su contraparte, la salud, qué tipo de realidad son.

2- El diagnóstico:

Etimológicamente se compone de la raíz griega dia: que significa a través de y gignoskein (conocer).

Según el diccionario, el término significa: Perteneciente o relativo a la diagnosis, expresión que se formó a partir del verbo diagignoskein (distinguir, discernir, discriminar).

Otras acepciones son:
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y origen de un fenómeno.
Razonamiento dirigido a la determinación de la naturaleza y causas de un fenómeno.
Proceso que se realiza en un objeto determinado, generalmente para solucionar un PROBLEMA. En el proceso de diagnóstico dicho problema experimenta cambios cuantitativos y cualitativos, los que tienden a la solución del problema. Consta de varias etapas, dialécticamente relacionadas, que son: - Evaluación - Procesamiento mental de la información - Intervención - Seguimiento.

En Medicina: Identificación de la enfermedad, afección o lesión que sufre un paciente, de su localización y su naturaleza, llegando a la identificación por los diversos síntomas y signos presentes en el enfermo, siguiendo un razonamiento analógico.
Proceso de asignación de determinados atributos clínicos, o de pacientes que manifiestan dichos atributos, a una categoría del sistema de clasificación.
Definir un proceso patológico diferenciándolo de otros.
Calificación que da el médico a la enfermedad según los signos que advierte.

El término dice entonces que hay un fenómeno que acontece y un agente, que lo nombra, lo distingue, lo ubica en un sistema clasificatorio. Fija los parámetros en el orden en que los formula el saber médico, o sea por evidencias, por lo que es síntoma para la medicina, por lo manifiesto. Define desde allí un curso previsible de evolución del fenómeno, aún cuando prevea alterativas.

Tratándose de la salud mental es mucho más evidente que a través del diagnóstico se anuncia lo que el paciente “es”. Así, cuando alguien se pregunta si su paciente “es” maníaco-depresivo, fóbico o melancólico, o cuando alguien le dice a su paciente que en definitiva él “es” un esquizofrénico, un obsesivo o un panicoso, en definitiva está entificando a su paciente, nombrando su esencia.
Según Eduardo Said, (2004) “Definir desde la perspectiva del "ser", implica el forzamiento de la cuestión clínica y el encasillamiento inmediato del paciente en una categoría universal que lo recubriría. Suele no ser sino el "encuentro" mutilante con lo que desde el universal categorial se buscaba. Es "ser" que así se sustancializa es ser de verdad, si se quiere de verdad última.”

A la vez, un diagnóstico lleva a prever un curso y pronóstico de tal o cual situación, lo que podemos llamar operar en un campo anticipatorio que más que aprehender una realidad la crea.

Cuando nos preguntamos por el ser del paciente, y diagnosticamos atribuyendo “ser”, estamos incluyendo el caso en una categoría universal, lo que opera cristalizando imaginariamente y congelando al paciente en una realidad fabricada por el acto diagnóstico, que sólo el “arte” del terapeuta podrá modificar.
A la vez, como vimos, el diagnóstico atañe también a la génesis, lo que se establece en un orden causal lineal, que siempre remite a un pasado donde se ubica la causa.
Al articular en forma lineal y cronológica causa y efecto, el arte del diagnóstico médico busca reconocer las leyes que enlazan a ambos y así, poder actuar en la predicción. Esto es lo que se llama pronóstico, que olvida que es aproximado, que opera con márgenes muy amplios de error y muchas veces, se hace en forma determinista a ultranza, anunciando un futuro posible de anticipar.

3- El Juicio clínico:

Para el psicoanálisis lo que se pone en juego bajo el supuesto del pensamiento inconsciente, es el sujeto en su barramiento. Un sujeto que resulta efecto del saber hablado, que se dirigie a otro en transferencia.
Esto es producto de operaciones de redefinición de las categorías de sujeto y objeto. Ya no se trata de un Yo que conoce y para hacerlo se confronta al objeto del mundo en concreto.
El sujeto del que hablamos en psicoanálisis es un sujeto del inconsciente que va al reencuentro del objeto perdido. Objeto que en tanto es perdido, causa el deseo.
Lacan resitúa la pregunta por el ser, y la aborda desde el singular y no desde el universal. Al resituar la pregunta, Lacan plantea operaciones que darán cuenta no de la esencia, sino del modo singular en que cada uno se ha constituido.
Como Freud, interroga desde los efectos y reconstruye lógica o míticamente las condiciones de causalidad, volviendo desde ésta reconstrucción al efecto, al observable.
Si nos planteamos como referencia el recorrido de Lacan, es porque define el modo en que se ordena la escucha y la lectura en análisis, desde una lógica subvertida y una posición ética opuesta a la anticipación pronóstica.
Como verán, el punto de partida y la referencia en el psicoanálisis es una lógica y una ética y no la pura empiria. Lógica y ética que no cierran las interrogaciones, sino que al contrario, las abren y que consideran el impasse respecto a la imposibilidad de abarcar todo lo real.
La discusión clínica de casos en psicoanálisis no puede realizarse según la lógica aristotélica: principio de no contradicción y tercero excluído. Se hace necesario otra lógica, que admita el sostén paradojal de términos contradictorios que no se excluyen. Por ejemplo: En Freud el displacer puede ser placer de otro orden, la negación suponer un sí, cada instancia psíquica de la llamada 2º tópica implicar la paradoja.
No todo es posible en el psicoanálisis, ya que también ésta lógica evoca un límite, límite que nos exige la formalización en la transmisión. Pero también es preciso para la propia teoría psicoanalítica estar sujeta a una cierta indeterminación final; se trata de poner en teoría algo descifrable pero que al mismo tiempo vaya precisando que la formalización no va a terminar de resolver.

4-Posición del analista y saber-hacer:
Freud aconsejaba al analista suspender todo saber previo ante cada analizante. Lacan también planteaba la misma indicación. Esto es porque no se puede al mismo tiempo teorizar y escuchar.
Si ante el analizante teorizamos, la escucha es obstaculizada. Pensemos que la atención flotante implica no atender jerárquicamente y estar dispuesto a la sorpresa.
Si el inconsciente es tropiezo, vacilación, falla, ruptura en el discurso, se trata de no buscarlo, sino dejarse encontrar por él.
Esto cambia fundamentalmente el criterio respecto a lo manifiesto y lo latente. El inconsciente, a partir de Lacan, no se encuentra en ninguna profundidad en la que habría que bucear, ni en ningún pasado al que habría que retornar.
El inconsciente es eso que se actualiza en el hablar a otro en transferencia, decía antes. Por ello, es en la superficie del discurso donde emerge. Es en el movimiento discursivo que el sujeto del inconsciente se efectúa.
Lacan propone escuchar a la letra. Al pie de la letra. Más que escuchar, nos propone una escucha que puede leer lo que se escribe en el discurso.

El analista posee una sóla experiencia previa: la del propio análisis. Es en esa experiencia que se forma un saber que a pesar de ser no sabido es operatorio.
Por lo tanto, el saber hacer del analista se conforma con ese punto de real al que arriba en su experiencia analizante y el orden de transmisión de la teoría. Retomamos aquí el trípode freudiano respecto a la fromación del analista: análisis personal, supervisión de los casos y fromación teórica. Conformación que no es armónica, articulación que siempre falla, ya que lo que se alcanza en un análisis es justamente el límite del saber, la falla que hace inconsistente e incompleto al Otro, la barra que cae sobre el Otro y el significante que inscribe esa hiancia. Pero también, constatación de que el encadenamiento discursivo jamás agota la experiencia.

Entonces, es en la dirección de la cura donde la teorización suspendida deja el lugar a la atención flotante y a la operatoria del analista. Y es en la transmisión de su práctica (que incluye la supervisión o control y el trabajo entre pares) donde el analista puede reformularse las preguntas que su acto le formula. Exigencia allí de formalización conceptual, que incluye la cuestión del diagnóstico, del juicio clínico sobre las estructuras diferenciales.
Por lo tanto, en la dirección de la cura, el juicio clínico no es un modelo anticipatorio, sino que se forma en transferencia.
El consejo de Freud y la sugerencia de Lacan se oponen al efecto cristalizante de un prediagnóstico, se oponen a cambiar el diván del psicoanálisis por el lecho de Procusto.

En la sesión analítica se actualiza la paradoja que la teoría contiene.

Entonces: podemos decir que es en el ejercicio clínico, (y aquí recuerdo que para Lacan, la clínica es aquello que se puede decir de la práctica analítica), que podemos formalizar la cuestión del diagnóstico diferencial sin quedarnos en la singularidad del caso. Lacan decía que era preciso elevar el caso a la categoría de paradigma.
Ahora bien, lo decisivo en el análisis es esa misma singularidad y no la teoría que de él podamos elaborar.

La formalización que siempre es a posteriori, es irremediablemente ficcional. Fabricamos, ficcionamos el caso porque lo real de nuestra práctica irreductiblemente se pierde.
Pero además, si el analista ocupa el lugar de objeto a en la transferencia, lo que queda como resto de esa práctica será para él el juicio clínico que surge del movimiento mismo del discurso en el análisis. Juicio clínico que será instrumento de la dirección de la cura.

Acordamos con Eduardo Said (2004) cuando plantea: “Así el "saber-hacer", la pura operación del acto del analista, se anticipa y rearticula en conjetura clínica en transferencia. Es en esta dimensión ética en que la singularidad no es definida, apresada, por la categoría clasificatoria universal. No será así el universal el que defina "lo real de la existencia". Será desde la escucha de la repetición y el acto analítico, que se podrán leer los parámetros que definen la posición o el cambio de posición del sujeto singular en la estructura del discurso, partiendo de que el caso no se subsume en una racionalidad lógica, es desconcertante, es combinatorio, singularísimo, irrepetible y que se juega en transferencia en cada situación analítica. Diferenciándose de los criterios diagnósticos de la medicina psiquiátrica que con las clasificaciones generales sitúa, encuadra el caso singular; el juicio clínico o la conjetura, en el movimiento del acto a la resignificación de sus eficacias, intentará precisar los parámetros en que la escucha y lectura de la repetición del discurso indiquen la represión, la renegación, la forclusión, como operaciones simbólicas dominantes en relación al Nombre del Padre, que definen, la estructuración neurótica, perversa o psicótica.”

domingo, 20 de abril de 2008

::Comentario de un fragmento de El psicoanálisis y su enseñanza

Fuente: www.psicosocial.com.arpsicoterapia on line
Domingo 23 Septiembre, 2007 por Aqueos

«El cuadro de su práctica no es tan sombrío felizmente. Alguien ante quien se repite siempre en el momento fijado sobre la muralla el fenómeno de la inscripción de las palabras “Mane, Thecel, Phares”, aunque estuviesen trazados en caracteres cuneiformes, no puede ver indefinidamente en ellos solamente festones y astrágalos. Incluso si lo dice como se lee en el pozo del café, lo que leerá no será nunca tan estúpido, con tal de que lea, aunque fuese como Monsieur Jourdain sin saber lo que es leer.»[1]


Este fragmento entraña un entrecruzamiento con la cultura, en el sentido clásico del término, es decir, cultura como expresión de la más alta elaboración humana; por ello es necesario señalar que es posible tomar varios caminos a la hora de examinar las palabras de Lacan: uno es seguir lo que las citas mencionan, por ejemplo, recorrer el libro de Daniel, que es el pasaje de las escrituras en el que aparecen las palabras “Mane, Thecel, Phares”, y ubicarse en la historia que se relata. Otro camino posible es la lectura de la cita en el contexto en que es citada, el sentido cambia. Una tercera posibilidad es la de combinar los caminos antes mencionados y en el cruce de ellos fundar la lectura, es decir, tomar la cita y su contenido y leerla toda dentro del contexto en que es indicada.

Lacan habla de un fenómeno que se repite, es decir hay un primer momento de ver; luego un segundo momento, en el que se presenta la exigencia del leer. ¿Leer qué? ¿Cómo leer? Pero, sí o sí, leer. Afortunadamente, lo que ha de leerse insiste.

En su contexto, la resistencia del analista es la pieza de la que se trata aquí, en esa pequeña revolución copernicana que Lacan consuma al afirmar que la resistencia es del analista y no del analizado; pero en el fragmento hay otras cosas además. Lacan no sólo menciona la resistencia del analista sino que describe cierta posición frente a la práctica: no ver festones y astrágalos, saber leer.

El fragmento se relaciona con la crítica a la psicología del Yo, que había desarrollado la práctica psicoanalítica en un polo imaginario, en la que paciente y analista juegan a un juego de espejos. Una práctica que dejaba de lado al descubrimiento quizá fundamental de Freud: el inconsciente.

Páginas antes del segmento, Lacan se refiere a ello:

«Todo otro lugar para el analista lo lleva a una relación dual que no tiene más salida que la dialéctica de desconocimiento, de denegación y de enajenación narcisista a propósito de la cual Freud machaca en todos los ecos de su obra que es asunto del yo.

Ahora bien, es en la vía de un refuerzo del yo donde el psicoanálisis de hoy pretende inscribir sus efectos, por un contrasentido total sobre el resorte por medio del cual Freud hizo entrar el estudio del yo en su doctrina, a saber a partir del narcisismo y para denunciar en él la suma de las identificaciones imaginarias del sujeto.»[2]

Como más adelante veremos, el personaje de Monsieur Jourdain (fruto de la pluma de Molière), es la imagen viva (valga el doble sentido) del yo y de la postura que tomaron los practicantes de la psicología del Yo.

La cita de la escena bíblica es aquella que cuenta que el rey Baltasar, no temeroso de Dios, festejó un banquete en el que mandó a traer las copas sagradas que fueron robadas de un templo israelí; repentinamente apareció una mano en una de las paredes del palacio, y escribió esas palabras que ninguno de los sabios del rey supo interpretar ni ver siquiera como palabras. La reina, entonces, recordó a Daniel y a su capacidad de interpretación, e intervino para que lo llamaran. Daniel se presentó e interpretó lo escrito. “Mane, Thecel, Phares” fueron, para Daniel, la expresión de la amenaza divina que había recaído sobre Baltasar: tu reino ha sido medido, pesado y dividido. Esa misma noche Baltasar murió y su reino fue dividido entre otros. Pero la interpretación no es lo que importa, el acento está en el hecho de interpretar: en el pasar por el sentido sin agotarlo.

Y luego de haber entendido que es necesario leer, la pregunta se desliza nuevamente, insiste tal vez como ese fenómeno que se repite en el muro: ¿leer qué? y ¿cómo leerlo? Es entonces que nos vemos llevados a plantear no sólo el problema de la práctica psicoanalítica sino también de su formación, la enseñanza del psicoanálisis.

Algunas posibilidades:

Posición epistemológica: frente a los hechos, leerlos o no leerlos (confundir palabras con adornos arquitectónicos en una pared.) Y al leerlos, hacerlos hechos.

Posición clínica: resistencia del analista. El caso de Ernst Kris y el “hombre de los sesos frescos.” ¿De qué depende la lectura clínica?

Las palabras “Mane, Thecel, Phares” fueron las de la advertencia de Dios al rey Baltasar. Basando la lectura del párrafo en una lectura de la cita y del contexto en que es mencionada, ¿podemos pensarlo como una metáfora de la ceguera del analista, la cual advierten el acto y el acting-out? Ceguera paradójica, porque se constituye al agotarse en el momento de ver.

Monsieur Jourdain: es el paradigma del parecer. Pretender, aparentar ser algo que no se es. Es el yo y su función fundamental puestos en acto.
El problema de la formación y de la enseñanza: el estilo.


Posición epistemológica

La posición epistemológica se refiere a los conocimientos del psicoanalista y su ceguera, creada por esos mismos conocimientos. Gastón Bachelard lo dice claramente cuando crea la noción de obstáculo epistemológico. La experiencia, que en la obra de Bachelard tiene dos sentidos claros y que aquí la tomamos sobre todo en el sentido del conocimiento previo, es el primer obstáculo. Bachelard afirma que todo conocimiento se construye por oposición a conocimientos anteriores.

En psicoanálisis no hay experiencia previa (o la experiencia previa no funciona de la misma manera que en otras disciplinas y técnicas), y es importante recordarlo. Ningún paciente es igual a otro, cada caso es único. El psicoanálisis como disciplina exige que cada psicoanalista esté atento todo el tiempo a aquello que se le presenta, porque los fenómenos no se repiten de igual forma dos veces (aunque insisten), y tampoco son el mismo fenómeno en un paciente y en otro. El fenómeno que menciona Lacan que se repite todo el tiempo es, acaso, el empuje de lo inconciente, que aparece. Ver, pero ver que es una cifra que debe leerse.


Posición Clínica

El fenómeno que se repite es mirado o es leído. Pero, ¿de qué depende la lectura? ¿La lectura depende de los conocimientos, de la formación, de la práctica o de la ética? Poner en tensión la ética con los otros tres conceptos puede ser un camino interesante.

Recordemos cierta analogía que usa H. J. Paton para explicar la propuesta de Immanuel Kant con respecto al problema del conocimiento y la experiencia: el ejemplo de las gafas azules.

«Supóngase que todos los seres humanos naciesen con gafas de cristales azules; que estos anteojos formasen parte de nuestro órgano visual, de tal manera que quitárnoslos equivaldría a arrancarnos a la vez los ojos; y supongamos, además, que no nos diésemos cuenta de que tenemos puestos tales anteojos. Entonces ocurriría que todo lo que viésemos se nos aparecería azul, lo cual nos llevaría a suponer, no que las cosas las “vemos” azules, sino que realmente “son” azules. (…) De este modo conocer no sería ya mero reflejar las cosas, sino operar sobre ellas, transformándolas.»[3]

En el caso del psicoanálisis, cada psicoanalista tendrá puestas sus gafas azules, que le impiden leer. Si lo pensamos en el contexto de la psicología del Yo, el fragmento nos puede imponer una idea, la del caso de Ernst Kris y su paciente, el famoso “hombre de los sesos frescos.” Kris se enfrentó con un fenómeno que se repetía: su paciente, luego de cada sesión, pasaba por los restaurantes cercanos y buscaba en las vidrieras el menú, y en él, su plato preferido. Kris no supo leer lo que ocurría, o en todo caso lo supo leer con sus gafas azules: las de la práctica que profesaba. Las gafas azules son las del yo.

El acting-out del paciente de Kris puede ser pensado como una advertencia, una señal para esa ceguera que ve demasiado (y por eso no lee.)

El psicoanalista debe, a la manera de Odín, sacrificar uno de sus ojos, para poder leer sin que el acto de mirar lo ciegue.


Ver o leer

En los actos de ver y leer encontramos el movimiento de pasaje de un polo imaginario a un polo simbólico. Podríamos afirmar que es el mismo pasaje que distingue a la práctica de la psicología del Yo de la práctica lacaniana (freudiana) del psicoanálisis.

Monsieur Jourdain es el ejemplo que Lacan toma para señalar el problema de la necesidad de leer. Y es este personaje el que más nos hace pensar en la imagen y la postura.

Monsieur Jourdain es un burgués que gracias a cierta prosperidad económica lleva una buena vida, pero en su ambición frecuenta la nobleza, pretendiendo convertirse en parte de ella. Por ese motivo hace todo por aparentar ser otra cosa. El hombre es un ignorante, cuya cualidad reside en el aparentar; en su característica se destaca como un representante legítimo del yo y la función de desconocimiento del mismo, pero también puede servir como representante de aquellos psicoanalistas que apoyaban su práctica en la imagen, no sólo como forma de interpretación sino como forma de presentarse ante sus pacientes.


El uso del personaje de Molière toma las formas de la paradoja. Porque es el yo, es la apariencia y el desconocimiento, pero al mismo tiempo es alguien que lee aunque no sepa qué quiere decir eso que lee. La paradoja se despeja al pensar en la intersubjetividad del acto psicoanalítico.

El problema de la enseñanza y la formación: el estilo

Con lo afirmado antes, ingresamos en el problema de la formación del psicoanalista, que es fundamental para la orientación de su práctica. Todo El psicoanálisis y su enseñanza recorre el problema. Tomemos, por ejemplo, la mención de la institución internacional que Freud mismo fundó, y la enseñanza en esos institutos.


«La enseñanza en esos institutos no es más que una enseñanza profesional y, como tal, no muestra en sus programas ni plan ni mira que rebase los sin duda loables de una escuela de dentistas (la referencia ha sido no sólo aceptada sino proferida por los interesados mismos): en la materia sin embargo de que se trata, esto no llega más arriba que la formación del enfermero calificado o de la asistencia social, y quienes introdujeron allí una formación usual y felizmente más elevada por lo menos en Europa, siguen recibiéndola de un origen diferente.»[4]

La cita ha sido tal vez exagerada, pero es necesario trascribirla por entero, pues expresa magistralmente el problema de la formación. El psicoanálisis, como disciplina, exige su fundación permanente, cada psicoanalista debe crear el psicoanálisis de nuevo en su práctica y en su formación.

Lacan resuelve el problema de la enseñanza, en estos años, con la cuestión del estilo. En las últimas líneas dice:

«Todo retorno a Freud que dé materia a una enseñanza digna de ese nombre se producirá únicamente por la vía por la que la verdad más escondida se manifiesta en las revoluciones de la cultura. Esta vía es la única formación que podemos pretender transmitir a aquellos que nos siguen. Se llama: un estilo.» [5]

El párrafo sobre el que se ha desarrollado este trabajo es un representante claro de ese estilo: Lacan habla en forma cifrada, enigmática. Exige un movimiento de parte del lector para que éste se detenga y se pregunte qué dice Lacan, y por qué lo dice de esa forma. Exige leer, en contra de ver.

Pero el estilo encierra un problema, que es tal vez el mismo problema con el que se encontró Freud con respecto a la transmisión del psicoanálisis: hay algo de la práctica que resiste, que se escapa, y no hay forma de transmitirlo. Freud tomó el camino de la explicación clara, detallada. Lacan, en ese momento, 1957, tomó el camino de lo enmarañado, para que el lector trabaje y descubra el sentido de lo que se dice en forma particular (o que descubra, acaso, que no hay sentido común.)

El peligro que acecha a las dos formas de transmisión es el de la lectura cabalística, que supone que lo escrito es divino y, como tal, perfecto, y, además, que encierra miles de sentidos e interpretaciones. La lectura cabalística puede dar lugar a la repetición vacía de frases, sin indagar su sentido (y la repetición implica la ilusión de que hay un sentido común); o puede dar lugar a la ausencia de crítica; otra consecuencia es el abuso de la interpretación; pero la causa se origina siempre por el mismo motivo: lo escrito es divino, cada letra fue escrita por Dios. Claro vemos que aquí hay entonces un doble problema, no sólo el de cómo transmitir sino el de a quiénes dirigir el mensaje. Lacan menciona algo al respecto:

«Creo pues que aquí Freud obtuvo lo que quiso: una conservación puramente formal de su mensaje, manifiesta en el espíritu de autoridad reverencial en que se cumplen sus alteraciones más manifiestas. No hay, en efecto, un dislate proferido en el insípido fárrago que es la literatura analítica que no tenga cuidado de apoyarse con una referencia al texto de Freud, de suerte que en muchos casos, si el autor no fuera, además, un afiliado de la institución, no se encontraría más señal de la calificación analítica de su trabajo.»[6]

El problema de practicar el psicoanálisis es que no basta con mencionar a Freud para que lo que se haga sea psicoanalítico. Cuando Lacan presenta este escrito frente a la sociedad de filosofía, se había desarrollado una práctica psicoanalítica que se llamaba a sí misma freudiana, pero que en sus actos desconocía a lo inconciente. La vía del yo había desviado el camino. Agreguemos que tampoco basta mencionar a Lacan.

María de las M. B. Ávila
Colaboración y revisión: Sebastián Alejandro Digirónimo



Bibliografía


Bachelard, Gastón (1938): La formación del espíritu científico, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1999.

Carpio, Adolfo (1974): Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco editores, 1995.

Kris, Ernst (1951): “Psicología del yo e interpretación en la terapia psicoanalítica”, en The psichoanalytic Quartely, XX, I, enero 1951, páginas 15-30.

Lacan, Jacques (1957): “El psicoanálisis y su enseñanza”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1996.

Poquelin, Jean-Baptiste “Molière” (1670): “El burgués ennoblecido”, en Obras Completas, Madrid, Editorial Aguilar, 1957.

Scholem, Gershom (1960): La cábala y su simbolismo, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1998.

La Santa Biblia: Daniel 5, 5-29.


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[1] Jacques Lacan (1957): El psicoanálisis y su enseñanza en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1991, página 437.
[2] Op. Cit. página 436.
[3] Adolfo P. Carpio (1974) Principios de filosofía, Buenos Aires, Glauco editores, 1995, página 231.
[4] Jacques Lacan (1957): El psicoanálisis y su enseñanza en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1991, página 438.
[5] Op. Cit. página 440.
[6] Op. Cit. página 439.

AVISO A LOS ALUMNOS

Por las condiciones por todos conocidas, mañana no viajaré a Paraná.
La clase teórica pasa a la semana próxima.
Dra. Marité Colovini

domingo, 13 de abril de 2008

Entrevista a Sigmund Freud. "Éxitos terapéuticos del Psicoanálisis"(1933)

Esta entrevista, recuperada por Eckart Früh [1], fue publicada el 14 de agosto de 1933 (Neue Freie Presse, n° 24397, p.21) bajo el título "Las neurosis, enfermedades de época". ¿Qué éxitos terapéuticos permite el psicoanálisis?" Por el Prof. Sigmund Freud (extractos de una conversación)". La entrevista esta firmada "N.B." En una carta (del 30 de noviembre de 1989) Eckart Früh recordaba que en mayo de 1933 se había festejado el 10° aniversario del dispensario vienés de psicoanálisis (el Psichoanalytisches Ambulatorium dirigido por Eduard Hitschmann).

Pregunta: ¿En qué consisten las conquistas y posibilidades inmediatas del psicoanálisis?, le pregunté a Sigmund Freud.

Sigmund Freud: "En la terapia de las neurosis y de ciertas psicosis, en ciertos casos de modificación fundamental del carácter, e incluso en ciertas formas de clivajes de conciencia Bewutseinspaltung (esquizofrenia)", responde Freud, "los éxitos del psicoanálisis son indiscutibles." Pero sobre todo la impregnación progresiva de la conciencia por el psicoanálisis tiene una importancia fundamental. Se pueden curar tanto problemas psíquicos como disfunciones orgánicas partiendo de los síntomas. Porque todas las manifestaciones del individuo, por ínfimas a incoherentes que parezcan, son síntomas determinados por las causas de su estado y de su enfermedad psíquica.

Pregunta: ¿El psicoanálisis no ha ampliado el campo de las leyes del determinismo hasta las modificaciones más finas de la existencia?

Sigmund Freud: En psicoanálisis se trata menos de explicar el sueño en sí mismo que de desenmascararlo como síntoma y de formar un diagnóstico gracias al sueño. Como es sabido; el enfermo encuentra en el transcurso del análisis la vía que lo reconduce hacia sí mismo.
Se trata de conocer las causas reales de nuestros conflictos, pero también las de los conflictos entre comunidades y pueblos.

Pregunta: Teniendo en cuenta la duración y el costo de un tratamiento, ¿no se podría decir que un muy escaso número de enfermos puede acceder al beneficio de un tratamiento psicoanalítico?

Sigmund Freud: Ciertamente, hay numerosos límites del tratamiento psicoanalítico. Primero que nada las alteraciones orgánicas, pero también el límite de edad, ya que el psiquismo de un hombre que ha pasado sus cincuenta años deviene relativamente coriáceo. En ese caso el material psíquico acumulado a explorar es demasiado para ser abarcado. El tratamiento es, entonces, desde un cierto punto de vista proporcional a la edad; y el problema deviene, con los años, casi insoluble.

La enfermedad como medio de autodefensa
Pregunta: ¿Y la aplastante mayoría de enfermos, los pobres?

Sigmund Freud: Con respecto a los pobres -es realmente triste y espero que no se quiera interpretar mi comentario como cínico -, para los pobres las neurosis no significan solamente una enfermedad, sino también uno de los elementos de la autodefensa en la lucha por la existencia. Hemos tenido muchas veces la experiencia, cuando ejercíamos gratuitamente, de comprobar que los pobres no querían dejarse liberar de su sufrimiento hasta tanto no sobreviniera un cambio en su situación material. Y esto es muy comprensible, ya que deben frecuentemente a su enfermedad ciertas consideraciones que no podrían esperar, en su posición social, de estar sanos. Todos nuestros esfuerzos se dirigen a adquirir y ampliar conocimientos sobre las funciones psíquicas estandarizadas y a preservar, gracias a una profilaxis generalizada, la constitución desde la infancia de los impulsos y fobias reprimidas.

Higiene mental
Pregunta: ¿No hay un cierto peligro de perturbar el desarrollo normal del niño con esta profilaxis?

Sigmund Freud: Una higiene mental que sepa prevenir es, sobre todo durante estos años de crecimiento, tan saludable como la higiene corporal. Incluso en el caso del tratamiento de un niño tan neurótico como Juanito, que he descrito en detalle, la intervención psicoanalítica ha ejercido una influencia favorable sobre su desarrollo psíquico, sin dejar marcas visibles en su recuerdo. Pude convencerme de ello cuando reencontré a Juanito a sus diecinueve años, catorce años más tarde.

Pregunta: ¿Cómo se evita lo arbitrario en la interpretación de recuerdos, asociaciones de ideas, sueños, y de manera general, en todo el tratamiento psicoanalítico?

Sigmund Freud: Las variantes de las formas de manifestación que puede tomar un impulso reprimido en figuras libidinales son infinitas, y las sublimaciones de este impulso engloban, por así decir, la totalidad de las aspiraciones humanas. Se trata para nosotros, como en el caso del sueño, menos de una explicación de una dogmática casuística que de tratar síntomas. El método psicoanalítico es esencialmente dinámico; tenemos en cuenta la gran fineza, de las metamorfosis ininterrumpidas de la libido. De allí resulta el problema candente que yo llamo "transferencia". Una represión de los impulsos cuyo origen el análisis todavía no pudo aclarar. Se trata de efectos siempre prontos a adaptarse, a transformarse según las circunstancias y, en el caso del tratamiento psicoanalítico, a transferirse sobre el médico. La complejidad y la variabilidad de estos factores imponen al médico la necesidad de un control extremadamente estricto de sus investigaciones, en las que lo arbitrario se toma en cuenta.

Pregunta: ¿En qué medida contribuye la crisis mundial al desarrollo de las neurosis, a esta "angustia sexual" frecuentemente evocada?

Sigmund Freud: No soy el autor de esa expresión, que se ha transformado en un slogan que generalmente se atribuye al psicoanálisis. En mi opinión, la "angustia sexual" se atenuó en nuestro continente gracias a la mayor libertad de hábitos desde la guerra. Pero si por un lado hay menos neurosis suscitadas por la represión de los instintos, se constata por otro un recrudecimiento de las neurosis de todo tipo, causadas por la licencia de los instintos. La aspiración de las masas decepcionadas y desanimadas a lo desconocido, a la "aventura" explica muy bien estas neurosis. El psicoanálisis aporta tanta claridad saludable corno la elucidación de ciertas leyes económicas. Vuelve capaces a los hombres que sufren de una mayor resistencia al develarles las causas objetivas de su situación, conteniendo de este modo el miedo torturante de un golpe de suerte o de una "mala suerte" personal.

NOTAS
1-
Eckart Früh, especialista erudito de la cultura y literatura vienesas, reencontró hojeando el diario Neue Freie Presse una entrevista a S. Freud, publicada el 14 de agosto de 1933, de la cual aparentemente se había perdido el rastro.El interés de este documento es aún mayor ya que, como se sabe, Freud no acordó muchas entrevistas a lo largo de su vida. Se conoce por ejemplo la larga conversación con George Silvester Viereck, del verano de 1926,que trata del sentido y del valor de la vida. Se recuerda también la extravagante Entrevista al Prof. Freud en Viena, por André Breton, testimonio de una decepción y de un malentendido.La Neue Freie Presse, recuerda Eckart Früh, había hablado frecuentemente de Freud y del psicoanálisis en términos elogiosos, desde el artículo de Alfred von Berger, Cirugía del alma (Seelenchirurgie), del 2 de diciembre de 1895. Durante los años 20 Stefan Zweig y Alfred von Winterstein publicaron regularmente ecos respetuosos de las actividades del movimiento psicoanalítico y de las publicaciones de Freud. Muchos extractos de los textos de Freud fueron incluso retornados por la Neue Freie Presse: Publicado según versión aparecida en La Revue de Histoire de la Psycoanalyse La traducción más acertada de la expresión "détresse sexuelle" es "angustia sexual", con la aclaración de que se trata de una angustia leve, incierta, cuyas causas están en relación a valores de tipo moral. Sexuelle Not. Se puede ver en esta pregunta del colaborador de la Neue Freie Presse una alusión al libro de Fritz Wittels, Die sexuelle Not, Viena-Leipzig, C. W. Stern, 1909.

Fuente: http://elpsicoanalistalector.blogspot.com

Clase 14 de abril de 2008. Del diagnóstico al Juicio Clínico. (I)

Marité Colovini




1- El alma, el yo y la conciencia.

La psicopatología de los antiguos se resume por entero en la expresión «la enfermedad del alma» -por más que hoy en día suene anticuada- pues es el término empleado a lo largo de toda la tradición médico-filosófica.

En la historia de la medicina, a medida que el cuerpo se constituye, el alma también se complica y se estructura; se le busca un lugar en el cuerpo; se le confieren poderes y funciones: se le atribuyen incluso partes o facultades; se pretende dar cuenta de cómo puede servirse de su cuerpo y comportarse en él.

En todo caso, la enfermedad del alma depende, entonces, de una toma de consciencia doble: por un lado, médica, puesto que se trata de enfermedad, y filosófica por el otro, porque es asunto del alma. Esta ambigüedad, o mejor aún, duplicidad, se debe a que el cuerpo es el lugar donde el alma se experimenta a sí misma. Y no se experimenta a sí misma sin dolor y sufrimiento. El hombre, para retomar una fórmula que es de Séneca tanto como de Heidegger, es un ser para la muerte. Lucrecio también sabe que el fundamento de la enfermedad del alma es el miedo de morir.

La salud del alma, la salud mental, sería estrictamente equivalente a la sabiduría. Pero como todo el mundo no es sabio, al filósofo le incumbe cumplir su misión terapéutica –tarea inmensa, por decir lo menos-. Jackie Pigeaud, en su docto libro La maladie de I'ame,atribuye una importancia crucial al tratado hipocrático La Medicina Antigua. Lo más interesante es que este texto propone una teoría del conocimiento médico fundado en el diálogo.

Es indudable que la episteme de los griegos, por más que nos haya marcado indeleblemente, ya no rige nuestra constelación conceptual y mental.
La revolución científica, inaugurada en el siglo XVII por Galileo y proseguida ineluctablemente desde entonces, introdujo una profunda ruptura y asestó un golpe definitivo a la concepción antigua de un orden cósmico finito y jerárquico que «ascendía desde la tierra oscura, pesada e imperfecta hasta la perfección cada vez mayor de las estrellas y las esferas celestes».

Pero lo que es crucial resaltar es que esta concepción cósmica resultaba absolutamente esencial para la definición del alma, de su salud - o de su enfermedad.
En cambio, lo que la revolución científica hizo por primera vez perceptible, desgajándolo de sus saturaciones es el concepto de «sujeto», en ruptura radical con la noción antigua del alma.
En nuestra perspectiva, la obra de Descartes puede considerarse como el establecimiento de las condiciones de posibilidad del saber científico, como lo que el surgimiento de la ciencia exige del pensamiento. Así, Descartes en el cogito tuvo que inventar lo que la ciencia requería: su sujeto.

Considerado como el primer filósofo moderno, introduce una disyunción inaudita entre la verdad y el saber: las verdades eternas son divinas, no competen a la humanidad: en cambio, el saber es responsabilidad del hombre, porque es empírico, porque es de este mundo.
Surge así el sujeto que conviene a la actividad científica: el sujeto cognoscente, alguien que existe en tanto piensa, o sea: un sujeto que funda su existencia en la medida en que piensa.

Descartes se preguntaba qué era él, quien sabía que pensaba. No podía definirse como un ser corporal, porque había puesto en duda todo dato de los sentidos. Sí estaba seguro de que pensaba. Por ello se definía a sí mismo como una "cosa que piensa" o una "substancia pensante". Así, para que exista conocimiento, se precisará de un sujeto que piense (que dude, que desee, que recuerde,..).

Según Descartes, entonces:

-El pensamiento se da sólo en un sujeto consciente de su actividad mental.

-El conocimiento de la realidad, es siempre un conocimiento consciente.

A partir del pensamiento de Descartes, se plantea la necesidad de una reflexión lógica y psicológica sobre el pensamiento y el objeto. Por lo tanto, se requiere comenzar con una teoría del conocimiento, sus orígenes, límites y posibilidades.
Vemos entonces que el Idealismo conduce a la filosofía necesariamente a tratar una teoría del conocimiento, el instrumento mental imprescindible para entender la realidad.

Una teoría del conocimiento necesita analizarlo como fenómeno, es decir aislarlo de los cambios históricos y existenciales, sin importarnos si existe o no existe si es posible o no; o sea, poniéndolo entre paréntesis.

Vemos en primer lugar al sujeto que piensa, al sujeto que conoce y al objeto conocido, porque todo conocimiento surge de la dualidad o relación sujeto- objeto.

Este sujeto, este yo que piensa y conoce, este yo conciente inaugurado por Descartes en el siglo XVII, es el que perdura como categoría en la que se fundan la Psiquiatría y la Psicología. El discurso de la Psiquiatría, así como el de la Psicología, en tanto discursos de la ciencia, se basan en el conocimiento del yo, vale decir, del sujeto de la conciencia.

Hay una cuestión que es central a la Filosofía y a la Psicología, que es el concepto de unidad; es decir lo relativo a la unidad mente-cuerpo. Pero para que lo haya, para que exista una unidad mente-cuerpo, primero tuvo que ser postulado, como vimos, que a un cuerpo le correspondía un alma. Entonces, esta unidad que se establece entre el alma y el cuerpo da como resultado el individuo.

Sin lugar a dudas, es el sostenimiento de esta unidad, lo que lleva a considerar “las enfermedades del alma” del mismo modo que las del cuerpo. Nacimiento de la Psiquiatría, como campo que se deriva de la Medicina y como vimos en la clase anterior, de la Psicopatología, en el movimiento en que se establece el psiquismo como un aparato que pertenece al organismo.
Pero si el sujeto del que se trata es el sujeto de la conciencia, tenemos que, solamente es el yo conciente quien puede percibir su sufrimiento y relatarlo al pedir ayuda.

2- El estallido del cogito. Postular la existencia del inconsciente.

Lo que Freud establece con la operación de postular la existencia del inconsciente, modifica toda la propuesta teórica del racionalismo tradicional.

Freud subvierte las posiciones respecto al yo congnoscente y pensante, al instalar también el pensamiento en otra localidad psíquica: el inconsciente.

La cientificidad médica y psicológica , inducida por el positivismo, no puede dar cuenta de las operaciones eficaces del inconsciente ni de su lógica paradojal. Tampoco incluye su soporte de lo contradictorio, la significación de lo negativo, de lo ausente, de lo que no cesa de no escribirse.

El cuerpo implicado, el "cuerpo" entretejido de palabras que llega al consultorio, no es equivalente al cuerpo orgánico que recibe la medicina. Tampoco lo son los avatares de la relación que allí se produce y sus efectos. Tampoco se trata de un individuo que sufre y puede conocerse íntegramente, como lo recibe la psicología.

Para el Psicoanálisis, el sujeto no está en la conciencia (ya que éste es un lugar falso), sino en el inconsciente; es por lo tanto un sujeto escindido de la conciencia y del inconsciente.
Es un sujeto que se conoce por sus efectos, el Psicoanálisis interroga por tanto en relación a éstos efectos.

Sabemos que el psicoanálisis establece su objeto de conocimiento, es decir, define los límites que le son propios como ciencia en La interpretación de los sueños, texto publicado por Freud en 1900. En este trabajo, Freud funda el psicoanálisis sobre el concepto de inconsciente como objeto de conocimiento que le es propio: es decir, como concepto que habrá de articular toda la producción teórica de esa ciencia.

Esta revolución que el psicoan´laisis establece en todos los órdenes: tanto el social como el cultural, es llamada por Freud “herida narcisística” en lo que el hombre entiende como lo más propio, como aquello que lo define y le da identidad: la conciencia, su ser conciente.

Lo que el psicoanálisis nos viene a decir es que “no somos los amos de nuestra propia casa”, que somos unos desconocidos para nosotros mismos y que aquello que considerábamos como el centro de nuestro ser no es más que un órgano de percepción, tan sensible y equívoco como cualquier otro. Esto es lo que se denomina como la subversión del sujeto cartesiano, que lleva a cabo el psicoanálisis. Frente a la formulación cartesiana “pienso luego existo”, el psicoanálisis dice “pienso donde no soy, soy donde no pienso”.

Ahora bien, si la conciencia, si el pensamiento consciente ya no es más el centro de la vida psíquica del hombre ¿qué puede haber venido a ocupar su lugar? El centro de la vida psíquica del sujeto, con el advenimiento del psicoanálisis, se ha desplazado de la conciencia hacia el inconsciente, siendo ahora este último sistema el que determina la totalidad de la vida mental y anímica del hombre, incluyendo la propia conciencia desplazada a la periferia de los sentidos. El concepto de inconsciente ha venido, de alguna manera, a llenar un vacío en nuestro conocimiento de lo humano, pues sin la inserción del inconsciente, dice Freud, la mayor parte de la actividad psíquica humana resulta incomprensible y oscura, dando lugar a discusiones bizantinas tales como el problema mente-cuerpo que ha ocupado la reflexión filosófica del último siglo. Sin embargo, decirlo así sería tanto como limitar y hasta desestimar el alcance de la producción del inconsciente. No es que con el inconsciente ahora sabemos, en el mismo orden de pensamientos, lo que antes ignorábamos y que, como un ladrillo sobre otro, el psicoanálisis se ha venido a sumar a un conocimiento que crece y evoluciona, madurando su riqueza en la historia de las humanidades.

El psicoanálisis no pertenece a las ciencias humanas, es decir, no viene a sumarse a nuestro cúmulo de conocimientos acerca del hombre, sino que en su producción hay una nueva concepción del hombre, una nueva forma de producir al sujeto humano: se trata de un sujeto de la ciencia no una ciencia del sujeto. Esto se debe, entre otras cosas, y como se verá, a que el sujeto del que se ocupa el psicoanálisis es un sujeto a producir, es decir, no es un sujeto que exista previamente.

Ahora bien, para que se pueda producir un concepto tal como el concepto de inconsciente, es necesario que se opere en la historia del pensamiento una ruptura con los modos anteriores, más o menos ideológicos, del pensar.

Es evidente que antes, y también después, de Freud se ha hecho un amplio uso de la palabra “inconsciente”. En los distintos órdenes del saber y de la ciencia, la filosofía, la psicología, la neurología, etc., es posible encontrar alguna definición de lo que sería lo inconsciente dentro de un determinado discurso. Algunos, como ya lo hiciera Santo Tomás, lo entienden como algo contrario a la conciencia, como una suerte de conciencia negativa. Otros piensan lo inconsciente como las funciones que no requieren de la conciencia para llevarse a cabo, tales como las diversas actividades fisiológicas, los movimientos mecánicos o, simplemente, lo que se realiza sin pensar. Quizás la manera más extendida de pensar lo inconsciente, en la actualidad, sea pensarlo como una suerte de segunda conciencia, que subyace a la primera, esto es, como subconsciente. El mismo Freud se ocupó de esclarecer esta confusión, a la que son propensos aquellos que están sujetos a las categorías de la psicología.

Cuando decimos que el centro de la vida psíquica se desplaza de la conciencia al inconsciente no queremos decir con ello que el lugar que ocupa el inconsciente es un lugar situado espacio-temporalmente en algún lugar dentro del hombre, debajo o en un plano opuesto al de la conciencia. Veremos como lo psíquico constituye para el psicoanálisis un nuevo nivel de objetividad que tiene lugar en y a través del lenguaje.

Sin embargo, es a partir de La interpretación de los sueños que el término “inconsciente” alcanza su plena dimensión como concepto, es decir, en tanto que se haya articulando la teoría y produciendo el discurso del psicoanálisis. El problema no es que aquellas aproximaciones de la filosofía o de la psicología sean o no válidas, en su particular manera de enunciar su percepción del asunto. La cuestión es que se trata de temas diferentes. El inconsciente del que se ocupa el psicoanálisis es un concepto sometido a otra lógica, a otro tiempo, a otra dimensión del pensamiento. Las antiguas categorías empíricas de comprensión y descubrimiento no nos servirán para aprehenderlo, en tanto que sus modos de producirse no son del orden de lo fenomenológico. Y esto, valga la insistencia, por el modo que tiene el inconsciente de subvertirlo todo, de transformar todo aquello que toca.

El psicoanálisis no reclama para sí el estudio del inconsciente, ni desautoriza otras formas de pensamiento acerca del tema. Lo que afirma el psicoanálisis es que el ámbito de conocimiento que le es propio no coincide con el de otras ciencias. Y eso se ve por el propio tratamiento que hace Freud de la cuestión. Lo que se establece con el concepto de inconsciente en el texto de Freud, es aquello de lo que propiamente se ocupa el psicoanálisis. Y eso de lo que se ocupa el psicoanálisis es de lo reprimido, del inconsciente reprimido: el deseo sexual, infantil y reprimido. Esta, aparentemente escandalosa trilogía, tiene el carácter de una fórmula, la primera formulación de lo que es el inconsciente en psicoanálisis.

lunes, 7 de abril de 2008

programa de la materia 2008

UADER

Carrera de Licenciatura en Psicología

Cátedra: Psicopatología Psicoanalítica

Curso: Cuarto
Ciclo Lectivo: 2008

Coordinadora:
Marité Colovini

Auxiliares:
Néstor Aliani
Franco Ingrassia
I. Fundamentación
Esta materia se encuentra en el cuarto año de la carrera Licenciatura en Psicología. Durante los años anteriores, los alumnos han cursado y aprobado las materias Psicoanálisis I, II y III, de las que se espera hayan recorrido los fundamentos del discurso del psicoanálisis.
Para introducir a los alumnos al campo de la Psicopatología, estudiaremos la aparición de los conceptos de lo normal y lo patológico, a partir de la lectura crítica realizada por Michael Foucault y George Canguilhem.
Partiendo del discurso psiquiátrico, primero en situar un espacio psicopatológico, delimitaremos las diferencias que el accionar freudiano introduce, al:
-estallar los conceptos de normal y patológico.
-escribir una “Psicopatologia de la vida cotidiana”.
Además, insistiremos en considerar las diferencias epistemológicas del teorizar freudiano con las clasificaciones psiquiátricas psicopatológicas.
En la enseñanza freudiana es imposible separar las construcciones nosográficas de sus avances teóricos y de los diferentes momentos de la invención del dispositivo de tratamiento. Por lo tanto, el programa desplegará la secuencia de descubrimientos, teorizaciones e invenciones que constituyen la trama misma de la obra freudiana.
Una importante novación en el terreno del psicoanálisis es aportada por Jacques Lacan, cuando nombra las estructuras freudianas. A partir de su enseñanza, podremos considerar las diferentes posiciones subjetivas que el sujeto asume frente al deseo del Otro, situando la lógica de la extracción o no del objeto a, como aquella que permite delimitar los diferentes recursos con los que el sujeto hace frente a lo real en su constitución y en el devenir de su existencia.
El problema del diagnóstico queda situado, en el campo psicoanalítico, en el interior de la transferencia, y es así que entonces, la transmisión de la experiencia clínica, asume un carácter específico.
Los alumnos del curso podrán participar del dispositivo de fabricación de casos, lo que intenta acercarlos al campo mismo de la práctica analítica e incitarlos a un “pensar pensante”, a sabiendas de que el psicoanálisis se reinventa cada vez.
La ética del psicoanálisis, ética que pone en primer plano al deseo, será desplegada sosteniendo la tensión propia que se instituye al introducir el discurso analítico, en el espacio de la Universidad.
II. Contenidos conceptuales :
1- Lo normal y lo patológico. Historia de la Psicopatología. De la Medicina al Psicoanálisis.
2- El encuentro de Freud con Charcot.. Las psiconeurosis. Las neurosis actuales. Estudios sobre la histeria. La invención del dispositivo de asociación libre: El caso Elizabeth..
3- La Introducción del narcisismo. Neurosis narcisísticas y de transferencia. Observaciones sobre el amor de transferencia. La dinámica de la transferencia. El caso Dora.
4- Las psicosis. El caso Schreber.
5- Duelo y melancolía. Las depresiones en la clínica actual. Psiquiatría y psicofarmacología.
6- La sexualidad en la etiología de las neurosis. Tres ensayos para una teoría sexual. Las perversiones en el discurso médico y legal. Las peversiones desde el psicoanálisis. El caso del brillo en la nariz.
7- El padre en la teoría psicoanalítica. El caso Hans. Las obsesiones. El hombre de las ratas.
8- El concepto de estructura. Las estructuras freudianas. Las estructuras clínicas a partir de Lacan. Una clínica más allá del padre.
9- Límites: las excepciones, los que delinquen por sentimiento de culpabilidad, los que fracasan al triunfar, la reacción terapéutica negativa. Análisis terminable e interminable.
10- El tratamiento de lo rechazado. Anorexia y bulimia. Adicciones. Desabonados del inconsciente.
11- El porvenir del inconsciente. Una ética del deseo.
III. Bibliografía:
1- OBLIGATORIA:
Alemán, J. El porvenir del Inconciente. Cap. Previo a la ética: un mundo incalculable. Pag 23 /37. Grama ediciones, 2006, Buenos Aires.
Amigo, Silvia, Cancina, Pura, Cruglak, Clara y otros. Bordes: Un límite en la formalización. Editorial Homo Sapiens. Rosario. 1995.
Braunstein, Néstor. Psiquiatría, teórica del sujeto, psicoanálisis (hacia Lacan). Siglo XXI. México. 1980.
Cancina, Pura H., Antiba, Daniel, Colovini, Marité y otros. La fábrica del caso: La Sra. C. Homo Sapiens Editores. Rosario. 2000.
Canguilhem, Georges. Lo Normal y lo patológico. Siglo XXI. México. 1985
Segunda parte. Capítulos primero y segundo.
Eidelsztein., Alfredo Las estructuras clínicas a partir de Lacan. Letra Viva. Buenos Aires. 2001.
Foucault, Michel El nacimiento de la clínica. Siglo XXI. México, 1997
Foucault, Michel Los anormales. Clase del 19 de marzo de 1975. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 2000.
Freud, Sigmund. Amorrortu Editores. Buenos Aires, 1997
Análisis de la Fobia de un niño de cinco años
Análisis terminable e interminable
Carta a Romain Rolland. (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis)
Conferencia 32.
Consejos al médico.
De la Historia de una Neurosis Infantil
Dinámica de la transferencia.
Duelo y Melancolía.
El caso Elizabeth.
El Malestar en la cultura. Capítulo II
Estudio comparativo sobre las parálisis histéricas y las parálisis motrices orgánicas.
Fetichismo.
Informe sobre mis estudios en París y en Berlín.
Inhibición, Síntoma y Angustia
Introducción del Narcisismo
La etiología de la histeria
La Interpretación de los sueños Capítulo VII. Adición metapsicólogica
La sexualidad en la etiología de las neurosis
Las Neuropsicosis de Defensa
Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis
Nuevas Puntualizaciones sobre las Neuropsicosis de Defensa
Observaciones sobre el amor de transferencia.
Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente.
Sobre la justificación de separar de la Neurastenia un determinado síndrome en calidad de `Neurosis de Angustia'.
Trabajos sobre hipnosis y sugestión
Varios tipos de carácter descubierto por la labor analítica.
Heinrich, Haydee. Borders de la neurosis. Editorial Homo Sapiens. Rosario. 1998.
Lacan, J. La ética. El Seminario vol. VII. Paidós. Buenos Aires. 1992
Clase XXIV. Las paradojas de la ética o ¿has actuado en conformidad con tu deseo?
Le Poulichet, Sylvie. Toxicomanías y psicoanálisis. Amorrortu Editores. Bs. As. 1996.
Mazzuca, Roberto; Schejtman, Fabián y Zlotnik,. Manuel Las dos clínicas de Lacan (Una introducción a la clínica de los nudos). Tres Haches. Buenos Aires. 2000
Pujó, Mario. Lo que no cesa del psicoanálisis a su extensión. Ediciones Del Seminario. Bs. As. 2001.
Soler, Colette. El rechazo del inconsciente. pag 209/251. En : ¿Qué se espera del psicoanálisis y del psicoanalista? . Buenos Aires- LetraViva, 2007.
Fichas elaboradas por los docentes de la Cátedra.
2. AMPLIATORIA:
Alemán, J. El porvenir del Inconciente. Grama ediciones, 2006, Buenos Aires.
Milner, Jean Claude. La obra clara. Manantial. Bs. As. 1996
Ey, Henry: Tratado de Psiquiatría. Toray-Mason. Barcelona. 1966
Rassial, Jean Jacques. El sujeto en estado límite. Nueva Visión. Bs. As. 2001.
Kaufman, Pierre. Elementos para una enciclopedia del psicoanálisis. Paidós. Bs As. 1999
Argumentos 6, Revista de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud. Laborde Editor. Rosario. 2001
Assoun, Paul-Laurent. Introducción a la metapsicología freudiana. Capítulo: El relato: escritura del síntoma y escritura metapsicológica. Pag.303/343. Paidos. Buenos Aires 1994.
Freud, Sigmund. Amorrortu Editores. Buenos Aires. 1997
Dotoiesky y el parricidio.
Manuscritos y cartas a Fliess.
Más allá del principio del placer.
Tres ensayos para una teoría sexual.
Una neurosis demoníaca del siglo XVII.
Lacan, Jaques.
La relación de objeto y las estructuras freudianas. El Seminario vol. IV. Paidós. Buenos Aires. 1992.
Variantes de la cura tipo. Escritos I. Siglo XXI. Buenos Aires. 1971.
Miller, Jacques Alain y otros. Los inclasificables de la clínica psicoanalítica. ICBA. Paidós. Buenos Aires. 1999.
Amigo, Silvia. Paradojas clínicas de la vida y la muerte. Editorial Homo Sapiens. Rosario. 1999.
Argumentos 4, Revista de la Escuela de Psicoanálisis Sigmund Freud. Laborde Editor. Rosario. 1999
IV. Objetivos
1- Introducir al alumno a las distintas concepciones de la psicopatología psiquiátrica, psicológica y psicoanalítica.
2- Problematizar el significado de la noción de psicopatología en psicoanálisis
3- Situar los elementos de psicopatología psicoanalítica necesarios para pensar la clínica
4- Articular la noción de clínica psicoanalítica con la ética en la cual se fundamenta
V. Estrategias metodológicas
El principio metodológico que guiará el dictado y cursado de la materia será: “Una práctica de pensar la práctica”.
En este sentido, la clásica división entre trabajos prácticos y clases teóricas, se convertirá en :

1-Seminarios: Enseñanza y transmisión de la clínica psicoanalítica.
Con la modalidad Seminario, se articularán:
Ø breves desarrollos de cada tema y
Ø puntuaciones y claves de lectura de los textos mencionados en la Bibliografía.
2- Seminario: Fábrica de casos.
En éste Seminario, se desarrollarán las distintas modalidades de transmisión de la práctica analítica, además de trabajar con el Dispositivo Fábrica de casos.
3-Talleres de reflexión sobre la práctica del alumno.
Ø Los alumnos trabajarán en forma colectiva reflexionando sobre la práctica de lectura realizada.
Ø Los jefes de trabajos prácticos oficiarán de coordinadores del taller y provocadores del trabajo de reflexión.
Ø La consigna de trabajo será: elaboración colectiva, producción singular. (consigna del trabajo en cártel de Jacques Lacan)
Textos a trabajar en los talleres:
1. Foucault, M - Los anormales. Clase del 19 de marzo de 1975.
2. Freud, S - "Las Neuropsicosis de Defensa"
3. Freud, S - "Nuevas puntualizaciones sobre las Neuropsicosis de Defensa"
4. Freud, S - "Introducción del narcisismo."
5. Freud, S – “Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente” (Caso Schreber)
6. Freud, S - "Duelo y Melancolía"
7. Freud, S - "La sexualidad en la etiología de las neurosis."
8. Freud, S – “Carta a Romain Rolland. (Una perturbación del recuerdo en la Acrópolis)”
9. Eidelsztein, A - Las estructuras clínicas a partir de Lacan. Cap. II
10. Freud, S - "análisis terminable e interminable"
11. Foulkes, E - "Medicalización de la demanda"
12. Aleman, J –El porvenir del inconsciente.
4- Sistema de evaluación
Para la regularización de la materia será necesario contar con un 75% de asistencia tanto a los talleres como al seminario, el 100% de las presentaciones del Dispositivo Fábrica de casos (dos en el año) y haber aprobado los dos parciales escritos.
Para la promoción directa será necesario contar con un 80% de asistencia tanto a los talleres como a los seminarios, una nota igual o superior a 8 en ambos parciales escritos y haber participado del Dispositivo Fábrica de casos con elaboración escrita individual.
4-Participación en dispositivos de transmisión de la clínica: Fábrica de casos.
Para el trabajo en estos dispositivos utilizaremos la segunda parte del seminario de los días lunes. Propiciaremos la participación de psicoanalistas de la ciudad, de Santa Fe y Rosario como invitados. Los alumnos que asistan al Dispositivo realizarán una elaboración escrita sobre uno de los dos casos presentados lo que constituirá su propia “fabricación del caso”.
VI. Recursos Didácticos
Se utilizarán textos, fichas elaboradas por la cátedra, diccionarios de psicoanálisis, retroproyector, películas en video, comunicación vía internet (chat y email) con el equipo docente.
VII. Cronograma
Materia anual, que implica trabajo semanal bajo la modalidad de taller (2hs de duración por encuentro) y semanal bajo la modalidad de seminario (seminario de Enseñanza y transmisión y seminario Fabrica de casos), con la elaboración de un trabajo escrito y la aprobación de dos parciales escritos.
Lunes: de 15 a 16 hs.: Seminario de enseñanza y Transmisión.
Lunes de 16 a 17 hs: Seminario Fábrica de casos.
Martes de 15 a 17hs, de 17 a 19 hs, de 19 a 21hs: Talleres
Miércoles de 19 a 21 hs: Taller
Jueves de 11hs a 13hs, de 17hs a 19hs: Talleres

sábado, 5 de abril de 2008

Reseña Biográfica





Sigmund Freud


Nací el año 1856 en Freiberg (Moravia), pequeña ciudad de la actual Checoslovaquia.

Cuando tenía yo cuatro años me trajeron mis padres a Viena, ciudad en la que he seguido todos los grados de instrucción.

En el laboratorio fisiológico de Ernest Brücke logré por fin tranquilidad y satisfacción completas, hallando en él personas que me inspiraban respeto, y a las que podía tomar como modelos: el mismo gran Brücke y sus ayudantes Sigmund Exner y Ernst Fleischl von Marxow . Brücke me encargó de una investigación, relativa a la histología del sistema nervioso; trabajo que llevé a cabo a satisfacción suya, y continué luego por mi cuenta. Permanecí en este Instituto desde 1876 a 1882, con pequeñas interrupciones, y se me consideraba destinado a ocupar la primera vacante de «auxiliar» que en él se produjera. Los estudios propiamente médicos -excepción hecha de la Psiquiatría- no ejercían sobre mí gran atención, y retrasándome así en mi carrera, no obtuve el título de doctor hasta 1881.


Mi establecimiento como neurólogo en Viena data, como antes indiqué, del otoño de 1886. Pero si quería vivir del tratamiento de los enfermos nerviosos había de ponerme en condiciones de presentarles algún auxilio. Mi arsenal terapéutico no comprendía sino dos armas, la electroterapia y la hipnosis, pues el envío del enfermo a unas aguas medicinales después de una única visita no constituía una fuente suficiente de rendimiento. Desgraciadamente, comprobé al poco tiempo que tales prescripciones eran ineficaces y que me había equivocado al considerarlas como una cristalización de observaciones concienzudas y exactas, no siendo sino una arbitraria fantasía. Este descubrimiento de que la obra del primer neuropatólogo alemán no tenga más relación con la realidad que un libro egipcio sobre los sueños, como los que se venden en baratillos, me fue harto doloroso pero me ayudó a libertarme de un resto de mi ingenua fe en las autoridades. Así, pues, eché a un lado el aparato eléctrico, antes que Moebius declarara decisivamente que los resultados del tratamiento eléctrico de los enfermos nerviosos no eran sino un efecto de la sugestión del médico.
Todas estas circunstancias me llevaron a hacer de la sugestión hipnótica mi principal instrumento de trabajo -aparte de otros métodos psicoterápicos más casuales y menos sistemáticos- durante mis primeros años de actividad médica.

Completando la exposición que precede, añadiré que desde un principio me serví del hipnotismo para un fin distinto de la sugestión hipnótica. Lo utilicé, en efecto, para hacer que el enfermo me revelase la historia de la génesis de sus síntomas, sobre la cual no podía muchas veces proporcionarme dato alguno hallándose en estado normal. Este procedimiento, a más de entrañar una mayor eficacia que los simples mandatos y prohibiciones de la sugestión, satisfacía la curiosidad científica del médico, el cual poseía un indiscutible derecho a averiguar algo del origen del fenómeno, cuya desaparición intentaba lograr por medio del monótono procedimiento de la sugestión.

Bajo la influencia de mi sorprendente descubrimiento di un paso que ha tenido amplias consecuencias. Traspasé los límites de la histeria y comencé a investigar la vida sexual de los enfermos llamados neurasténicos, que acudían en gran número a mi consulta. Este experimento me costó gran parte de mi clientela; pero me procuró diversas convicciones, que hoy día, cerca de treinta años después, conservan toda su fuerza. Era, desde luego, necesario vencer la infinita hipocresía con la que se encubre todo lo referente a la sexualidad; pero una vez conseguido esto, se hallaban en la mayoría de estos enfermos importantes desviaciones de la función sexual

De este modo llegué a considerar las neurosis, en general, como perturbaciones de la función sexual, siendo las llamadas neurosis actuales una expresión tóxica directa de dichas perturbaciones, y las psiconeurosis, una expresión psíquica de las mismas. Mi conciencia médica quedó satisfecha con este resultado, pues esperaba haber llenado una laguna de la Medicina, la cual no admitía, con relación a una función tan importante biológicamente como ésta, otras perturbaciones que las causadas por una infección o por una grosera lesión anatómica.
¿Cuál podría ser la causa de que los enfermos hubiesen olvidado tantos hechos de su vida interior y exterior y pudiesen, sin embargo, recordarlos cuando se les aplicaba la técnica antes descrita? La observación daba a esta pregunta respuesta más que suficiente. Todo lo olvidado había sido penoso por un motivo cualquiera para el sujeto, siendo considerado por las aspiraciones de su personalidad como temible, doloroso o avergonzado. Había, pues, que pensar que debía precisamente a tales caracteres el haber caído en el olvido, esto es, el no haber permanecido consciente. Para hacerlo consciente de nuevo era preciso dominar en el enfermo algo que se rebelaba contra ello, imponiéndose así al médico un esfuerzo. Este esfuerzo variaba mucho según los casos, creciendo en razón directa de la gravedad de lo olvidado, y constituía la medida de la resistencia del enfermo. De este modo surgió la teoría de la represión.

La teoría de la represión constituyó la base principal de la comprensión de las neurosis e impuso una modificación de la labor terapéutica. Su fin no era ya hacer volver a los caminos normales los afectos extraviados por una falsa ruta, sino descubrir las represiones y suprimirlas mediante un juicio que aceptase o condenase definitivamente lo excluido por la represión. En acatamiento a este nuevo estado de cosas, di al método de investigación y curación resultante el nombre de psicoanálisis en sustitución del de catarsis.

En cambio, el psicoanálisis se vio obligado, por el estudio de las represiones patógenas y de otros fenómenos que más adelante mencionaremos, a conceder una extraordinaria importancia al concepto de lo inconsciente. Para el psicoanálisis todo es, en un principio, inconsciente, y la cualidad de la consciencia puede agregarse después o faltar en absoluto. Estas afirmaciones tropezaron con la oposición de los filósofos, para los que lo consciente y lo psíquico son una sola cosa, resultándoles inconcebible la existencia de lo psíquico inconsciente. El psicoanálisis tuvo, pues, que surgir adelante sin atender a esta idiosincrasia de los filósofos, basándose en observaciones realizadas en material patológico absolutamente ignoradas por sus contradictores y en las referentes a la frecuencia y poderío de impulsos de los que nada sabe el propio sujeto, el cual se ve obligado a deducirlos como otro hecho cualquiera del mundo exterior. Podía alegarse, además, que lo que hacía no era sino aplicar a la propia vida anímica la forma en que nos representamos la de otras personas. A éstas les adscribimos actos psíquicos de los cuales no poseemos una consciencia inmediata, teniéndolo que deducir de las manifestaciones del individuo de que se trata. Ahora bien: aquello que creemos acertado cuando se trata de otras personas, tiene que serlo también con respecto a la propia. Continuando el desarrollo de este argumento y deduciendo de él que los propios actos ocultos pertenecen a una segunda consciencia, llegaremos a la concepción de una consciencia de la que nada sabemos, o sea, de una consciencia inconsciente, resultando aún más difícilmente admisible que la hipótesis de la existencia de lo psíquico inconsciente. Si, en cambio, decimos con otros filósofos que reconocemos los fenómenos patológicos, pero que los actos en los que dichos fenómenos se basan no pueden ser calificados de psíquicos, sino de psicoides, no haremos sino iniciar una discusión verbal totalmente infructuosa, cuya mejor solución será siempre, además, el mantenimiento de la expresión «psiquismo inconsciente». Surge entonces el problema de qué es lo que puede ser este psiquismo inconsciente, problema que no ofrece ventaja ninguna con respecto al anteriormente planteado sobre la naturaleza de lo consciente.

Llegamos ahora a la descripción de un factor que añade al cuadro del psicoanálisis un rasgo esencial e integra, tanto técnica como teóricamente, la mayor importancia. En todo tratamiento analítico se establece sin intervención alguna de médico una intensa relación sentimental del paciente con la persona del analista, inexplicable por ninguna circunstancia real. Esta relación puede ser positiva o negativa y varía desde el enamoramiento más apasionado y sensual hasta la rebelión y el odio más extremo. Tal fenómeno, al que abreviadamente damos el nombre de «transferencia», sustituye pronto en el paciente el deseo de curación e integra, mientras se limita a ser cariñoso y mesurado, toda la influencia médica, constituyendo el verdadero motor de la labor analítica. Más tarde, cuando se hace apasionado o se transforma en hostilidad, llega a constituir el instrumento principal de la resistencia, y entonces cesan, en absoluto, las ocurrencias del enfermo, poniendo en peligro el resultado del tratamiento. Pero sería insensato querer eludir este fenómeno. Sin la transferencia no hay análisis posible. No debe creerse que el análisis cree la transferencia y que ésta sólo aparece en él. Por el contrario, el análisis se limita a revelar la transferencia y a aislarla. Trátase de un fenómeno generalmente humano que decide el éxito de toda influencia médica, y domina, en general, las relaciones de una persona con las que le rodean. Fácilmente se descubre en él el mismo factor dinámico al que los hipnotizadores han dado el nombre de «sugestibilidad», factor que entraña el rapport hipnótico, y cuya falta de garantías constituía el defecto del método catártico. En los casos en que esta tendencia a la transferencia sentimental falta o ha llegado a ser totalmente negativa, como en la demencia precoz y en la paranoia, desaparece también la posibilidad de ejercer una influencia psíquica sobre el enfermo.

Durante más de diez años, contados a partir de mi separación de Breuer, no tuve ni un solo partidario, hallándome totalmente aislado. En Viena se me evitaba y el extranjero no tenía noticia alguna de mí. Mi Interpretación de los sueños, publicada en 1900, apenas fue mencionada en las revistas técnicas. En mi ensayo sobre la Historia del movimiento psicoanalítico he incluido como ejemplo de la actitud de los círculos psiquiátricos de Viena una conversación que tuve con un médico, autor de un libro contra mis teorías, que me confesó no haber leído mi Interpretación de los sueños. Le habían dicho en la clínica que no merecía la pena. Este individuo que ha llegado después al puesto de profesor extraordinario, se ha permitido negar el contenido de aquella conversación y, en general, la fidelidad de mi recuerdo de ella. Por mi parte, he de mantener aquí una vez más la exactitud de su reproducción.

Mi susceptibilidad ante la crítica fue disminuyendo conforme comprendí las razones interiores de su actitud. Poco a poco fue terminando también mi aislamiento. Al principio se reunió en Viena, a mi alrededor, un pequeño círculo de discípulos, y después de 1906 se supo que el psiquiatra de Zurich, E. Bleuler, su ayudante, C. G. Jung, y otros médicos suizos se interesaban extraordinariamente por el psicoanálisis. Iniciadas las relaciones personales, los amigos de la naciente disciplina celebraron en 1908 una reunión en Salzburgo, y convinieron la repetición regular de tales congresos privados y la publicación de una revista, que, bajo el título de Jahrbuch für psychopathologische und psychoanalytische Forschungen, sería editada por Jung. Los directores seríamos Bleuler y yo. Esta revista murió al comenzar la guerra europea. Al mismo tiempo que en Suiza comenzó también a surgir en Alemania el interés hacia el psicoanálisis, el cual fue objeto de numerosas exégesis literarias y de vivas discusiones en los congresos científicos. Pero jamás se le acogía benévolamente. Después de un breve examen del psicoanálisis se manifestó la ciencia alemana unánimemente contraria a él.

Naturalmente, no puedo saber hoy cuál será el juicio definitivo de la posteridad sobre el valor del psicoanálisis para la Psiquiatría, la Psicología y las ciencias del espíritu; pero creo que cuando la fase por la que hemos atravesado encuentre su historiador, habrá éste de confesar que la conducta de los críticos anteriores no fue muy honrosa para la ciencia alemana. No me refiero con esto al hecho mismo de la repulsa ni a la ligereza con la que se adoptó tal decisión, pues ambas cosas son fácilmente comprensibles y no pueden arrojar ninguna sombra entre el carácter del adversario; mas para el exceso de orgullo, el desprecio absoluto de la lógica, la grosería y el mal gusto demostrados en los ataques no hay disculpa alguna. Así, cuando años después, y durante la guerra europea, fue acusada Alemania de barbarie por sus enemigos, hubo de serme muy doloroso no hallar en mi propia experiencia razones que me impulsaran a contradecir tal acusación.


La historia del psicoanálisis se divide, para mí, en dos períodos, prescindiendo de su prehistoria catártica. En el primero me hallaba totalmente aislado, y tenía que llevar a cabo toda la labor. Este período duró desde 1895 hasta 1907. En el segundo, que se extiende desde esta última fecha hasta la actualidad, han ido creciendo en importancia las aportaciones de mis discípulos y colaboradores; de manera que hoy, advertido de mi próximo fin por una grave enfermedad, puedo pensar serenamente en el término de mi propio rendimiento. Pero precisamente por tal razón no me es posible tratar en este trabajo de los progresos del psicoanálisis en el segundo período con la misma minuciosidad con que he tratado de su paulatina edificación en el primero, lleno exclusivamente de actividad propia. No me siento con derecho a mencionar aquí sino aquellos nuevos descubrimientos en los que me ha correspondido una amplia participación, o sea, las referentes a la teoría de los instintos y a la aplicación de nuestra disciplina a las psicosis.

Yo siempre he sentido como una gran injusticia que la gente rehúse considerar al psicoanálisis como cualquier otra ciencia. Este rechazo tiene su expresión en el surgimiento de las objeciones más obstinadas. Constantemente se le reprocha al psicoanálisis por sus insuficiencias y por ser incompleto, aunque sea claro que una ciencia basada en la observación no tiene otra alternativa que estudiar fragmentariamente sus hallazgos y resolver sus problemas paso a paso. Aún más, cuando me esforcé en darle a la función sexual el reconocimiento que durante tanto tiempo se le había desconocido, se acusó a la teoría psicoanalítica de `pansexualismo'. Y cuando puse énfasis en la hasta entonces desatendida importancia del rol jugado por las tempranas impresiones traumáticas en la niñez, se me dijo que el psicoanálisis estaba negando los factores constitucionales y hereditarios, lo que nunca soñé hacer. Es un caso de contradecir a cualquier precio y por cualquier método.


Ya en fases anteriores de mi producción llevé a cabo la tentativa de alcanzar, partiendo de la observación psicoanalítica, puntos de vista generales. En 1911 acentué en un pequeño trabajo -Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen Geschehens-, y de modo ciertamente nada original, el predominio del principio del placer y el displacer en la vida anímica y su sustitución por el llamado «principio de la realidad». Más tarde me atreví a intentar la construcción de una «Matapsicología», dando este nombre a una disciplina en la que cada uno de los procesos psíquicos era considerado conforme a las tres coordenadas de la dinámica, la tópica y la económica y viendo en ella el fin último asequible a la psicología. Esta tentativa no llegó a completarse, quedando interrumpida después de varios ensayos (1915-7): `Los instintos y sus destinos', `La represión', `Lo inconsciente', `Duelo y melancolía'; pues reconocí que no era aún el momento de una tal empresa teórica. En mis últimos trabajos especulativos he intentado descomponer nuestro aparato psíquico basándome en la elaboración analítica de los hechos patológicos, y lo he dividido en un yo, un Ello y un super-yo (El «yo» y el «Ello»). El super-yo es heredero del complejo de Edipo y el representante de las aspiraciones éticas del hombre.

No debe creerse que en este último período he vuelto la espalda a la observación, entregándome por completo a una actividad especulativa. Continúo siempre en íntimo contacto con el material analítico y no he abandonado nunca el estudio de temas especiales clínicos o técnicos, Aun en los casos en que me he alejado de la observación he evitado aproximarme a la Filosofía propiamente dicha. Una incapacidad constitucional me ha facilitado esta abstención. Siempre me han atraído, sin embargo, las ideas de G. Th. Fechner, pensador al que debo interesantísimas sugestiones. Las amplias coincidencias del psicoanálisis con la filosofía de Schopenhauer el cual no sólo reconoció la primacía de la efectividad y la extraordinaria significación de la sexualidad, sino también el mecanismo de la represión, no pueden atribuirse a mi conocimiento de su teorías, pues no he leído a Schopenhauer sino en época muy avanzada ya de mi vida. A Nietzsche, otro filósofo cuyos presagios y opiniones coinciden con frecuencia, de un modo sorprendente, con los laboriosos resultados del psicoanálisis, he evitado leerlo durante mucho tiempo, pues más que la prioridad me importaba conservarme libre de toda influencia.

Las neurosis fueron el primero objeto del psicoanálisis, y durante mucho tiempo el único. Para todo analista es evidente que la práctica médica se equivoca al alejar estas afecciones de la psicosis, agregándolas a las enfermedades nerviosas orgánicas. La Neurología pertenece a la Psiquiatría, y es indispensable para penetrar en ella. El estudio analítico de las psicosis parece excluido de todo resultado médico, dada la inaccesibilidad terapéutica de estas enfermedades. El enfermo psíquico carece, en general, de la facultad de una transferencia positiva, quedando así embotado el instrumento principal de la técnica analítica; pero, de todos modos, puede llegarse a él por otros caminos. La transferencia no queda excluida, a veces, tan por completo, que no pueda utilizarse durante algún tiempo. En las depresiones cíclicas, en las modificaciones paranoicas leves y en la esquizofrenia hemos conseguido resultados indudables mediante el análisis. Por lo menos, ha sido ventajoso para la ciencia el que en muchos casos puede vacilar el diagnóstico durante mucho tiempo entre la psiconeurosis y la demencia precoz, pues la tentativa terapéutica emprendida nos proporcionó importantes descubrimientos antes de tener que ser interrumpida. Pero lo principal es que en las psicosis resulta evidente aquello que en las neurosis sólo muy trabajosamente se logra extraer a la superficie. Para muchas afirmaciones analíticas ofrece la clínica psiquiátrica excelentes demostraciones. No podía, pues, pasar mucho tiempo sin que el análisis encontrara el camino de los objetos de la observación psiquiátrica. Ya en 1896 descubrí en un caso de demencia paranoica los mismos factores etiológicos que en las neurosis y la existencia de tales complejos afectivos. Jung ha explicado enigmáticas estereotipias de sujetos dementes refiriéndolas a sucesos de su vida, y Bleuler ha descubierto en diversas psicosis mecanismos análogos a los que el análisis ha revelado en los neuróticos. Desde entonces no han cesado los esfuerzos de los analistas por llegar a una comprensión de las psicosis. Sobre todo desde que trabajamos con el concepto del narcisismo, se nos va haciendo posible iniciar ciertos descubrimientos. Abraham es el que más ha avanzado por este camino con su explicación de las melancolías. En este dominio no queda aún transformado el conocimiento en poder terapéutico; pero también las simples conquistas técnicas son importantes, y esperamos que hallarán algún día su aplicación práctica. Los psiquiatras no podrán resistirse ya mucho tiempo a la fuerza probatoria de sus propias observaciones clínicas. En la psiquiatría alemana tiene efecto actualmente una especie de penetración pacífica de los puntos de vista analíticos. Acentuando constantemente que no son psicoanalíticos ni pertenecen a la escuela ortodoxa, cuyas exageraciones no comparten, sobre todo en lo que respecta al poder absoluto del factor sexual, van apropiándose, sin embargo, la mayoría de los jóvenes investigadores esta o aquella parte de la teoría analítica, aplicándolas a su manera. Existen, pues, múltiples indicios de un amplio y próximo desarrollo de nuestra disciplina en esta dirección.

El campo de aplicación del psicoanálisis es tan amplio como el de la Psicología, al que agrega un complemento de importantísimo alcance.

Así pues, volviendo la vista a la labor de mi vida, puedo decir que he iniciado muchas cosas y sugerido otras, de las cuales dispondrá el futuro. Por mí mismo no puedo decir lo que en tal futuro llegarán a ser. (Adición de 1935): Sin embargo, puedo expresar una esperanza, de que he abierto un sendero para un avance importante de nuestro conocimiento.

Dos temas surcan estas páginas: la historia de mi vida y la historia del psicoanálisis, ambos íntimamente entrelazados. Este estudio autobiográfico revela cómo el psicoanálisis vino a constituir el sentido pleno de mi vida y afirma con propiedad que ninguna experiencia personal mía es de algún interés, comparándolas a mis relaciones con esta ciencia.
Poco antes de escribirlo me parecía que mi vida pronto llegaría a su fin, dada la recidiva de una enfermedad maligna, sin embargo, la habilidad quirúrgica me salvó en 1923 y fui capaz de proseguir mi vida y mi trabajo, aunque no estuve libre de dolor mucho tiempo. En el período de más de diez años transcurridos desde entonces en ningún momento dejé de lado ni mi trabajo analítico ni mis escritos, como lo prueba mi duodécimo volumen de la edición alemana de mis obras (Gesammelte Schriften, 1924-34.).

Sin embargo, yo mismo siento que ha sucedido un cambio significativo. Los hilos que en el curso de mi desarrollo se habían entrelazado han comenzado ahora a separarse: intereses adquiridos en la última parte de mi vida han retrocedido, en tanto que los más originales y antiguos se han vuelto prominentes una vez más. Es verdad que en la última década he escrito importantes artículos de la labor analítica, tales como la revisión del problema de la angustia en Inhibición, síntoma y angustia (1926) y la explicación del fetichismo sexual que elaboré un año después (1927). Pese a todo, sería propio decir que desde que adelanté mi hipótesis de la existencia de dos clases de Instintos (Eros y el Instinto de muerte) y desde que propuse una división de la personalidad psíquica en un Yo, un Super-Yo y un Ello (1923), no he hecho posteriormente ninguna contribución decisiva al psicoanálisis. Todo lo que he escrito desde entonces sobre esto ha sido o poco importante o pronto hubiera sido elaborado por algún otro autor. Esta circunstancia se relaciona con una alteración en mi propia persona, lo que pudiera ser descrito como una fase de desarrollo regresivo. Mi interés luego en un largo détour en las Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el cenit de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Totem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) [*]. Percibí aún con más claridad que los hechos de la historia humana: las interacciones entre la naturaleza humana, el desarrollo cultural y los precipitados de experiencias primordiales (siendo la religión el ejemplo más prominente) no son otra cosa que una reflexión de los conflictos dinámicos entre el Yo, el Ello y el Super-Yo de un individuo, estudiado analíticamente, pero que los mismos procesos se repiten en una escala más amplia.

En El porvenir de una ilusión expresé una valoración negativa de la religión. Más tarde encontré una fórmula que le hizo mayor justicia a ella, aunque aún, concediendo que su poder reside en la verdad que contiene mostré que esa verdad no era material, sino histórica.
Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. Puede que ellos han tenido su rol al crear la efímera ilusión de que yo me contaba entre los escritores a los que una gran nación como Alemania estaría pronta a escucharlos. Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción cívica en la Rathaus de Francfort del Meno con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. Poco después, los límites de nuestra comarca se estrecharon y la nación no sabía nada más de nosotros.

Y aquí debiérase permitirme interrumpir estas notas autobiográficas. El público no tiene derecho a saber más de mis asuntos personales, de mis luchas, mis desilusiones y mis éxitos. De todas maneras ya he sido más abierto y franco en alguno de mis escritos (La interpretación de los sueños y en Psicopatología de la vida cotidiana) que lo que son corrientemente aquellos que describen sus vidas para sus contemporáneos o para la posteridad. He tenido pocos agradecimientos de ello, y por mi experiencia no puedo recomendarle a otro que siga mi ejemplo.

Debiera agregar unas pocas palabras más de la historia del psicoanálisis en la última década. Ya no caben dudas que él continuará; ha probado sus capacidades de sobrevivencia y de desarrollarse tanto como rama del saber, cuanto como método terapéutico.

Desde un punto de vista práctico, algunos analistas se han propuesto la tarea de llevar a cabo el reconocimiento del psicoanálisis en las universidades y su inclusión en el curriculum médico; mientras que otros prefieren mantenerlo fuera de esas instituciones, no aceptando que el psicoanálisis sea menos importante para el campo educacional que para el de la medicina. Suele suceder que un analista llegue a sentirse aislado al intentar poner énfasis en uno solo de los hallazgos o puntos de vista del psicoanálisis descartando todo lo restante. A pesar de todo, la impresión general es de satisfacción por un trabajo científico serio llevado a cabo a un alto nivel.